29.2.08

93

A los dos o tres días, nos notificaron que a las cinco de la mañana nos trasladaban a la cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia). Así que, a las cuatro de la mañana, teníamos que estar con todo preparado en retonda. Con que atamos el petate, el macuto y la bolsa de costado. Ya en retonda, estaba Don Cresencio (el Manchas, el jefe de servicios), Pineda (un oficial), y un funcionario para tomar las huellas dactilares. Entonces, el Manchas, que en los dos años que llevaba en Torrero no había hablado nunca con él y creía que no me conocía, dice: "¿Comas? Quiero hablar un poco contigo". Me hizo salir fuera, y me dice: "¿Sabe que todos los de Mequinenza, con vuestra conducta, habéis dejado el listón muy alto?". Yo contesté: "No hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación en la disciplina que nos han impuesto". Y me dijo: "Pues ten presente que, aunque sé que tengo mala fama, tengo sentimientos. Y si en alguna circunstancia, por la causa que sea, te puedo ser útil, no repares en requerirme, que estaré a tu disposición". Me dio un apretón de manos de despedida, y me dijo que lo comunicase a mis compañeros. Cosa que se quedaron muy extrañados cuando se lo conté.

Partimos con un furgón Canguro para la estación, donde encontré a mi hermano y la mujer, que me esperaban, junto con otros familiares. Creo que eran las seis cuando partíamos, Antonio Soler y yo, atados. Al llegar a Teruel, que hicieron el relevo de la Guardia Civil, nos apretaron las esposas por por precaución a los maquis. Por cierto, que a mí me vino un mal de cabeza que creía que me iba a explotar. Era para finales de Octubre y en Segorbe, a un hombre que vendía naranjas le compré dos kilos. Eran más agrias que un veneno, pero aquello fue lo que me rehizo.
Llegamos a la estación Churra de Valencia a las doce de la noche, y hasta San Miguel, teníamos que andar cuatro kilómetros cargados con el colchón, macuto y bolsa de costado con libros, cuadernos y otros enseres. Yendo por aquellos atajos, en un chalet cerca del camino, salieron tres o cuatro perros, que yo creía que se nos metían encima. Y la Guardia Civil, con más miedo que alma, estuvieron a punto de abrir fuego con sus naranjeros, según nos manifestaron en el camino. Se creían que nos atacaban un grupo de maquis.

28.2.08

92

A los pocos días, ya tuve que contar con él por un caso muy especial. Resulta que habían ingresado en la cárcel tres del pueblo, y tenían que cumplir en la cárcel los veinte días de periodo. Así que lo comentamos con Antonio Soler y otros, y por fin decidimos a ver si había alguna posibilidad de ir a verlos.
Con que al día siguiente le tocó servicio al sr. Trullens, que estaba en el sitio de Valdivieso. Fui a hablar con él para verlos, y accedió enseguida. Con que nos condujo a la celda, y estuvimos cerrados toda la tarde. Por cierto, que los tres eran Pere el Sastre, Jacinto el de las Blancas y un asturiano. De modo que, por mediación de mi hermano en la comunicación, les mandamos las inquietudes de su estado a sus familiares; de lo contrario, no hubieran podido ponerse en contacto con la familia hasta haber cumplido los veinte días del periodo sanitario. Por cierto que, a pesar de que nos arriesgamos la condicional y la redención al encerrarnos en una celda de tres incomunicados, lo que estaba bastante castigado, cuando salimos en libertad, hubo uno de ellos al que no le merecimos ni el saludo, como si no nos hubiésemos visto nunca.

27.2.08

91

Un día, estaba repasando los ejercicios de contabilidad, y se me acercó un funcionario. Al rato que me estaba observando, me pregunta: -"Oiga. Si de diez llevo una, y de veinte llevo dos, de quince ¿Cuántas llevo?". Sin respirar ni levantar la cabeza, le digo: "Uno y medio". Marchó acto seguido y nunca más se acercó a mí.
Otro día, inesperadamente, me llaman que me presentase al centro, en retonda, que es donde el Jefe de Servicios domina toda la cárcel. Al llegar, ya estaba esperándome un oficial llamado Trullens. Me dice que pase, y entramos dentro.
-"¿Usted es Manuel Comas?".
-"¡Sí señor!".
-"¿Conoce a Manuel Muñoz?".
Digo "-Sí, y mucho. ¿Sabe que de pequeños ha sido siempre un gran amigo?".
-"Nunca me ha hablado de ello", me contesta. -"Pues me ha recomendado a usted como persona de confianza para ser el enlace de la CNT en la cárcel".
Y que si en algo podía serme útil, que contara con él.

