23.2.08

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Lo primero que hizo fue formar un orfeón con más de cien políticos, una banda de música, torneos de pelota a mano, frontón, baloncesto, y otras actividades. Y nos premiaba con vales para ir al economato por una ración de vino.
Lo peor que tenía era que, a menudo, nos hacía formar y marcar el paso marcialmente. Y en algunos casos incomunicó algún recluso.
Después, puso cine al segundo salón, y, por cierto, que pasó un caso muy singular. Habían ingresado en la cárcel una cantidad de gente de la provincia de Teruel, que parecían de otra época. Entraron por consecuencia de complicidad con los maquis: el uno que les había dado de comer, el otro que les había dado cobijo, y así, entraron más de quinientas personas con mentalidad de otra época. Con albarcas de calzado, pantalones del siglo pasado, y unas camisas con broches a los dos lados.
Cuando ya estaban acomodados a nuestro salón, sentados en el suelo, el programador de la película, que era muy guasón, dijo: "¡Atención! Como sé que aquí hay mucha gente que no han visto nunca cine, y en la primera escena sale un tren que viene de cara al público, que no tengan miedo, que lleva buenos frenos". Al empezar la escena, se oyó una exclamación de susto.

El caso de los maquis fue un caso muy especial. Fue obra del Partido Comunista, cuando el gobierno en el exilio presionaba para derrocar a Franco. Ellos se separaron, y quisieron tomarlo por su cuenta, convencidos de que, al llegar a España, el pueblo se les agruparía a su lado y se adueñarían de la nación. Y lo que consiguieron fue llenar las cárceles a tope, creyendo que, responsabilizando a la gente, caería el régimen por sí solo.