15.12.07

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Llegamos a Caspe, y francamente, me costó asimilar lo que era una Revolución en todo el sentido de la palabra.
Cuando fui a alistarme, la primera cosa que hicieron fue hacerme delegado del grupo; no sé si fue porque encabezaba una nueva lista, o porque era recién hecha la mili. El caso es que me dieron una leva de 25 hombres que yo no conocía a ninguno. Yo, que estaba acostumbrado a la disciplina del Cuartel y veía todo aquello, me descomponía. Como no había control de nada, se hacían abusos de todas las especies. Cada día iban a pedir ropa. Los más tragones comían el primer turno en un comedor, e iban corriendo al segundo turno de otro comedor para repetir, a pesar de que nos daban la suficiente comida. Pero eso no era lo peor.

Resulta que había formado un grupo llamado "La Brigada de la Muerte", que de Brigada tendrían mucho, pero de muerte... Era la que aplicaban yendo por los pueblos recogiendo los chivatazos que les daban otros desalmados, que sin ideal y con malos sentimientos, les entregaban listas, que en su pueblo había tantos fascistas. Y ellos se lanzaban como aves de rapiña y, con unos modos depravados que eran, se lanzaban provocando el terror y la muerte sin miramientos, que, en muchos casos, fueron víctimas de odios personales.

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Al día siguiente hubo noticias de que había muerto el Capitán Negrete, y Caspe se había rendido a las fuerzas de la Columna Ortiz, que después quedó como la 25 División.
Ya en el pueblo, a los que estábamos incluidos en las quintas nos hacían hacer guardia al pueblo; yo estaba preocupado porque teníamos la "garba" a medio trillar, y mis padres no podían ir, porque mi hermano estaba accidentado, pues le pilló el carro, que volcó y le hizo bastante mal. Ya algo mejorado, decidieron ir a trillar, y fue a ayudarles Andrés (Andrés de Curalotodo), que era muy amigo de mi hermano Joaquín.

Con tantos acontecimientos e ideas confusas, y el arradio no hacía más que llamar las quintas, nos reunimos los afectados (los quintos), y decidimos por unanimidad marchar al frente. Con que fuimos al Comité, y nos recibieron con mil amenazas y que moriríamos; con que con una ventena que éramos, me quedé sólo yo, y el hijo del Caminero, que era sastre y cojo. Con que al día siguiente partimos con un camión pequeño que tenían los Algueró, que hacía de Correo a la Estación de Fabara y a Caspe.