26.2.08

90

Un día, me pasó un caso muy chocante. Resulta que la correspondencia, después de pasar la censura, sólo la podías recibir del familiar de primer grado. Las otras cartas solamente las leías, y las tenías que devolver. Así que un cuñado mío, que vivía en Barcelona,- a pesar de que estaba advertido-, se dispuso a escribirme una carta muy especial. Resulta que de nombre de pila se llamaba "General". Se puso a escribir con miedo de no infringir en falta - su inteligencia culturalmente no daba para mucho-. Se puso a relatar un viaje de Franco a Barcelona, ponderando que fueron más de dos millones a recibirlo. Que aún estaba emocionado de tanto vocerío aclamando al Caudillo. Yo sabía de sobras que no se había movido de casa.
Yo estaba comiendo, y un ordenanza me llama:
-"¡Manuel Comas Cabistañ, a censura!".
Dije: -"Va, la mujer, que ya ha vuelto a escribir por los lados de las cartas".
Llegué allí, y lo primero que me dijeron fue: -"¿Su cuñado piensa de muy distinta manera que usted?".
Yo entonces dije: -"¡Mi cuñado piensa como quiera, yo pienso como me da la gana! Ustedes la han leído, y saben lo que dice, y por lo tanto...".
Acto seguido, me dieron la carta, diciéndome que me la quedase. Cosa que nunca acostumbraban a hacer.
Cuando llegué al salón, leí la carta, expliqué su contenido y quien era mi cuñado... Fue un cachondeo y guasas por la incultura de los funcionarios responsables de la censura, que no supieron distinguir el nombre de pila de la graduación de General. Así eran todos.

25.2.08

89

Así que, en poco tiempo, justamente el tiempo de leer el proceso de diecisiete personas, en unas dos horas, se saldaron el compromiso de dictar sentencia y aplicarnos: doce años y un día para los de pena de muerte; doce para los de treinta; y seis para el resto. Así quedó cerrado el proceso.
Terminado el proceso, el primero que vino a vernos fue el abogado que me defendió a mí, a Antonio Oliver y a Casildo Estruga. Lo primero que dijo fue: -"¿Qué les ha parecido mi defensa?". Yo le dije: -"Mire usted, lo ha presentado muy bien, muy bien pulido, pero no lo han escuchado. Como si hubiese hecho un discurso en el desierto. Yo, ya firmaría doce años".
Él se creía que saldríamos en libertad, pero se dio cuenta de su error. Nosotros no sabíamos de leyes, pero sabíamos lo que era juzgar a uno por Rebelión Militar. Él lo planteó muy bien para un sistema que hubiese sido por lo Civil, pero cuando le expusimos nuestras razones de que lo llevaban programado, nos dio la razón.

Al día siguiente vinieron los familiares, todos contentos que había ido todo muy bien, pero cuando oyeron nuestra versión, quedaron anonadados y acojonados. Suerte que vieron que nosotros estábamos más resignados, debido a que no nos cogieron de improviso.

24.2.08

88.- El Juicio

En aquellos días, nos comunicaron las peticiones de condena, que fueron de la siguiente manera: cuatro penas de muerte, seis treinta años, y el resto, doce años y un día. Yo estaba entre los de treinta años. Las familias quedaron acojonadas y sin poder reaccionar. Los abogados hacían promesas que sabían que no podrían cumplir.

Algunos tocaron a familiares que estaban entrados con el régimen. Un familiar de Antonio Quintana fue a ver a María Quintana, que era una lumbrera con el régimen. Les echó la puerta a los morros, pero el regalo lo cogió y se lo entró para dentro.
Nosotros, en parte, a pesar de las peticiones elevadas, sabíamos más o menos lo que nos quedaría, por la relación que había con las otras redadas, como la FARE y otras similares. Ellos tenían unas formas similares: nos juzgarían igual que si nos hubiesen cogido con las armas en la mano, y no había sistemas de defensa, porque no la aceptaban. Ellos decían: "A éstos hay que ponerles tal; a los otros, cual". Y sin rodeos ni reclamaciones. Prueba de ello es que, el día del juicio, ya nos habíamos puesto de acuerdo en no decir nada, y uno, Roca Pusach, que intentaba exponer algo a su manera, le tuvo que decir su abogado que callara, o de lo contrario lo complicaba más.

23.2.08

87

Lo primero que hizo fue formar un orfeón con más de cien políticos, una banda de música, torneos de pelota a mano, frontón, baloncesto, y otras actividades. Y nos premiaba con vales para ir al economato por una ración de vino.
Lo peor que tenía era que, a menudo, nos hacía formar y marcar el paso marcialmente. Y en algunos casos incomunicó algún recluso.
Después, puso cine al segundo salón, y, por cierto, que pasó un caso muy singular. Habían ingresado en la cárcel una cantidad de gente de la provincia de Teruel, que parecían de otra época. Entraron por consecuencia de complicidad con los maquis: el uno que les había dado de comer, el otro que les había dado cobijo, y así, entraron más de quinientas personas con mentalidad de otra época. Con albarcas de calzado, pantalones del siglo pasado, y unas camisas con broches a los dos lados.
Cuando ya estaban acomodados a nuestro salón, sentados en el suelo, el programador de la película, que era muy guasón, dijo: "¡Atención! Como sé que aquí hay mucha gente que no han visto nunca cine, y en la primera escena sale un tren que viene de cara al público, que no tengan miedo, que lleva buenos frenos". Al empezar la escena, se oyó una exclamación de susto.

El caso de los maquis fue un caso muy especial. Fue obra del Partido Comunista, cuando el gobierno en el exilio presionaba para derrocar a Franco. Ellos se separaron, y quisieron tomarlo por su cuenta, convencidos de que, al llegar a España, el pueblo se les agruparía a su lado y se adueñarían de la nación. Y lo que consiguieron fue llenar las cárceles a tope, creyendo que, responsabilizando a la gente, caería el régimen por sí solo.

