31.1.08

64

Cogimos la carretera camino de Valencia, y al lado del camino, en las afueras, había un campo de habas, y aprovechamos bastante. Después, andando, se nos juntaron unos cuantos militares italianos. Empezaron haciendo preguntas, y ensalzando el valor de las fuerzas Republicanas en Guadalajara, las batallas del Ebro y la resistencia de Madrid; y que ellos no vieron la guerra ganada hasta que retiraron los diez mil voluntarios internacionales de la República, mientras que los de los fascistas, que eran más de ciento cincuenta mil, no marcharon ninguno. Después de muchas consideraciones, empezaron a tirar piedras a las palmeras para hacer bajar los dátiles, para que los comiésemos nosotros. También nos llevaron a su base, y nos dieron un plato de macarrones hervidos.
A media noche llegamos a los túneles de Masagrat. Al día siguiente, emprendimos la marcha, hasta que, cansados de andar, llegamos a un control de guardia. Ya no podíamos más. Al cabo de mucho rato, se presenta una camioneta pequeña. Le pedimos si nos podía subir, y dijo que sí. En éstas, venía un hombre con una bicicleta vieja cogida de la mano, que le esperasen. Suerte tuvo que yo le ayudé a subir. Ya en la camioneta, me miró y dice: -"¿Que vienen de la Plaza de Toros?". Digo: -"Sí, señor". -"¡Se les nota!". Al cabo de un rato, que íbamos en silencio, veo que saca la cartera, empieza a pasar papeles y repasar, y la vuelve al bolsillo; después saca un bloc, y empieza a pasar hojas; al rato, aparece un billete de 5 pesetas, lo coge y dice: -"Tome, para los tres. No tengo otro". Yo no quería aceptarlo de ninguna manera. Entonces, medio enfadado, me dice: "¡Soy un obrero de Sagunto!". Entonces, yo no hablé más. Conozco todas las tragedias que han pasado con los bombardeos cada día.

30.1.08

63

Yo considero que, si algún pueblo se merece un homenaje de Apóstoles, éste debería ser para las mujeres de Alicante. Las recuerdo cuando íbamos a los almendros; después, de vuelta para la Plaza de Toros, serias, sin pestañear, y llorando a lágrima viva. Había un cordón de espectadores incalculable.

Después vino el reverso. Andando por aquellas calles, nos topamos con un grupo de militares de Franco, y se encaran con nosotros:
-"!Ostia qué tres, qué cara de criminales tienen... particularmente el del medio!".
El del medio era yo.

Después, los dos de Alcampell querían buscar algún almacén de intendencia para que nos suministraran algo de comida para el camino. Yo, más desconfiado, que era impropio para nosotros. No obstante, vieron un almacén, y entraron dentro. Yo me quedé en la puerta, receloso. Dentro había un Capitán y dos o tres más, y, al entrar, el Capitán les dijo:
-"¿Qué sois vosotros?".
Dijeron: -"¡Militares de la República!".
-"¡Lo que sois rojillos... Canallas! ¡Que os doy un puntapié a los cojones que os los pongo para corbata!".

29.1.08

62

Salí con dos de Alcampell. Ya en la calle, con un aspecto deplorable, nos encaminamos para casa. Yendo por una de las calles principales, se nos acercan dos mujeres ya mayores:
-"¿Que han salido de la Plaza de Toros?".
-"Sí, señoras".
-"Se les nota. ¿No se comerían un puchero de lentejas?".
-"Rabiando estoy por unas".

Con que nos sentamos en la acera, dispuestos a devorarlas, cuando se presenta una tercera mujer, y dice:
-"¡Pobre gente, y las comen sin pan!".
-"Y ricas que están".

Al momento, aquella señora nos daba una barra de pan blanco, pero de inmediato se presenta su marido: -"¿Pero qué haces? Si no tenemos otra, y tenemos tres hijos pequeños". Entonces, cogí la barra de pan y se la devolví. Les dije que con las lentejas ya salvábamos la situación, y que aquel gesto de las tres mujeres no lo olvidaría nunca, aunque viviera cien años.
Después nos explicaron que en el puerto había una sierra de lentejas, las cocían, iban a la Plaza de Toros, daban nombres imaginarios, las entraban, pero se las devolvían, al no encontrar un nombre, con la atrocidad de hambre que había.

28.1.08

61

Para beber, bebíamos en los urinarios. Recogíamos el líquido con un vaso de aluminio. Para hacer las necesidades, cogieron una brigada y les hicieron cavar una zanja en un corral, pero allí no se hacía más que sangre, de la desnutrición que padecíamos todos. Fue entonces que me enteré de que, al estar días sin comer, después de pasar tres o cuatro, el hambre desaparece. Y es cuando viene la fiebre. El problema es que tienes necesidad de ir de vientre y, al no comer, no puedes hacer nada. Y los problemas son graves.
Entre los compañeros, había un tal Teixidó, que fue chófer del famoso Molins, del Cuerpo Tren de la 25 División. Pesaba más de 110 kg., pero allí se quedó tan delgado que, para orinar, tenía que levantarse la barriga, porque le había quedado como una falda. Ese chico había sido boxeador.
Un día, nos hicieron salir como a medio millar, y nos llevaron a un cuartel a limpiarlo. A mí me dieron una escoba, que para lo que me servía era para tenerme derecho.
Por fin, después de no sé cuanto tiempo, a un grupo -también de medio millar- nos sacaron a declarar. Iba con mis primos en el grupo. Con que me toca a mí. Veía que al que le ponían una "F" azul, era que salía, y al que le ponían una "D" roja quedaba retenido. Así que me toca a mí: -"¿Motivos de ir al puerto?". Dije que llevé a un Capitán, con el que estaba de servicio, y no podía negarme. -"¿Tiene documentación?". Hoja de ruta y el carnet de conducir. -"¿Tiene alguna persona que le avale en el pueblo?". E instantáneamente me vino a la memoria Antonio Sagarra Navas y su cuñado, Anselmo La Casa. Acto seguido, ya marcó la "F" , que me di cuenta que iba fuera.
De modo que mis primos se quedaron. Una tableta de chocolate, que me dieron para el viaje, se la di para ellos, por una reja que nos separaba.

