28.11.07

2

Debido a mi vida errante que me he llevado por estas tierras, arrancando matas y coscojas, y cargas de pinos secos para el hogar de casa, he podido comprobar que muchas generaciones anteriores debieron hacer mucho carbón, porque hay todavía hoy las bases de las carboneras, donde se puede comprobar que dista más de 150 años. Las hay en Vall del Om, Barranco Grande y otros.

A principios de siglo, una franja del término de Fraga desde la Lliberola, la Vallcorna, Vall del Esme, Valdurios y otros muchos kilómetros de sierra eran arrasados los matorrales por una avalancha de carboneros que vivían en chozas o cuevas, que aún existen hoy en día. Prueba de ello es que yo he estado en la ladera de la Punta de la Mula, en la misma ladera del Barranco de la Chica, donde cabían más de 50 personas. Y en la Punta del Macho, donde vivían muchas familias, dándose la circunstancia que nacían y morían allí, sin Dios ni ley que los amparase, dándose el caso que algunos, cuando los llevaron a Fraga para el registro, ya tenían diez y doce años. El carbón lo sacaban por los Monegros con carros y se dedicaban a venderlo poniendo el precio que ellos querían. Y estaban tan atados a aquel sistema de vida que no podían levantar cabeza.

1

Durante muchas décadas del siglo pasado y del presente, la vida seguía unas costumbres rutinarias y de hambre por parte de los jornaleros y pequeños labradores, que no veían más allá, porque consideraban que era una cosa hecha por el Señor, Dios.

Los jornaleros no tenían más ambición que adquirir alguna parcela o barranco donde pasaban los fines de semana, donde con el pico y la pala iban ensanchando las parcelas. Las plantaban de olivos, de almendros y alguna higuera. Después del duro trabajo de las minas, llegaban a la parcela y, con un afán de bravos luchadores, forjaban bancales, para retener el agua; se hacían una chabola para guarecerse de las inclemencias del tiempo. Prueba de ello es que por todos los rincones del término de Mequinenza hay vestigios de vida del siglo pasado.

Durante el siglo pasado y principios de éste, había en el término de Mequinenza , al igual que en otros, una cantidad de pinos y maleza, que era intransitable; donde no había pinos, había matas, coscojas, enebros, aladiernos y mucha más maleza intransitable.


Cómo ha evolucionado la vida en seis o siete generaciones.- (añadido posterior de hojas sueltas)

Según versiones de los antiguos, antes se pasaba la vida en el campo: en invierno, cogiendo olivas o haciendo leña o carbón, o haciendo hormigueras para abonar el terreno de siembra que aseguraba la cosecha. Entonces no había abonos. Y si los había, no tenían dineros para comprarlos. Así iban viviendo, pasando la mayor parte del tiempo por los caminos y cazando, que había mucha caza. Esto ayudaba mucho a sobrellevar la vida.

La mayor parte de las tierras se trabajaban a terraje, o a medias, por lo cual no podían levantar cabeza. El transporte lo hacían a carga por caminos de herradura, con caballerías, mulos y burros, que cargaban unos sacos que llamaban talecas, que eran de una tela de cáñamo, tejido manual. Eran largos y muy fuertes. Así transcurrían los días.

En aquellos tiempos, en el término había manadas de lobos, que causaban mucho temor, particularmente en las zonas del Verp, Llosa y parte del bajo Vallasierra, y la zona lindante de Caspe y parte lateral de la bajada del Ebro que, según versiones, vivían por aquella zona a sus anchas. Es una zona muy extensa, comprendida entre Valdurrios, Valldelesme, Vallcorna y la Liberola; según deducciones, cruzaban por los vados los dos laterales de los ríos.

Según me explicaba mi abuela, los había oído aullar muchas veces por las noches desde la finca de Llosa. También me dijo que a su padre lo mandaron con dos cargas de leña a casa y, al llegar al Collado, se encontró con dos lobos a cada lado del camino. Sin saber qué hacer, se le ocurrió subirse encima de la leña, y continuar el camino. Pasó y no se movieron.

Otro caso muy singular fue que mi bisabuelo era muy cazador, de lazos, y tenía mucho oído. Estando acostado, oyó chillar un conejo, fue directamente al sitio indicado, y empezó a tirar del lazo, que estaba dentro de una mata. Peró tiró tanto que saltó un lobo, y echó a correr sin mirar atrás, y cerrarse al mas todo asustado.

En Llosa había un envallado, donde cerraban ovejas por la noche. Una noche entró una manada de lobos hambrientos, e hicieron una carnicería, matando más de cuarenta cabezas, dejando al pastor con el palo en la mano.