22.2.08

86

Otro que influyó mucho en mi estudio fue Manuel Muñoz, sobre la Contabilidad Comercial. Resulta que él me indujo a que fuese a clase, y yo no entendía nada; no podía entender. Que si Debe, Haber, Crédito, Débito, si comprabas adeudabas, si pagabas acreditabas, Cheques, Pagarés, Acciones y Obligaciones... y así sucesivamente. Yo no podía digerir tanta carne para tan poco puchero.
Entonces, Manuel, conocedor de la causa, empezó de una manera más sencilla, fue explicándome los problemas, disipar dudas y ver luces. Y de treinta y tantos que éramos en clase, me quedé solo, superándolos a todos. Y me consideraba el que menos nociones escolares tenía.

A primeros del cuarenta y ocho, Torrero sufrió una transformación muy especial: marchó el tuerto, y vino Don Ramón de Toledo. Un hombre algo majareta, pero no tenía tan malos modos. Decía que todo recluso tenía que tener una actividad u otra, porque de esa manera no presentaban tantos problemas, restándose los pensamientos de los procesos y las causas que llevaban una marcha lenta.

21.2.08

85

Después, venía la Semana Santa, y qué de preparaciones, limpieza, flores, cuadros, sacar el Santo Cristo, formaciones y desfiles haciendo prácticas, pasando por los salones para ver los que querían comulgar. En resumidas cuentas, comulgaban los funcionarios y oficiales, el coro Capilla, y algún que otro chorizo, y aquí se acababa todo.

Cuando estaba de jefe de servicios Valdivieso, Torrero parecía otro. Un grupo de la CNT formado por Benegas, Domínguez, Félez, Muñoz, Angel María de Lera, A. Oliver y yo, formábamos "la República del Café". Eran unas tertulias muy amenas, que yo consideraba muy instructivas. Yo les debo a que tomase tanto interés por el estudio.
Angel María de Lera siempre resaltaba el tema de que el gran defecto de nuestra organización era que la militancia era semianalfabeta; y que, por falta de inteligencia, tuvieron que dar cargos a gentes que eran de la Quinta Columna, que fueron los que nos arrebataron la victoria.
Era un hombre de ideas muy claras. Un día, convino que una tarde leería, en presencia del jefe de servicios Valdivieso, una obra de teatro titulada "La Novia del Viento". Estuvo más de tres horas leyendo, en tres actos. Cuando terminó, fue una ovación inmensa. A muchos se nos saltaron las lágrimas. Al jefe de servicio, también.
Siempre decía que, cuando saliera, escribiría un libro sonado, del que se hablaría. Y así fue. Escribió "Las Últimas Banderas", que ganó el premio Planeta. Escribió muchos más.

20.2.08

84

Cuando llegaba la Cuaresma, las pasábamos canutas. Venía una especie de fraile con una barbilla a estilo "macho cabrío", con una capa descolorida, y con más mugre que un palo de un gallinero. Empezaba hablando con amenazas de que seríamos quemados en los altos infiernos: que iríamos en columna macabra conducidos por Satanás, arrastrándonos como culebras despellejadas, para arrojarnos a la caldera de Pedro Botero; que éramos una pandilla de sifilíticos, tuberculosos, y todos los adjetivos repugnantes habidos y por haber. Hablaba del Padre Rentería, que levantaba las losas de las tumbas, y observaba cómo las ráfagas de aire de la noche movían las barbas de la momia. Y entonces exclamaba: -"¡Padre Rentería! ¿Dónde están tus poesías, que te hicieron célebre?". Después, cogía el Santo Cristo y, encarándolo a toda la población reclusa, nos barría sistema ametralladora, al son del canto 'Perdón, Dios Mío'. El coro Capilla lo cantaba desafinadamente. Estaba formado por un grupo de chorizos perturbados, que se desgañitaban por un cazo de rancho. Y eso se repetía todos los días durante el mes Pascual, que tildaban ellos.

19.2.08

83

Un día ocurrió un caso muy desagradable. Hubo una redada del sector de Utrillas, de unos veintitantos entre Andorra y otros pueblos de la comarca. Resulta que toda la noche se oyeron ruidos sospechosos. Al día siguiente, nos mandaron al patio a primera hora. De una manera indirecta, nos enteramos de que un compañero de la CNT decían que se había ahorcado en la celda con la faja. Cosa que considerábamos imposible, porque la ventana estaba a la altura de un hombre de uno sesenta y cinco.
En todo el día estuvimos sin salir del patio, con un silencio sepulcral, y con miradas resignadas de duelo y de un rencor amargo, sin manera de disiparlo. Reforzaron la vigilancia, y quedaron suspendidas todas las actividades, como la escuela, el orfeón, y otras.
No acabo de comprender cómo hoy en día hay tanta cantidad de fugas a punta de pistola, que hacen túneles, que suben al tejado, y que secuestran toda una plantilla. Yo estuve al cacheo en la cárcel de Lérida. Un plátano, lo cortábamos por el medio; el pan, lo cortábamos en varios trozos; y pucheros y cacerolas, con una cuchara larga, no paraban de remenarlo hasta que estaban convencidos de que no había nada. En Zaragoza, aún éramos más estrictos en la disciplina.