26.1.08

60.- La Plaza de Toros de Alicante

En el centro del ruedo, descargaron una cantidad de paelleras y calderas enorme. Pero yo, por desgracia, no las vi usar. Así que, como pudimos, me reuní con mis primos Estruga y pudimos, a empujones, pasar al tendido, o pasillos. Con que con la manta que llevaba, y el macuto para cabecera, pude acostarme, con un mal de cabeza que no podía; los demás, sentados. Uno te pisaba la cabeza, otro el cuerpo, y así iban pasando los días.
Yo, de no haber sido por los hermanos Estruga, primos hermanos míos, me habría muerto. Cogí una delgadez, me lié una manta tirado al suelo, y continuamente unos me pisaban la cabeza, otros el vientre, e iba de mal en peor.
Mis primos, viendo que mi estado de ánimo iba decayendo cada día, me forzaron a que me levantase, y me dieron unos cuantos objetos para que los intercambiase: una máquina fotográfica, una pluma, unos zapatos, y algunas cosas más. De la pluma me dieron un chusco y una lata sardinas; y de lo demás, por el estilo. Así mejoré bastante. Después, por la noche, no se me acomodaba la cabeza al macuto, lo deshice, y llevaba cuatro o cinco latas de leche, que me llevé del internado Durruti. De modo que las repartí para el grupo, y si me descuido, no me dejan para mí.
En aquellas circunstancias se dio un caso muy curioso. Resulta que una familia de Alicante les entraba comida a unos que estaban a mi lado. Después de comer, desgranaron una habas y se comieron el grano, y tiraron las vainas a la basura, con tan buena suerte que nos tiramos un grupo, y las recogí yo. Después las repartí, y tocamos a media vaina cada uno.

25.1.08

59.- El Campo de los Almendros

Pero, al día siguiente, el asombro fue general. No sé el día que estábamos. Eran los primeros de Abril, no sé si el cuatro o el cinco. Había unos almendros cargados de almendras del tamaño de peladillas fabulosas o avellanas, y protegidas por el verdor de las hojas. El primer día, nadie tocó nada de las cuatro o cinco hectáreas que había plantadas de almendros. Pero, al día siguiente, aparecieron los almendros con el brote más delgado como media muñeca. Lo mismo que si hubiera pasado una tormenta de piedra que deja devastada de una manera catastrófica de lo más deplorable. No creo que volvieran a reverdecer.

Las mujeres de Alicante se esforzaban llevando cántaros de agua. Algunas cobraban hasta mil pesetas por un trago. Pero, como el dinero no tenía ningún valor, era igual que si la regalasen. Porque tanto en el puerto como en los almendros había dineros hasta la rodilla, y nadie los recogía. Acampábamos todos tirados al suelo, hasta que un día se presentaron unos grupos armados hasta los dientes, y, a empujones, nos hicieron ir para la carretera. Y, por las afueras de Alicante, nos condujeron a la plaza de toros. Nos metieron a unos diez mil, todos amontonados. Primero nos hicieron formar al ruedo, en forma de media luna. Y pasaron unos tipos, vestidos de falangistas, armados hasta los dientes, haciéndonos un registro de pies a cabeza, que no quieras saber. El que les parecía sospechoso, se lo llevaban y ya no sabíamos más de él.

24.1.08

58

Después, otro que se subió a una torre metálica del muelle, y no paraba de dar voces: "¡Vienen por aquí!, ¡Compañeros, vienen por aquí!, ¡Allá hay muchos barcos!"...
De hecho, los había, pero eran fascistas. A continuación, una caravana de mujeres gritando: "¡No os marchéis...!, ¡No os marchéis...!, ¡No os marchéis...!", sucesivamente. De golpe y porrazo, nos encontramos rodeados de tantos morteros y ametralladoras que se tocaban unos con otros, apuntando ante nosotros.
Continuamente entraba el Cónsul inglés, después el francés, diciendo que ellos no podían hacer nada. Que Franco era muy bueno. Que a todos los que no tenían las manos manchadas de sangre los perdonaba. Hicieron retirar las mujeres, y la situación de los hombres se hacía insoportable. Faltaba agua, comida, higiene, y todas las necesidades que las personas necesitan para subsistir. Ya al vernos impotentes y sin fuerzas, nos hicieron formar y, sin fuerzas para andar y en columnas de cinco, nos mandaron al campo de los almendros. Nos acomodamos en el suelo, esperando lo peor que nos podía pasar.

23.1.08

57.- La Hecatombe

Ya directamente nos fuimos al puerto. Y lo primero que me encontré fue el Jefe de la 25 División, que me llamó para que lo llevara al local de las Juventudes Libertarias. Fuimos allí a toda pastilla, subió de un salto, y me dijo que no parara el motor. Bajó al instante, y me dijo: "¡Ya lo tenemos todo perdido!".

