A los dos o tres días, nos notificaron que a las cinco de la mañana nos trasladaban a la cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia). Así que, a las cuatro de la mañana, teníamos que estar con todo preparado en retonda. Con que atamos el petate, el macuto y la bolsa de costado. Ya en retonda, estaba Don Cresencio (el Manchas, el jefe de servicios), Pineda (un oficial), y un funcionario para tomar las huellas dactilares. Entonces, el Manchas, que en los dos años que llevaba en Torrero no había hablado nunca con él y creía que no me conocía, dice: "¿Comas? Quiero hablar un poco contigo". Me hizo salir fuera, y me dice: "¿Sabe que todos los de Mequinenza, con vuestra conducta, habéis dejado el listón muy alto?". Yo contesté: "No hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación en la disciplina que nos han impuesto". Y me dijo: "Pues ten presente que, aunque sé que tengo mala fama, tengo sentimientos. Y si en alguna circunstancia, por la causa que sea, te puedo ser útil, no repares en requerirme, que estaré a tu disposición". Me dio un apretón de manos de despedida, y me dijo que lo comunicase a mis compañeros. Cosa que se quedaron muy extrañados cuando se lo conté.
Partimos con un furgón Canguro para la estación, donde encontré a mi hermano y la mujer, que me esperaban, junto con otros familiares. Creo que eran las seis cuando partíamos, Antonio Soler y yo, atados. Al llegar a Teruel, que hicieron el relevo de la Guardia Civil, nos apretaron las esposas por por precaución a los maquis. Por cierto, que a mí me vino un mal de cabeza que creía que me iba a explotar. Era para finales de Octubre y en Segorbe, a un hombre que vendía naranjas le compré dos kilos. Eran más agrias que un veneno, pero aquello fue lo que me rehizo.
Llegamos a la estación Churra de Valencia a las doce de la noche, y hasta San Miguel, teníamos que andar cuatro kilómetros cargados con el colchón, macuto y bolsa de costado con libros, cuadernos y otros enseres. Yendo por aquellos atajos, en un chalet cerca del camino, salieron tres o cuatro perros, que yo creía que se nos metían encima. Y la Guardia Civil, con más miedo que alma, estuvieron a punto de abrir fuego con sus naranjeros, según nos manifestaron en el camino. Se creían que nos atacaban un grupo de maquis.