18.2.08

82

El jefe de servicios era el prototipo del retrato de Hitler, con una mancha en la cara, de lo que lo llamaban 'el Manchas'. Era recto en disciplina. Los días que estaba él, no circulábamos por ninguna parte, y así no le dábamos lugar a que nos castigase. Por las noches, cuando tocaban a oración, si no contestábamos con la voz de "¡Franco!", nos tenía formados hasta que consideraba que lo habíamos hecho todos.

El peor de todos era el director. Era tuerto y cojo, porque lo atropellaron, y tenía alergia a los chóferes. Cuando estábamos formados en el patio, pasaba revista de pelo, y como alguien tuviese el pelo de dos semanas, le preguntaba: -"¿Usted por qué no se corta el pelo?". Le contestaban: -"...Mire usted, es que tengo que salir a juicio", o "voy a salir en libertad...". Él replicaba: -"¡A la barbería!¡Aquí no hay más tupé que el mío!". Y tenía una cabeza como una bola de billar.

Después de la limpieza del salón, con el ojo que tenía, miraba si los montones de los petates no estaban bien alineados, y empezaba a patadas hasta que los deshacía. También miraba los cristales, y decía: -"Todos los cristales quiero verlos como éste". Y no había cristal.
Los domingos, una hora antes de la misa, nos hacían formar, alinear y ponernos firmes y, antes no empezaba la misa, ya estábamos agotados. Después, al terminar, se juntaba con las monjas, arrimándole la tripa hasta tocarse con la de la monja descaradamente, en presencia de todos, hasta del cura y el resto de la plantilla. Así nos tenían, hasta que les rotaba, que nos tenían a mil personas o más formados en el centro y galerías.

17.2.08

81

Había tres jefes de servicios: si estaba Valdivieso, decían estar en "República"; si estaba Simeón, en "Monarquía"; y si estaba 'el Manchas', que formaba equipo con el oficial Pineda y los funcionarios 'la Vaca Roya'-que pegaba hasta que se le caía al suelo la gorra-, y 'Pedro el Cruel', que siempre inventaba algo para meterse con los presos, se tildaba de "Fascismo". Decían de Pedro el Cruel que la República no lo fusiló porque era muy joven y le tuvieron lástima. Pero la bilis que tenía contra los políticos era inmensurable. Siempre nos miraba con ojos felinos y de traidor. Nunca habló con ningún político, de no ser para pegarle.

Una vez, según dijo, se paseaba por el patio de la enfermería, que quedaba por debajo del salón segundo. Las ventanas del salón estaban protegidas por una tela metálica, por la que el dedo meñique de un recién nacido no habría pasado. Y subió como una fiera, diciendo que habían atentado contra él. Pegó hasta que se cansó, nos hizo formar diciéndonos que estaríamos formados hasta que cayésemos de cansancio, si no delatábamos al que había atentado contra su vida.
Pero, por suerte, subió el jefe de servicios a ver lo que pasaba, le quitó importancia y nos hizo romper filas.

16.2.08

80.- Llegada a la Cárcel de Torrero (Zaragoza)

Así que, a las doce de la noche del día 15 de Octubre, llegamos a Zaragoza. En la estación encontramos a mi hermano Antonio.
En la cárcel de Torrero, fue como una ducha de agua fría. Al entrar, el funcionario nos dijo: -"¿Que vienen de vacaciones?". Y francamente, el cambio era como de la noche a la mañana.
Nos metieron a dos en cada celda. Conmigo metieron a Antonio Malchó. Veinte días que no salimos más que para la ducha.
Al despertar del día siguiente, había un invertido en la galería fregando el suelo. Un funcionario se lió a ostias con él hasta que lo tiró al suelo. La impresión que sacamos al mirar por el chivato de la puerta fue desoladora.
A los veinte días, nos metieron al salón, donde había unas doscientas personas, la mitad comunistas, y el resto de la C.N.T.
Al ingresar nosotros al salón, éramos unos ciento cincuenta, y otros muchos más por las celdas.
El primer día, al salir al patio, fue decepcionante. Nos hicieron formar de 5 cada hilera. Estaba de servicio el llamado "Pedro el Cruel" y, mirando si sobresalía alguien o alguna oreja, se metió entre las filas repartiendo ostias, con unas manos como un gorila, que provocaba el terror. Y con la pistola en la mano, por si alguien intentaba algún pequeño gesto de rebeldía.

15.2.08

79

Así que las cosas iban siguiendo su curso, cuando, de la noche a la mañana, nos comunican que nuestra causa la habían desglosado del resto de los pueblos, y trasladado a Zaragoza como "Rebelión Militar". Así que, acto seguido, el día 15 de Octubre de 1946, nos ataron a los 17 y para Zaragoza.
En Lérida, los jefes eran muy tolerantes. Nunca vi que a ningún político se le llamara la atención. Una de las cosas que más nos preocupaba era que, algunos domingos, venía un cura muy pequeño vestido de blanco. Decía misa con una pistola del nueve largo al lado, que le sobresalía por la sotana. Nos clavaba cada mirada desafiante y provocativa; y, hasta que marchaba, estábamos inquietos. En cambio, el otro, ya muy mayor, parecía un bonifacio. Nos hacía examen de religión, y preguntaba: -"¿Cuántos dioses hay?". Y levantaba un dedo: -"¡Uno!". -"¿Y personas?". Te enseñaba tres dedos: "¡Tres!". -"¿Dónde está el Cielo?". Con el dedo apuntaba para arriba: -"¡Arriba!". "¿Y el Infierno?". Apuntaba para abajo: -"¡Abajo". -"Muy bien, aprobado".
Después, debido a la mala comida que nos daban, más bien escasa, hicimos un plante, pero duró poco; aumentaron la comida.

