Al llegar, el primero con el que hablé fue Juanito Torres, que ya había visto nuestro expediente. También vino Cecilio Rodríguez y tres más, que todos habían formado uno de los Comités Nacionales. Cuando les hablé sobre lo que me había dicho Juanel de salir a trabajar, consideraban que tenía demasiada condena (era de quince años) para eso. Así que no veían muy claro el asunto.
En seguida me dieron destino. Me mandaron al chequeo de los paquetes de comida que entraban. Así conocí un elemento muy original. Se trata del "Consorcio de Franco", un elemento de una figura un poco rara: una altura de metro cincuenta, con ciento treinta Kg. de peso, era un sistema como un saco ancho, con dos palos, uno en cada lado del saco, y una calabaza para cabeza, sin cuello, pegada a los hombros. Le entraban un bolso de comida, jarabes, piorreas, reforzantes, y otras especies, con un valor mayor que entre todos los demás paquetes que entraban. Lo tenían en la enfermería, tipo camuflaje. Le subía el bolso, que casi no podía con él. A pesar de que me tenía que firmar el libro, durante varios días de mi estancia allí, nunca me dio las gracias ni oí su voz. Según las versiones que daban de él, lo querían linchar los estudiantes de Madrid, a consecuencia de unas estraperladas con los alimentos que mandaba Eva Perón, en especial barcos de lentejas para matar el hambre de aquella época. Y para despistar, lo camuflaron en Yeserías a cuerpo de rey. Para comunicar, no sé si era su señora o qué, pero lo vi personalmente, se cerraba con una mujer en la sala de Jueces cada día. No tenía relación con ningún recluso de la entidad. Yo, como tenía ese destino, me veía obligado cada día a llevarle el paquete que le mandaban. A lo pronto, parece que le molestaba el que después que firmaba, sin mirarte siquiera, le decías adiós y no te contestaba. Era repugnante.