8.1.08

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Le conté todo lo que me había pasado, y me dijo: "No te preocupes, la base está en Valencia, y tenemos que ir allí. Tu déjame hacer a mí".
De modo que ya se acercaba el día, y tiro. Llega al control y dijo: "¡Hola muchachos!". Y sacó, en vez de la hoja de ruta, un paquete de cigarros medio vacío, y arrancó a toda marcha para Valencia.
Llegamos al Perelló con más hambre que el perro de un saltimbanqui. Allí en la plaza había un portalón, grande y antiguo, con un hombre que abría la portezuela del medio; nos acercamos a él y le dijimos si tenía algo para almorzar. Nos dijo que no tenía nada. Nos exclamábamos, aunque no fuese más que una sopa hervida. Después de mucho rogar, nos hizo subir al primer piso. Una vez arriba, dice: "¿Os comeríais unas costillas asadas?". ¡Oh!", dijimos nosotros. Perdimos la cuenta de las que nos comimos. Así llegamos a la Ciudad Jardín de Valencia, al lado de Burjasot, el pueblo de Blasco Ibáñez. Los compañeros de allí ya nos daban por desaparecidos.