14.2.08

78

Según me explicaba uno de ellos, un tal Aznar, que era barbero y había trabajado en el pueblo con mi vecino el Miché, que tuvieron que cortar la redada, o de lo contrario estaba complicado el gobernador de Lérida, el de Barcelona, y algún General; y que por lo tanto, estarían poco en la cárcel. En cambio nosotros, que no habíamos hecho nada, lo teníamos más difícil. Según algunos periódicos, nos calificaron de terroristas, bandoleros, salteadores, y una serie de adjetivos difamatorios que nos quisieron aplicar.
El primer domingo de su ingreso, lo sacaron a oír misa, y fue una ovación de murmullo al verlo arrodillado al lado de retonda con la cabeza pelada. Por cierto, que el barbero era un comunista de mala uva, más que esquilarle se lo arrancó. También había pasado por sus manos.
Un día, vino su señora a comunicar, y después que terminó, me dijo que quería hablar conmigo.
Yo le dije que conmigo no tenía que hablar nada, pero tanto insistió que me vi obligado a escucharla.
Y me salta:
-"Si esto cambiase ¿Qué me haríais a mí?".
Yo entonces dije:
-"¿Qué te hemos hecho hasta ahora?".
Dice:
-"¡Vosotros me colgabais de la reja más alta de este edificio!".

Desde luego, que si llega a pasar el cambio, que parecía probable, porque había terminado la guerra [mundial] y todo hizo prever que era el final del fascismo, pero nos equivocamos todos, hasta los mismos del régimen. Y tuvieron una reacción que nosotros, los presos, pagamos las consecuencias. Si llega el cambio estando en Lérida, las consecuencias habrían sido fatales para él, porque había motivos más que suficientes para lincharle.

13.2.08

77

Al día siguiente, por la mañana, después del café, vino el funcionario y me acompañó a la puerta, en la que había una señora con una lechera y unos bizcochos para su marido. Cuál sería mi asombro, al entrar en el salón y ver, en un rincón, tirado, y con unos ojos que le saltaban de la cara, al jefe de la Brigadilla Social: el famoso Tomás Romero Miguel, hijo de la Puebla de Híjar. Por sus manos habíamos pasado más de noventa políticos, entre los pueblos de Lérida, Alcarrás, el Cogull, Fraga, Ontiñena, Torrente de Cinca y Mequinenza.

Al entrar, digo:
-"¡Hombre, sí que es raro ver por estas casas a los defensores de la ley! ¡A los protectores del bien social! ¡A los que matan a palos porque no están de acuerdo con sus ideas! ¡Y tan puros y tan buenos que van cada día a comulgar para quedarse limpios, y, después, volver a proceder contra aquellos trabajadores que no tienen más misión que trabajar en las entrañas de la tierra para mal vivir!".
No hacía más que llorar, cuando por último le dije que me era muy fácil matarlo de un puntapié, pero mi dignidad me impedía usar la Ley del Talión. Entonces vino el funcionario y me dijo: -"Comas, vámonos".
Cuando fui al patio, a los más de noventa presos que habíamos pasado por sus manos les expliqué el caso. Fue una ovación tan sonora que se oyó de lejos.

La cuadrilla de estraperlistas que ingresó, junto con los dos policías, se dedicaban, con una cuba de unas cuatro toneladas, compraban el aceite. Figuraba que lo compraban en Las Garrigas; y entonces aparecía la Brigadilla, y decomisaban el aceite, que entonces eran unas divisas muy importantes. Y encima les amenazaban y les ponían una multa. Y así iban operando, complicando a gentes de altas esferas.

12.2.08

76

Así iba pasando el tiempo, con unos días interminables, y yo con unos dolores de cabeza insoportables. Tenía en los oídos unos tapones, y unos bultos debajo de las orejas, que no podía ni tocarlas. Se lo dije a mi compañero Emilio el Pelaire, que hacía de practicante, y me dijo:
-"Mañana pasas por la enfermería, y te haré un lavado".
Con que, después de varias pruebas con agua caliente y jabón, me salió una cantidad de pelotillas más grandes que garbanzos, negras de sangre coagulada, a consecuencia de los golpes que me dieron los de la Brigadilla.

Un día, sin más, ya me iba a dormir en la celda, ya habían tocado silencio, y me llamó un funcionario, diciéndome que había varios ingresos. Con que bajé a retonda, y abajo había una treintena de gente de alto rango de Lérida. Al entrar en contacto con ellos, me dijeron que habían hecho una estraperlada a lo grande, y que había dos jefes de la Brigadilla Social implicados; de modo que los cacheamos, les tomaron las huellas y la afiliación, y los destinaron a un salón.

