En cuanto a los chavales, los ricos los mandaban a estudiar a las capitales, que lo que menos hacían era estudiar. Cuando llegaban a finales de curso, compraban los títulos por medio del chantaje, aunque la mayoría después no lo ejercían y vivían de sus rentas. Había un maestro y una maestra para todo el pueblo, que la faena que tenía de controlar los más de cien chiquillos de todas las edades. La mayoría de los niños estaban por la calle, hasta la hora de llevar la comida a los mineros. Íbamos mal calzados y mal vestidos.
Los Juegos.-
Capitaneados por mayores, formaban cuadrillas y a golpes de piedras por las calles; o a jugar a las canicas (singuetes). También, con unos hierros jugaban a los patacones. El juego consistía en un cuadrilátero. Se ponían los patacones en el medio y, a golpes de hierro, a sacarlos del cuadro. El patacón era una carta de baraja vieja rota por el medio, y formabas una especie de petaca. Era la delicia de los chavales.
Otro juego muy particular, que aún existe hoy, es la baldrufa.
Si tenían ganas de orinar, lo hacían en cualquier esquina. Se daban media vuelta, y como los perros, levantar la garra y a mear. En cuanto a hacer de vientre, casi nadie tenía water. Los de la parte alta iban a la sierra del castillo, y los de los bajos a la orilla del río, a la Batería, al campo de fútbol, a la pared de Obres Públiques o a la pared del huerto de Serero.
El ayuntamiento tenía un Alguacil de segunda categoría, que iba con una paleta y un cubo, e iba recogiendo las cacas del pueblo, las ponía en un montón y las vendía a los hortelanos como abono. Era un abono especial. Los payeses solían tener una tinaja para las mujeres, y cuando la llenaban, la cerraban bien y la llevaban a la huerta.
Cuando venían los carros cargados de regaliz para la fábrica, todos los críos iban detrás, tirando de las vergas para hacer chupadillos. Había dos fábricas de regaliz, una de Vallés, y otra de Justribó. Solían tabajar la mayoría de las mujeres del pueblo, y el jornal era de 0,50 céntimos.