El coche ya no lo pude entrar, y se me vino el cielo encima. Una avalancha de gente amontonada, de unas cuarenta mil personas, hombres y mujeres apiñados. Unos, que los barcos están a la derecha, como una tromba humana difícil de explicar, sin poder ni sentarse, ni acostarse, ni hacer sus necesidades; hasta que otras voces se oían: "¡Allá embarcan!", y todos apretujando por donde se oían las voces. Hasta que, por fin, rendidos, quedaban como estatuas, sin poderse tambalear para ningún lado, muertos de sed más que otra cosa.

Cada momento había alguien que se suicidaba -entre ellos, el Capitán del Estado Mayor de la 25 División, Máximo Franco, con el que había estado varios meses de enlace, y en el frente compartimos el mismo apartamento, junto con tres más de un pueblo medio destruido por la aviación y la artillería. Estábamos a primera línea-.




Foto: El barco Stanbrook, uno de los dos únicos que partieron del puerto de Alicante el 28 de Marzo de 1939, en los últimos días de la guerra. El barco iba escorado, con la línea de flotación hundida. Zarpó el 28 de Marzo a las 23 horas, con 2.638 personas hacinadas, entre bombardeos franquistas. El otro barco, el Marítime, salió con sólo 32 "personalidades" republicanas, aunque cabían muchos más. En el puerto quedaban decenas de miles de desesperados, abandonados a la represión fascista. La República agonizaba ante la dictadura.

22.1.08

56

Nada más llegar a Alicante, mandé al ayudante del Capitán que fuera a informarse de las decisiones que teníamos que tomar. Después de los años que han pasado, nunca he olvidado aquel momento. Me hicieron una propuesta, y yo, como un imbécil, no la acepté, y mi error no me costó la muerte porque no había llegado mi hora, como sí les llegó a muchos otros: al bajar del coche, la mujer que vino con nosotros se acercó a mí, y me dijo: -"¡Véngase conmigo!". Yo le dije que no. Ella insistió: -"Mire que no embarcarán. Lo sé muy bien. Se lo repito. ¡Véngase conmigo!". Yo le digo que no insista, que ya está decidido. -"Pues deme sus señas". -"Yo no tengo en estos momentos", le digo. Ella me preguntó: -"¿Cómo se llama?". Y yo le contesté: -"Es igual; no hace falta que se lo diga".

Le di dos botes de leche condensada, que llevaba varios, y marchó derramando lágrimas por mi tozudería de no ir con ella, con lo segura que estaba de que no embarcaríamos. Bajó el ayudante, que también tenía cara de imbécil -quizá más que yo-, con su naranjero en la mano, diciendo que no había aclarado nada.

21.1.08

55

Yo estaba en el internado Durruti, con el escuadrón divisionario llamado Grupo Continente, que nos mandaron por los acontecimientos que provocaron los comunistas. Nos bajaron al frente de Valencia, en respaldo del Comité Nacional de la C.N.T., sito en la calle de La Paz.
El escuadrón del Grupo Continente eran una clase de hombres que no eran inteligentes, porque les había pasado como a mí -la mayoría ni habían ido a la escuela- pero a fuerza de bregar en las avanzadillas, combates, retiradas y otras tareas que se les mandaba, se forjaron de tal manera, que siempre estaban dispuestos a jugarse la vida por la causa.

Era el 28 de Marzo de 1939. Me encontraba a las tres de la madrugada en la calle de La Paz, esperando la orden de partir para Alicante, para embarcar sin saber a dónde. Estaba requisando una rueda de recambio, y se acercó una mujer joven, y me preguntó: "¿Van ustedes a Alicante?". Yo le dije que sí, pero que íbamos tres, el capitán y su ayudante, que estaba presente. Con que le dije: "Ves arriba al Comité y pregúntale si puede venir una mujer en el viaje". Según dijo ella, el poder trasladarse se trataba de vida o muerte. No llevaba más que una carpeta bajo el brazo. Al rato, bajó el ayudante, y dijo que ya podíamos marchar. Así que emprendimos viaje a Alicante.

El viaje parecía cosa de temerarios. Los coches se sucedían fuera de la carretera. Hasta que se hizo de día, fue un temor constante. No te daban con el cruce de las luces. Iban con las largas continuamente. Yo, desde luego, conduje a todo lo que me daba el acelerador. Así que, allá cerca de las nueve, llegamos a Alicante.

20.1.08

54

El descontento era general. La gente andaba sin rumbo fijo. Por todas partes se oían voces de la dimisión de Negrín y de la Junta de Casado. Valencia era un montón de escombros. Las calles estaban llenas de basura maloliente. En las casas de prostitutas, subían y bajaban los milicianos a bandadas. Había mujeres que, sin moverse de la cama y comiendo cacahuetes, tenían una cola de catorce o quince hombres esperando el turno. Y la mujer esperándoles desnuda en la cama sin tomarse un respiro o un descanso de hombre a hombre, ni lavado, ni mucho menos revisión médica. Conducir se hacía imposible; la gente andaba por el medio de la calle sin miedo a que se les atropellase. A mí se me dieron muchos casos de ir con el coche y, hasta que estabas a la altura de la gente, no se movía.
Los cuatro o cinco bares principales que había estaban abarrotados de gente que entraba y salía continuamente. Servían un licor que le llamaban vermut, que de hecho parecía un líquido inflamable. Se armaba cada pelea que acababa en un infierno con todo roto sistema Tejas, ya desde varios días hasta el final de la guerra.