11.2.08

75

Yo era el único que tenía relación con aquella gente, y, francamente, quedé maravillado de ver la variedad que había entre ellos y nosotros. A pesar de la disciplina férrea que tenían, estaban fanatizados para defender a Hitler hasta la muerte, después de haberlo perdido todo.
Entre el oficinista de ingresos y yo, teníamos que revolver todas las pertenencias que traían, que eran todo su patrimonio. Nosotros, haciendo la vista gorda, no les tocábamos nada. Muy diferente a lo que hicieron con nosotros en la Plaza de Toros de Alicante, que nos despojaron de todo, incluso muchos de ellos hasta los zapatos, si consideraban que valía la pena.

La convivencia en la cárcel de Lérida era bastante normal. Los jefes de servicios y los funcionarios eran muy tolerantes, en especial para los presos políticos. En cuanto a los comunes, los tenían a rajatabla por parte de un jefe que se llamaba don Claudio, que decía: "Por mí, los políticos los dejaría sueltos; ahora, los comunes, éstos serían capaces de vender a su madre por un chusco de pan". Decía que "la tranquilidad proviene de 'tranca'."

10.2.08

74

Estando en el salón, en estado de periodo sanitario, donde estábamos los 17 del pueblo y unos cuantos de Fraga y Torrente por la misma causa, entró un funcionario y me llamó a mí con nombre y apellidos; con que me hizo salir del salón, y en un pasillo, empezó a hablarme que estaba hospedado con una familiar mía, y que luego vendría mi mujer a verme. Y que haría los posibles para mejorar mi situación.
Aquel mismo día nos sacaron el periodo sanitario, antes de lo previsto. Al día siguiente, al entrar de turno, me volvió a llamar, y me dijo si me gustaría aceptar el destino de ordenanza de rastrillo. Cosa que acepté de buena gana. Y me pusieron en una celda de los destinos de más categoría. Estaba para llamar a los comunicantes, y cachear los paquetes de comida que entraban y repartirlos, siempre con la presencia de un funcionario. También las comunicaciones eran especiales para mí. En aquella época, se terminó la guerra europea, y pasaban deportados, avalanchas de alemanes e italianos. Los tenían unos días, y después los trasladaban a Miranda de Duero. Pasaban en grupos de treinta o cuarenta. Yo tenía que cachearlos uno por uno. Un día, llegaron tres altos cargos del ejército alemán. Entre ellos, un coronel que hablaba muy bien el castellano. A mí me dijo que había perdido la guerra, pero que, antes de cinco años, volvería Hitler, porque no había muerto, y que dentro de poco sería el amo del mundo.

9.2.08

73

Uno de los compañeros, Emeterio, cogió el sistema de no comer. Así, a la primera bofetada, al estar tan débil, caería desmayado, y no le pegarían más.
Así estuvimos hasta el día no sé si 14 o 15. Lo cierto es que, estando en plena fiesta de San Anastasio, por la noche, nos ataron a Emeterio y a mí, y, entre medio de aquel tumulto, con dos policías nos condujeron a la cárcel, siendo la atención de todas las miradas que estaban en la fiesta de aquella avenida. Tenía que ir un policía abriendo camino para poder pasar.
Cuando llegamos a la cárcel nos metieron a un salón donde ya había cuatro del pueblo, y, francamente, el día que salí en libertad tuve una alegría inmensa, pero, al ingresar en la cárcel, fue grandiosa, al escapar de aquellos verdugos, desalmados, criminales, y todos los adjetivos malos son pocos para ellos.

Al día siguiente nos esquilaron al cero y nos metieron en la ducha de agua fría. A los 5 días, nos sacaron del periodo sanitario y nos metieron en celdas de cuatro personas. Al llegar la noche, nos pusimos a observar si había chinches, y no se veía ninguna. Pero al rato que estábamos allí, empezamos: "¡Mira, una!, ¡Otra!...". Y, sin darnos cuenta, ya se podían coger a puñados por toda la celda. Pero cuando estábamos matándolas con las alpargatas, nos apagaron la luz.

8.2.08

72.- La cárcel de Lérida

Por el camino, íbamos conducidos por un camión custodiado por la policía de Lérida, con un coche de la brigadilla delante y otro detrás. Al llegar al alto de las curvas de Fraga -era la carretera antigua de Fraga, en la que había muchas curvas y quedaba bastante descampada- paró el coche de delante, y se pusieron a discutir con el Brigada de la policía, que querían que bajásemos del camión y aplicarnos la ley de fuga. Pero el Brigada reaccionó, diciendo que a él le habían encargado llevar a los detenidos a Lérida, y que estaba decidido a cumplir la misión que le habían encargado. Después, en Lérida, nos dejaría en la comisaría a su disposición.

Llégamos a Lérida a la madrugada, y nos metieron en unos sótanos, en los que había unos calabozos con una capacidad de 2 metros de largo y 1,5 metros de ancho. Para respiración, una ventanita de 0,30 metros x 0,20 metros de ancho, con un asiento de piedra triangular. Nosotros éramos 17, y nos distribuyeron entre los dos calabozos.
Pero resulta que eran las fiestas de San Anastasio, y cada momento traían algún chorizo. En total, llegamos a estar 11 personas en un calabozo. Nos teníamos que turnar la cabeza en la ventanilla para respirar, porque nos asfixiábamos, y entre día tenían que abrir las puertas porque nos hinchábamos. Durante el día nos dejaban tranquilos, pero cuando llegaba la madrugada, ya tocaban a botasillas. Nos estaban turnando, y empleando los procedimientos más groseros y espantosos que en ninguna época hayan practicado, hasta que quedaban agotados.

