Después, volvieron con nosotros, preguntándonos que cuántas armas había en el pueblo. Yo les dije que no lo sabía, pero que el que no tenía era porque no le daba la gana, porque en el pueblo estaban esparcidas por todas partes, abandonadas de la guerra. Ya agotados con nosotros -al compañero le cogieron una metralleta- decidieron dejarnos tranquilos.
Entonces hicieron un llamamiento al pueblo, para todo aquel que hubiera recogido un arma, que la entregase, que no le pasaría nada. Y recogieron un montón para parar un ejército.
La gente quedó atemorizada. Muchos marcharon al campo a esconderse. Otros marcharon a Francia, como los hermanos Juan y Diego, que eran vecinos míos. Y los hermanos Domenech, que, cuando fueron a detenerlos, uno de ellos se lo encontraron por las escaleras, y le preguntaron si vivía allí Francisco Domenech. El dijo: -"Sí, arriba, al tercero." Y era él, y ya no paró hasta Francia, desde donde no ha vuelto más.
Otro caso muy doloroso fue el de Antonio Peris, que fue tal el shock que sufrió, que se ahorcó en su casa. El terror y el pánico que sembraron aquella gente era terrorífico.
A los dos días, bajó a buscarnos una Brigada de Policía, y, a las tantas de la noche, se nos llevaron en un camión. Para los familiares, esposas, padres y hermanos, todo eran desmayos, malas ganas y una serie de descomposiciones. Fue algo tan espantoso, que el pueblo tardó mucho en reaccionar; y después, la gente reaccionaba de diversas maneras bastante confusas y para todos los gustos.