19.1.08

53

Entonces, a primeros de Febrero del 39, me destinaron de enlace al Comité Nacional de la C.N.T. de Valencia, que estaba en la calle La Paz. Estaba con un grupo de choque, que se llamaba la Compañía divisionaria. Y estábamos hospedados en el internado Durruti, que estaba en una calle al lado de las Torres de Cuarte. Todo el mes de Marzo se vivía con una inquietud desesperante. La gente andaban como autómatas; andaban por las calles, les pitabas con el claxon y no se apartaban. Nosotros estábamos alerta, porque se temía la dimisión de Negrín. Los comunistas se revolucionaron, y nosotros íbamos tomando posiciones, anticipándonos a los desmanes comunistas. Hubo unos cuantos brotes, pero se rindieron enseguida. En Madrid hubo muchas escaramuzas hasta que marchó Negrín. Después vino el pacto de Casado. Parece que dieron algunas garantías de seguridad, pero nosotros desconfiábamos mucho.

En una reunión con el grupo, ya habíamos planeado de cargar víveres, adentrarnos en las montañas de Cullera y trasladarnos a campo través hasta Francia. Pero resulta que llegaron noticias de Madrid, que nos darían toda clase de facilidades para embarcar al extranjero, y fuimos engañados como chinos.

18.1.08

52

Estaba de servicio con un Capitán Instructor, y un día fue a educar un Batallón, que eran recuperados de la "Quinta del Saco". Se les denominaba así porque siempre iban con el saco al hombro, y muchos de ellos llevaban una piel de oveja en la espalda. Les hacían marcar el paso, y ni hecho adrede lo hubiesen hecho peor. Andaban con paso cansino y con desgana, como ancianos de ochenta años. Yo me preguntaba: "¿Con eso vamos a ganar la guerra? Aviados estamos". La primera noche que les mandaron a las avanzadillas, se pasaron casi todos. Daban un aspecto desolador.

Estaba esperando al Capitán, que terminase las diligencias con ellos, y uno que iba rezagado me dijo que, si lo llevaba a su pueblo, matarían un pollo para invitarme a comer. Y que hacía mucho tiempo que no había visto a la familia. Yo le dije: "¿Cuánto hace que no les has visto?". Y dice: "15 días". Entonces le dije que se fuera antes no pasase otra cosa. En todo el tiempo que iba de guerra, yo no los había visto más que una vez.

Ya viendo aquellos sucesos, y otros similares, te hacía reflexionar que las cosas no marchaban bien.

17.1.08

51

En cambio, por las cercanías de Valencia se hacía intransitable. Había unos hidroaviones que volaban raso y, cuando llegaban a tu altura, te ametrallaban y tiraban dos bombas de mano, y éramos blanco seguro. Operaban siempre de noche, y tenían la base en Palma de Mallorca. Hasta que emplazaron unas ametralladoras antiaéreas, y me enteré que se cargaron por lo menos dos. Entonces circulábamos tranquilos. Se decía que los aviadores eran hijos de Valencia, y por eso eran muy conocedores del terreno.

Llegamos a principios del 39, y el gobierno de Negrín no dejaba de repetir "Resistir es Vencer". Y nosotros, cada día para atrás. Hacía mucho tiempo que habían marchado las Brigadas Internacionales, y nuestro ejército se resintió mucho. Yo estuve en Valencia cuando se marcharon, y se fueron llorando. Todos decían que, tan valientes y mejores compañeros, no los había por ninguna parte; y que marcharon forzados, sabiendo que del otro lado no marchaba ninguno. Que aquello era una trampa para perder la guerra. Después, la gente ya desconfiaba. La Quinta Columna ya actuaba descaradamente. En el Grado de Valencia, los bombardeos eran continuos. Sagunto lo habían asolado. Los obreros nunca pararon de trabajar y, si no, subiendo y bajando a los refugios. Yo estuve allí de servicio dos o tres veces, y considero que aquella gente se merece un monumento por su heroísmo.




Foto: Brigadistas Internacionales.

16.1.08

50

Una noche, sobre las doce, se presentó el francés (que llamábamos "el Español") y dice: "¡He encontrado una mina!". Con que marchamos cuatro rodeando el pueblo. Una vez pasado el control, él no decía nada, y nosotros, un poco moscas, andábamos tras él que casi no lo podíamos seguir. Hacía 1,85 metros de alto. Hasta que, un poco más adelante, vimos que había un bulto gordo. Con que, al llegar, vimos que era una pierna de búfalo congelada. Así que la cargamos entre los cuatro, y fuimos para cara casa, rodeando el control para que no nos vieran. Comimos carne durante varios días, que la tuve que freír para que no se nos malmetiera.

Resulta que "el Español" fue a Valencia y, de vuelta, llegó a un control y pasó un Ford de 10 ruedas. Normalmente, en el control no paraban a nadie, pero [ese día] sí hicieron algo de retención. Y él, que era muy ágil, se agarró a la caja y subió, y cuando notó que estaba cerca de Casinos, tiró la pieza en la cuneta, en el control bajó sin parar, y se volvió a apartarlo de la cuneta, para que no se lo quitasen.