7.2.08

71

Después, volvieron con nosotros, preguntándonos que cuántas armas había en el pueblo. Yo les dije que no lo sabía, pero que el que no tenía era porque no le daba la gana, porque en el pueblo estaban esparcidas por todas partes, abandonadas de la guerra. Ya agotados con nosotros -al compañero le cogieron una metralleta- decidieron dejarnos tranquilos.

Entonces hicieron un llamamiento al pueblo, para todo aquel que hubiera recogido un arma, que la entregase, que no le pasaría nada. Y recogieron un montón para parar un ejército.
La gente quedó atemorizada. Muchos marcharon al campo a esconderse. Otros marcharon a Francia, como los hermanos Juan y Diego, que eran vecinos míos. Y los hermanos Domenech, que, cuando fueron a detenerlos, uno de ellos se lo encontraron por las escaleras, y le preguntaron si vivía allí Francisco Domenech. El dijo: -"Sí, arriba, al tercero." Y era él, y ya no paró hasta Francia, desde donde no ha vuelto más.
Otro caso muy doloroso fue el de Antonio Peris, que fue tal el shock que sufrió, que se ahorcó en su casa. El terror y el pánico que sembraron aquella gente era terrorífico.

A los dos días, bajó a buscarnos una Brigada de Policía, y, a las tantas de la noche, se nos llevaron en un camión. Para los familiares, esposas, padres y hermanos, todo eran desmayos, malas ganas y una serie de descomposiciones. Fue algo tan espantoso, que el pueblo tardó mucho en reaccionar; y después, la gente reaccionaba de diversas maneras bastante confusas y para todos los gustos.

6.2.08

70.- Detención y torturas

El día 7 de Mayo de 1946, a las cuatro de la mañana, se presentaron dos Guardias Civiles y tres de la Brigada Social -especie de checa con los mismos sistemas-, que les abrió mi padre, y me sacaron de la cama con muy malos modos.
Estuvimos dos días en el cuartel declarando, y con careos continuamente. En las declaraciones tenías que decir algo, de lo contrario te habrían muerto. Se ponían uno en cada lado, pegándote puñetazos con toda la fuerza en los riñones; y otro delante, abofeteándote de una manera brutal para que hablásemos. Después, que cuántas armas tenía -por cierto, tenía un mosquetón encasquillado, que ellos lo dieron por bueno-, y que cuántos del pueblo tenían armas.
Yo me encontraba como atrofiado, y sin sentido ni ideas, ni forma de salir de aquel estado caótico.
Después, en un careo, hicieron subir a José Soler, y nos emprendieron a los dos. En aquel momento apareció el señor Serrano para interesarse por mi compañero Soler, diciendo que era un buen chico. Pero fue tal la reacción de aquella gente, que aquel hombre, a pesar de ser muy mayor, y con una personalidad muy influyente en el régimen -era el administrador de todas las minas de la Compañía Flix-, sufrió un impacto tan grande que se quedó temblando, se fue para casa, y al poco tiempo murió sin pronunciar palabra. Ni los médicos ni nadie supieron la enfermedad que tenía.

5.2.08

69.- SEGUNDA PARTE.- El Desastre

Hasta el año 1946 todo se iba normalizando, y se empezaba a ganar algún dinero; y la guerra internacional y el régimen parecían tocar a su fin, según las emisoras de radio y el ambiente nacional. Aunque las represalias del régimen eran de las más bárbaras que jamás un régimen procediera.

Las cárceles estaban abarrotadas de presos por hechos de la guerra. La Confederación Nacional del Trabajo iba moviéndose, pero con tan mala suerte que dentro de los comités había espías y chivatos. Así como se formaba un Comité, enseguida venía el chivatazo, y a la cárcel. Así, empezamos recaudando para ayudar a los presos. Después, la cruzada de los maquis; las proclamas de la emisora Pirenaica, lanzando bravatas... La gente hablaba sin reparos, pero los fascistas estaban recelosos, y procedían con mucha saña. Nosotros, con muy poca cautela, cada día nos íbamos involucrando más, y ya era difícil deshacerse.

4.2.08

68

Me mandaron a Barcelona. Estuve más de tres meses -fue cuando nació Ismael- en la General de Seguros. Me daban de seguro 7,50 céntimos. Viendo ya que no podía hacer más con la mano, me ofrecieron un arreglo, y un abogado, de esos que son mensajeros (representan a los abogados), me llenó la cabeza que tenía que cobrar mucho, y, a la hora de la verdad, vi que me lo liaba mucho, y que era muy amigo del de la Mutua. Me ofreció 5.000, y el abogado se me quedó 1.000. Solamente por una pequeña intervención.

Los primeros años después de la guerra fueron caracterizados por una cantidad de accidentes horrorosos. El primero fue al polvorín de la mina, delante del matadero municipal; que entraron cinco niños, y murieron carbonizados al explotar una gran cantidad de explosivos abandonados por la guerra. Y otros que murieron recogiendo metralla.
Después vino el de la acequia de Campells, que murieron cinco obreros atrapados por una piedra muy grande, casi todos casados y con familia. Dos eran del pueblo.
Yo, entonces, trabajaba en Previsión, en la mina del puente. Allí también trabajaba mi hermano, llevábamos una galería y nos defendíamos bastante bien.