En la Vallcuerna, tenían una paridera en las eras que quedaban apartadas del caserío, con un pajar muy grande. Era un finca con una extensión de más de trescientas hectáreas, y de ganado, de más de cuatrocientas cabezas. Pero una manada de lobos abrieron un boquete en la paridera, y se les llevaron muchas cabezas. Tuvieron que montar guardia con escopetas, hasta que pudieron ahuyentar los lobos. En aquella época la gente estaba atemorizada.

Después vino una epidemia peor, el cólera. Una enfermedad que, sin saber cómo, les entraba una diarrea, o descomposición del cuerpo, y se quedaban donde les pillaba. Sin médico, ni practicante, ni curas, partidas de defunción, no cementerios, no valía para aquellas gentes. Cuando en una casa ocurría un difunto, la primera cosa que hacían era sacar un trapo blanco por la ventana, y entonces pasaba el sepulturero, lo envolvían con una sabana, lo cargaban al carromato, y a la fosa común.Cuando moría alguien, en seguida avisaban al sepulturero, y rápidamente se lo sacaban de casa.

Según una versión de mi abuela Leocadia, se dio un caso muy chocante. Resulta que un hombre cogió la epidemia y murió en el acto. En seguida vino el sepulturero, lo cargaron y se lo llevó. Pero por el camino resucitó, debido a que hacía muy poco que había muerto. Con que saltó del carro y se fue para casa. Pero el sepulturero lo cogió, que lo quería enterrar porque era la orden que le habían dado y no podía volverse atrás. Con que, después de una dura lucha, pudo escapar, y aún vivió muchos años.

Las familias se desplazaban por los campos a las masías, porque creían que con ello se alejaban de la epidemia y así estaban más seguros. Según mi abuela, un familiar suyo murió en la finca del Pla. Hicieron un hoyo muy hondo y lo enterraron allí, y plantaron una cepa y un montón de piedras. Yo recuerdo de muy pequeño la cepa que había, y siempre me la miraba con cierto recelo, y no creo que nunca comiera uva de aquella cepa.

Después vino otra epidemia. Fue la viruela, que se comía la carne por la cara y todo el cuerpo, incluso que, cuando se acercaba a la garganta, causaba la muerte, y no había medicamentos que la cortasen. Así, la gente vivía atemorizada. Incluso cerraban la entrada de la gente a los pueblos por miedo a que se extendiese más la epidemia. Algunos pueblos dieron el toque de queda.

Después de nacer yo, vino la Guerra Mundial del catorce. Empezaron a tomar auge las minas, y el pueblo era un bullicio de gente. Los cafés siempre estaban llenos, había mujeres de la vida, mesas de juego, que algunos se arruinaron. Otros se hicieron ricos, en particular los dueños de los cafés, que llevaban la banca. En cada casa había cinco o seis mineros de otros pueblos, que se quedaban a dromir en los pajares. Pagaban una miseria, pero les servía de ayuda.

El pueblo parecía Tejas en sus tiempos. Hacían teatro todas las noches, había billares, que jugaban a la treinta y una. También jugaban al monte, a la siete y media, a la lligada y a otros juegos de envite. Se jugaban cantidades fabulosas. Se quedaban las familias sin dinero, y tenían que empezar la semana yendo a fiar hasta el próximo cobro.

Después, al terminar la guerra del catorce, las minas fueron en decadencia, y en el pueblo se produjo una situación insostenible debido al parón de las minas y al bajón de los jornales. Se vieron obligados a emigrar a Cataluña, en especial a Barcelona. Por todas partes había gente de Mequinenza, de Fraga y de toda la franja del Bajo Cinca.

Para postre, vino una epidemia de gripe que se cobró una cantidad alarmante de jóvenes y criaturas -hubo pueblos que no quedaron más que gente anciana- no habiendo médicos, ni practicantes, ni farmacias, ni medicinas que pudiesen cortar la epidemia. Según rumores, les atacaba una fiebre a los pulmones, y les mataba sin poder respirar.

Se calculaba que todas las epidemias vinieron como consecuencia de la devastación de la guerra, por los gases lanzados y la cantidad de cadáveres que quedaron esparcidos por Europa, pudriéndose sin enterrarlos. Bandadas de mosquitos invadieron todas las naciones, produciendo las enfermedades, sin poder hacer nada por detenerlos. Hubo naciones y comarcas que quedaron diezmadas y les costó mucho recuperarse.