Después de varios tumbos de aquí para allá, volví a ingresar en la 25 División, en la que estaba mi primo de teniente, que es donde estaba antes. Enseguida me dieron un turismo, e iba defendiéndome. Estaba de enlace al puesto de mando en las avanzadillas del frente de Teruel. Había dos o tres pueblos que los dejaron piedra sobre piedra. Andábamos por unas pistas recién hechas, que, aunque estaban batidas por la artillería enemiga, era mejor, porque podías correr y era difícil que te tocasen.

15.1.08

49

Después se creó un malestar entre el grupo, porque el que hacía de cocinero lo hacía con mucha desgana, y acordaron que lo dejara. Teníamos arroz y bacalao, y yo les dije que con un poco de colaboración podríamos comer mejor. Con que por las huertas abandonadas empezaron a recoger pimientos pequeños, algunas cebolletas, y todo lo que tropezaban. Entonces, con un sofrito y un trozo de bacalao, les hacía un arroz que no lo podían creer.

Debido a los continuos bombardeos, nos llevaron a una vaguada del Raudo, el Puerto. Una noche, a las tres de la madrugada, yo me había hecho una cueva para dormir, y oigo "¡ñe!"..., al poco rato, "¡ñe!"... Al momento, se presentaron el sargento de la compañía y uno de Ontiñena, con un cabrito cada uno al hombro. Con que enseguida me llamaron: "¡Comas, Comas, Comas!". Así que, con la luz de un coche, los espellejamos, y aprovechamos hasta la sangre. Cuando se hizo de día, ya nos habíamos comido uno. El otro lo guardamos para el día siguiente.

Continuamente los fascistas iban avanzando, y nosotros retrocediendo. Después nos mandaron a Casinos; y nosotros, en Casinos, íbamos a buscar caracoles por debajo de los algarrobos, que hacíamos con arroz y verdura que robábamos.

14.1.08

48

A los pocos días me dieron el alta, y me indicaron que me presentase en Pina de Monte el Grado, más arriba del puerto el Ragudo.
Había un grupo de catorce o quince hombres, la mitad de la 25 y la otra mitad del la 26. Sobrantes de las dos divisiones andábamos de aquí p'allá. No teníamos más que un viejo Katiuska ruso , un Chevrolet en no muy buen estado, y un turismo Ford 17 caballos. Los hombres que componían el grupo eran gente muy decidida, y casi todos teníamos un mote, como "Ballesta", "Tumaca" "No Fasistas", "Español" (y era francés), y así sucesivamente...

Jugaban con la pistola como si fuese un bolígrafo, pero eran muy buenos compañeros. Comer, comíamos poco. Siempre íbamos donde poder recoger algo, de puerta en puerta, por ver si nos vendían cochinillos, o conejos de indias. Una vez, pasamos por un campo que había un plantero de lechugas, y sin parar las comimos todas. Otro día se presentó mi hermano a verme, que estaba acampado en pueblo del Toro. Al volver, lo acompañé con el Ford que teníamos, y, al llegar, dice: "¡Mira, ahí hay una res colgada!". Con que me puse como el hijo del esquilador, y aún les llevé un trozo para los compañeros.

13.1.08

47

Así que pasé tres o cuatro días allí, y me rehíce bastante. Entonces me llevaron a Valencia, al hospital de la Pasionaria, en la calle Sagunto. Allí estuve unos tres meses.
Dio la casualidad que allí se encontraba uno del pueblo, llamado Joaquín Esteve (el de la Esparteñera), que luego murió. Yo iba todos los días a verle, hasta que un día fui y encontré la cama vacía.
Mi compañero de cama era un catalán que le faltaba una pierna. La había perdido por un trozo de metralla de un obús que le explotó al lado en el frente de Teruel.
La mayoría de heridos eran a consecuencia del frío; se les quemaban los pies o las manos. Un día, llegó al lado de mi cama uno, y no quería dejar que le diesen una inyección. Por fin, entre tres o cuatro se la dieron, pero, al momento, yo llamaba a la enfermera, que estaba muerto. Intentamos hacer algunas preguntas y averiguaciones, pero nunca supimos qué tenía, ni cómo se llamaba, ni de qué murió.

El otro compañero, el que le faltaba la pierna, le dieron el alta, y aún le supuraba la herida. Y no tenía más que su madre viuda, que estaba en la zona catalana. Con que cada mañana iba yo a acompañarle a Valencia, subiendo a los tranvías, yo con el brazo en cabestrillo, y el con una pierna y una muleta. Cuando nos veían subir, la gente ya nos hacían sitio para sentarnos.
Hicimos muchas visitas por las dependencias, que nos desaconsejaban que viajásemos. Algunas veces no nos hacían caso, otras implorando; por fin pudo embarcar para Barcelona, pues se hacía muy difícil pasar de una zona a otra, porque estaba el terreno cortado por la retirada de Levante.




Foto: Soldados en camión (Batalla de Teruel, Diciembre de 1937).