3.2.08

67

Llegamos al pueblo. La segunda semana, me vinieron a buscar para hacer las escaleras de la iglesia. Trabajé dos semanas, que aún me las deben. Fuimos tres hombres.
Y empezamos a organizarnos la vida. Yo me lié con Teresa, y vivíamos una vida muy reprimida. A los pocos días, viene una orden de detención de mi hermano, con cuatro más del pueblo. Aquello fue un mazazo para nosotros, porque mi hermano, que apenas tenía veinte años cuando terminó la guerra, nunca había participado en nada, ni había pertenecido a ningún partido político ni sindical.
Estuvo más de seis meses en las cárceles de Caspe y Zaragoza. Yo no salía de casa, de no ser para ver a la novia, porque cada día había desfiles y procesiones con boinas rojas y fusiles de madera, y con redobles de tambores y trompetas, con unos ruidos desacompasados y desastrosos.
En aquellas épocas, los pueblos estaban gobernados por unos clanes envalentonados por una victoria de la guerra franquista. Aunque ellos no habían participado en ninguna confrontación, sí tenían la mala baba de hacernos purgar con sus malas entrañas, y disfrutar viendo y procediendo contra todos aquellos que no queríamos someternos a unos fanáticos que no tenían más luces que un satileno apagado.
En el pueblo, todo eran desfiles con boinas rojas, el brazo levantado, una cantidad de tambores que redoblaban con todas las fuerzas que parecía una tormenta de granizo; con fusiles de madera y unos cornetines que tocaban desordenadamente. Pero los chavales, aupados por sus jefes que mandaban los desfiles, no tenían ni puñetera idea; ni siquiera habían hecho el servicio militar. Yo veía los actos desde casa con la luz apagada, debido a que no hacían más que mirar por balcones y ventanas para llamar la atención e incluirlos a los desfiles o las procesiones que se hacían semanalmente.
Así iba siguiendo la vida. Yo me metí en la mina. Me costó mucho adaptarme a la forma de trabajo. Después me casé. Y cuando ya me había acostumbrado al trabajo, tuve tan mala suerte que me cayó una piedra en la mano, que me la dejó hecha un guiñapo.

2.2.08

66.- Llegada a Mequinenza

Llegué a mediados de Mayo, y un día después llegó mi hermano Joaquín. Nos presentamos al Ayuntamiento, y el alcalde Valentín Médico nos puso verdes de barbaridades contra nosotros, por estar con la República, calificándonos de todos los males habidos y por haber.

Al día siguiente, nos mandaron presentarnos a Zaragoza, y no teníamos ni una peseta. Una señora nos dejó 25 pesetas, y con ellas hicimos el viaje. Fuimos a Capitanía a presentarnos, y a dormir en una casa de muebles que cobraba 2 pesetas, con derecho a desayuno. Muy de mañana, nos levantamos mi hermano y yo y, desayunando, había seis o siete militares de Franco, que hacían gala de las proezas de su ejército. Que si los rojos eran eso, que si lo otro, que si tenían cola, que obreros eran capitanes, y una guasa a cual mayor. Entonces, indignado, les dije: -"Mirar, nosotros somos del ejército rojo, que decís vosotros. ¿Sabéis quién ha hecho la guerra tanto en un bando como en otro? Labradores, pastores, jornaleros, obreros, y gente por el estilo. ¿Quién se ha llevado las condecoraciones? Vosotros no. Tenéis que saber que la República tuvo que formar un ejército del pueblo para luchar contra los militares, que ya estaban formados. Y si no hubiese sido la ayuda de los alemanes, italianos y los moros, no hubieseis ganado la guerra, aunque vosotros no habéis ganado nada."

Se levantaron, y, sin pronunciar palabra, pagaron y marcharon. Aquella señora [la de la casa de muebles] era viuda. Le habían fusilado el marido los fascistas en la cárcel de Torrero. Después de marchar los militares, nos abrazó y nos besó a mi hermano y a mí, y no quiso cobrarnos el desayuno. Nos dijo que había disfrutado mucho al oír las verdades que ella sabía y que nunca pudo manifestar. Con que nos despedimos, y se nos ofreció incondicionalmente, aunque no hemos sabido más de ella.

1.2.08

65

Con que, por el camino, compramos dos pesetas de naranjas, y nos tocó una peseta para cada uno. En Silla nos bajamos, y nos separamos todos. En aquellos momentos, vi que se abría una barbería, y me fui allí y dije:
-"¿Cuánto vale un corte de pelo y barba?".
Dice: -"Una peseta".
-"¿Se atreve conmigo?".
-"Siéntese".
Me hizo lavar la cabeza, me arregló cabello y barba, y después no quiso cobrar. Dijo que más falta me hacía a mí que a él.
Después me fui al pueblo de Aldaya, a casa de una familia que me esperaba, pues había un amigo de Caspe que era hermano de la nuera de la casa. Estuvimos dos días para recuperar fuerzas, y entonces decidimos marchar para el pueblo. Me vendí la manta que llevaba a un Requeté de Pamplona, y por caridad me dio 15 pesetas, que nos fueron muy bien para el viaje.