12.1.08

46

Allí me encontré con mi cuñado Joaquín, que estaba en la 117. Salimos a la madrugada con un camión pequeño, y, al poco trayecto, apatinó y volcó, y el que salió más mal parado fui yo, que se me rompió la muñeca, el cuerpo lleno de contusiones, y heridas por el brazo. Con el frío que hacía -era de madrugada y estábamos a 18º bajo cero- yo ya consideraba que aquello era el final. Pero no sé cómo ni de qué manera, que me llevaron a Alcalá de la Selva.
Allí me metieron en una cama, con las sábanas medio negras y llenas de sangre de algún herido, y no tenían ropa para cambiar las camas. Era un puesto de urgencia de primera cura. Así que, sin almorzar, ni comer, ni cenar, a las tantas de la noche, vinieron a por mí. Me pusieron sentado en un banco, los tres aguantándome y dos tirando del brazo, el caso es que, cuando me desperté, me dijeron que estaba en Segorbe. Con que vino un médico y unas enfermeras, ordenando que cuanto antes me quitaran el yeso, que la inflación pasaba tres dedos por encima. Con que luego vino un señor corpulento, con unas tijeras de podar, dice que era el practicante, y no quieras saber lo que pasé hasta que me lo sacaron. Lo que sí me dijo es que se me estaba encangrenando, y urgentemente había que sacarlo.

11.1.08

45

Así que fuimos subiendo, hasta que encontramos la pista. Antes de encontrarla, dimos con una paridera, entramos dentro, y encontramos mucho bacalao y pan. Y como hacía unas cuarenta horas que no habíamos comido, nos atracamos demasiado de pan y bacalao. Pero el problema vino después: una sed que no podíamos resistir. Comíamos nieve, y contra más comíamos, más sed teníamos. Cuando ya estábamos al final de la cordillera, había una caravana de cubas de agua llenas abandonadas. Tratamos de abrir los grifos y estaban congelados. Y no podíamos abrir la tapa de encima. Al final, con una lata que había por allí lo conseguimos, y pudimos beber. A los tres días dimos con la Compañía, y el recibimiento fue apoteósico, porque ya nos dieron por muertos o desaparecidos.

Así que, al quedar sin camión, nos mandaron al Trece Cuerpo del ejército, y nos enviaron a un pueblo llamado Alcalá de la Selva. Llegamos a media noche, y había nieve hasta la rodilla. Al lado de la carretera hicimos una fogata con pino verde, que por delante te quemabas y por detrás te quedabas helado.

10.1.08

44

De pronto, parece que te has salvado de la masacre que ha habido durante el día, pero los problemas no acaban. Íbamos un grupo de siete en fila india, para no destraviarnos del espesor de la niebla. En esto que oímos unos voceríos, y era que estaba acampado el Campesino, y a todos los que cogían, los mandaban al Mansueto, a primera línea, entre dos fuegos. Nosotros, al ver el panorama, nos desviamos a la izquierda. Una vez superado aquel percance, empezaron las disensiones: que si arriba, que si abajo, y no había manera de ponernos de acuerdo. Hasta que yo me puse muy serio, y les dije: "Cada uno que haga lo que quiera. Yo me voy por aquí." Los demás dijeron: "Danos una razón. ¿Por qué quieres ir por aquí?". Y les dije: "Bajamos por una pista de la ladera izquierda de la cordillera de Corbalán. Al final, nos localizaron y cazaron los fascistas, de modo que, si vamos subiendo, vamos de cara a la cordillera, y la pista que hemos bajado queda a nuestra izquierda". Fue entonces que mi compañero, el otro chófer, dijo: "Yo me voy con Comas, que tiene una idea muy clara de donde estamos."

9.1.08

43.-La Desbandada

Pasamos unos días vagando por allí, y por fin nos mandaron a Rodilla, frente de Teruel. Hicimos otros dos viajes de Requena y Buñol, cargados con las fuerzas de las brigadas de la División. Las distribuyeron entre Corbalán, Tortajada y Valdecebro, con un frío de muchos grados bajo cero.
A nosotros nos destinaron con un grupo de transmisiones. Iban a tender líneas de comunicación con la División 25. Pero cuando llegamos al llano de Valdecebro, vino una bandada de Junkers y empezaron a bombardear la Brigada 117, que iban a tomar las posiciones que ocupaba el Campesino. Pero éste ya las había abandonado, y se situó más atrás, a la ladera del Mansueto. De modo que nos pilló con las fuerzas desparramadas. Y después del bombardeo vinieron los cazas ametrallándonos todo el día sin descansar, hasta que se hizo de noche. Entonces fuimos al camión, y una bomba lo había tirado fuera del camino, culo arriba. Nosotros estuvimos todo el día tumbados encima de la nieve, sin podernos mover por los cazas. Cuando oscureció, fuimos a recoger alguna cosa del coche, y ya no nos dejaron llegar, por el fuego cruzado de los fascistas.

En las competiciones se habla de superar marcas por atletas y deportistas. A mí me gustaría comprobar lo que es capaz una persona que, después de pasar todo el día tumbado sobre el suelo, sin ningún resguardo, esperando que una bala o bomba acabe son su existencia y, cuando parece que ha terminado el combate, te levantas con el cuerpo dolorido, la vista turbia y la mente atrofiada, de golpe y porrazo sientes el repiqueteo de las ametralladoras que te dibujan, y, así como corres, las balas te pasan delante; saltas piedras grandes, matas, ribazos, sin mirar la profundidad ni la anchura que tienen; hasta que la oscuridad se convierte en tu aliado benefactor. Pero después viene lo bueno. Estás desorientado, la niebla te impide orientarte, y no sabes donde tirar para no caer en manos del enemigo.

Soldados muertos en Teruel


Foto: Soldados muertos sobre los helados campos de Teruel (21 de Diciembre de 1937). Autor: Robert Capa.

8.1.08

42

Le conté todo lo que me había pasado, y me dijo: "No te preocupes, la base está en Valencia, y tenemos que ir allí. Tu déjame hacer a mí".
De modo que ya se acercaba el día, y tiro. Llega al control y dijo: "¡Hola muchachos!". Y sacó, en vez de la hoja de ruta, un paquete de cigarros medio vacío, y arrancó a toda marcha para Valencia.
Llegamos al Perelló con más hambre que el perro de un saltimbanqui. Allí en la plaza había un portalón, grande y antiguo, con un hombre que abría la portezuela del medio; nos acercamos a él y le dijimos si tenía algo para almorzar. Nos dijo que no tenía nada. Nos exclamábamos, aunque no fuese más que una sopa hervida. Después de mucho rogar, nos hizo subir al primer piso. Una vez arriba, dice: "¿Os comeríais unas costillas asadas?". ¡Oh!", dijimos nosotros. Perdimos la cuenta de las que nos comimos. Así llegamos a la Ciudad Jardín de Valencia, al lado de Burjasot, el pueblo de Blasco Ibáñez. Los compañeros de allí ya nos daban por desaparecidos.

7.1.08

41

Después fuimos a cenar a un hotel de categoría. Y así pasamos unos días por Barcelona, yendo de aquí para allá. Hasta que llegamos a Alcañiz, y allí me detuvieron. Llegamos al control, y nos tiraron el alto. Mi compañero, que era muy tuno, me dice: "Bájate, que voy a aparcar el camión". Y tan buen aparcamiento que marchó, y yo quedé detenido. Eran las dos de la tarde, a pesar de que aún no habíamos almorzado, cuando se presentó Líster, que era el jefe de la 27 División y era comunista, empezó a hacerme preguntas y a amenazarme de mala manera. Yo, haciéndome el plan del bonifacio y que no sabía nada. Me pidió la documentación, y le di los dos carnets que tenía de conducir, uno del Ministerio de Guerra y el otro de lo Civil. Con que me los retuvo los dos, y me dijo que estaría allí hasta que me viniese a buscar mi compañero. Y que no intentase nada, porque había dado orden de que me pegasen un tiro si intentaba algo. Así estuve, en un rincón, sin pestañear, hasta las tres de la madrugada. Entonces volvió Líster. A mí se me vino el mundo encima cuando lo vi, porque estaba indefenso. Pero me dio los dos carnets y me dijo: "¡Antes de dos horas os quiero aquí!". Y me dejó marchar. Yo me fui directo al convento, que era donde tenía la base, y allí no había nadie. Todos habían marchado. Así que, dando vueltas por si veía algo, oigo "¡chit!", y me di cuenta que era mi compañero.

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La estancia en Barcelona tuvo sus pros y sus contras. Resulta que el chófer que iba conmigo era de Caldes de Montbui, y yo me quedé con los otros chóferes del grupo. Dieron la orden de partida y, claro, al no presentarse él, yo decidí agregarme al grupo de regreso. Pero al llegar al plano de El Vendrell -al chófer le llamaban Banau, y con él andaba mi primo Joaquín- empezó a hacer el tonto el camión, y resulta que se le fundió una biela. Tratamos de ponernos en comunicación con la base, y fue en vano. No teníamos dineros ninguno de los tres. Entonces, cambiamos un saco de patatas por la comida, y yo me volví a Barcelona con un camión de Correos, en las ruedas, que casi me hubiese valido más andar a pie.

Con que me fui a la base, y luego vino el chófer. Así que preguntó: "¿Dónde podríamos ir a cenar?". "Aquí detrás dan muy bien de comer, le llaman La Favorita". Nos sentamos allá, y dice: "¿Qué quieren para primer plato, uno o medio de garbanzos?". Dijimos uno, y nos sacaron un plato con cuatro garbanzos a medio cocer. Preguntamos si se habían equivocado. Dijeron que no. Con que pagamos el plato y se armó un gran escándalo.

5.1.08

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Con que después nos llamaron a los cuatro camiones más grandes, para hacer una operación muy delicada. Nos mandaron a Teruel, y allí cargamos pieles y azafrán. Y nombraron delegado del grupo a mi compañero, por ser el más veterano. Los otros tres camiones los descargaron en la Delegación de la 25ª División. Estaba en la calle Roselló, al lado del Paseo de Gracia. Y nosotros lo íbamos distribuyendo entre Sabadell, Terrassa, Hospitalet y otros. Pero nuestra estancia se nos hacía muy difícil. No querían darnos gasolina por ninguna parte, y el Partido Comunista de Líster, que se había enterado de la requisa, dio la orden de capturar el camión. Pero el chófer, que era más vivo que la fam, no paraba. Escondimos el coche, y fuimos observando, hasta que, en la calle Urgel, localizamos un camión muy grande. Se asomó y vio que había un bidón de 200 litros de gasolina. Acto seguido, me dijo que me quedara observando, que iba a buscar el camión. Al rato, se presentó, y le dije que todo seguía igual. Así que enculó el camión, abrimos las dos portellas de detrás, y rodando lo pasamos al nuestro como si nada. Y así pudimos regresar a la base de Alcañiz. Pero allí no había nada más que el susto que nos esperaba.

4.1.08

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A los pocos días, emprendieron otra ofensiva en el Sillero, una sierra que decían era el baluarte de Zaragoza. Pero, desgraciadamente, salimos mal parados. Tuvimos muchas bajas, entre ellos muchos del pueblo.

Así pasamos una temporada, yendo de aquí para allá sin ningún acontecimiento digno de atención. Pero ya a finales del 37 y el 38, vinieron las operaciones de Teruel. No fueron como las de Belchite, pero a primeros del 38, desde un pueblo llamado Tortajada, para celebrar el éxito, nos hicieron ir a Alcañiz, que era donde tenía la base el Cuerpo Tren y la 25ª División. A cargar de cervezas y licores, y en todo el trayecto, desde Alcañiz a Teruel y viceversa, había dos palmos de nieve. Con que pusimos una cadena a las ruedas, y así pudimos hacer el viaje. Viajamos a una temperatura de 18º bajo cero. La cincuentena de coches que teníamos allí, a cada 10 minutos los teníamos que poner en marcha. De lo contrario, si no lo hacíamos, ya no podíamos moverlos si no los remolcábamos. Y así las 24 horas del día.

3.1.08

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Por fin pudimos recuperar Belchite, y parecía que habíamos pasado un mal sueño. Aquello era un montón de ruinas. No había ni tan sólo una casa que no estuviera dañada, porque estaban bajo el fuego raso del monte Lobo y eran blanco fijo. Y después que hicieron una resistencia encarnizada, tuvimos que conquistarla palmo a palmo, haciendo boquetes y con bombas de mano. Hubo una cantidad de bajas enorme, por ambos lados. Hacía un calor sofocante, y las víctimas esparcidas por todo el pueblo en estado de descomposición. Andábamos con pañuelos atados a la cara y en todo. Era irresistible. Una vez normalizada la cosa, hicieron un hoyo muy grande, y a mí me tocó ir con el camión a recogerlos, que fue una faena muy desagradable. La cantidad que había era inmensa. Los enterramos a la parte baja de una ladera del río. Murieron varios de mi pueblo (Mequinenza) . Creo que entre aquellos no había ninguno, porque prestaba atención, por si los reconocía.
En la recuperación de los cadáveres, habían reclutado una pandilla de desaprensivos que hay que ver cómo procedían. Les miraban los bolsillos. Si llevaban algo de algún valor, se lo quedaban; anillos, dinero, incluso algún diente de oro.


Foto: Belchite, al poco de acabar la batalla.

2.1.08

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Así estuvimos varios días, hasta que se rindieron. Estuvimos noche y día, sin descansar. Trasladamos prisioneros, gente civil y todo lo que nos mandaban. En esto, se dio un caso muy chocante. Nos mandaron cargar un grupo de mujeres, ancianos y niños. Y el drama que se armó fue espeluznante. El otro chófer, que yo iba de ayudante suyo, se subió al camión. Y yo, desde abajo, ayudaba a subir aquella gente, entre un río de lágrimas y reclamaciones propias de una guerra. Cuando ya estaba casi lleno el camión, me volví y, al lado de la rueda trasera, había una mujer mayor y una nena de unos 8 años, que no querían subir. Al levantarlas para subir al camión, la niña dijo: "¡Abuela, si los rojos son personas normales, no como tú decías!". Yo le contesté: -"¿Qué te pensabas, que llevaban cola los rojos?". Con que se puso allí al rincón, al lado de la portella, y me di cuenta que la miraban con desprecio.
Llegamos a Lécera y estaba el primer control, y resulta que los evadidos -que eran hijos de Belchite- no les dejaron participar en la operación, y los destinaron a los controles. Por lo general, a los coches de la División no nos paraban nunca, y aquel día nos dieron la orden de no parar en ninguna parte. Pero aquel día se pusieron delante, y tuvimos que parar. Subieron al camión, y el drama fue horrible, madres e hijos llorando. Pero cuando vieron a aquella mujer, que la llamaban "la Judía", que decían que era la chivata y mujer del alguacil, y mataron a muchos, que se chivaba por odio; con que se le echaron encima, y, si no fuese porque tuvimos que intervenir, a duras penas los pudimos sacar. Al final, pudimos llegar a Híjar, y cuando llegamos a las afueras, que había unos barracones, subía una cantidad de mujeres en una avalancha que, cuando llegaron al coche, allí ya no fuimos dueños de nada. Y la tía judiera no sé cómo terminaría, pero pintaba muy mal.

1.1.08

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Ya en pleno verano, decidieron, con las pocas armas que teníamos, atacar Belchite. La 118 por la zona de Fuendetodos, que la movía el viento. Era un cabezo muy alto que lo tenían muy guarnecido. La 117 por la ribera de Almonacid de la Cuba y toda la falda del Cabezo del Lobo. Y la 116 arrancaba de la parte baja del cementerio, capándoles por detrás (que era la carretera de Zaragoza). Entre el río y la carretera había un nido de ametralladoras, y por la parte del cementerio otro. Delante mismo y a la ladera del cementerio estaba el Seminario, que es donde más mal nos hicieron a nuestras fuerzas. Los mejores tiradores eran los curas del Seminario.

Nosotros teníamos la misión de servir el agua, la comida y la munición. Teníamos que andar con las perolas de la comida a gachas, porque nos barrían con las ametralladoras. La primera casa que ocupamos fue el molino que había a la entrada. Después, se tuvo que combatir abriendo boquetes casa por casa, y con bombas de mano. Una de las claves de la victoria fue la Batería del Cabezo Lobo, que tiraba a cero, y les era muy difícil de localizarla; aunque se dijo que habían acertado un obús a una de las bocas de la artillería.