10.12.08

145.- Las costumbres del vestir

Las mujeres llevaban muchas faldas, enaguas y refajo. Al cuerpo, un corsé y unos cordones largos y unos gafechs, que los iban apretando hasta que casi no podían ni respirar. Encima, una blusa. Bragas no llevaban.
Usaban una especie de pijama con puntillas y abierto en la entrepierna. Para hacer las necesidades, no tenían más que aclocarse. Y muchas mayores ni eso, "el culo al aire".

Los hombres llevaban calzones, chaleco, blusa y, de calzado, alpargatas con betas negras. Y en invierno, con peales, que hacían las abuelas con unas agujas, hilando la lana. Los chiquillos en verano iban casi todos descalzos, y en invierno mal calzados. La mayoría padecía de sabañones, por el mal calzado. Los pantalones también iban abiertos de la entrepierna, hasta que no eran mayorcitos. Y como llevaban tirantes, cuando tenían necesidades en cualquier sitio les venía bien.

9.12.08

144

Otro caso muy chocante fue el del tío Barberet, que le había dado por no dejar ni a sol ni a sombra al tío Siervo, que era el enterrador del pueblo. Cada vez que se lo encontraba, a cachetes y calvochs, al hombre no lo dejaba vivir. El tío Barberet se colgó del techo, y lo llevaron al cementerio para hacerle la autopsia. Resulta que, cuando uno se cuelga, la mano derecha la levanta para coger la cuerda, y ya se les queda así, tiesa. Con que, al ponerlo en la caja, no contaron con que le sobresalía el brazo. Así que el tío Siervo, empujándole el brazo para cerrar la caja, le decía: "¡Canalla, no`m pegarás més!". Entonces se le escapó la mano, que la tenía rígida, y le dio en las narices. El tío Siervo echó a correr para casa y a los pocos días murió del susto. Por eso quedó la dicha "Que un muerto ha matado a un vivo".

8.12.08

143

En los jóvenes, que salían de noche con una manta al cuello, al no haber luz se creaban una especie de cuadrillas con aires de liderazgo. Los más fuertes se dedicaban a acorralar a los débiles, no les dejaban festejar y los mandaban a dormir, causando mucho malestar. En represalia, hubo algunos casos muy lamentables, como el tal del "Santo", que era un tipo muy fuerte y muy chuleta, que se dedicaba a mantear a todo el que encontraba, y tenía a la juventud atemorizada. Con que se juntaron unos cuantos, organizaron unas patrullas, y en el callejón del Ayuntamiento lo acuchillaron hasta dejarlo muerto.

7.12.08

142

Antiguamente, una vez se hacía de noche, en el pueblo la vida se hacía insoportable: no había luz eléctrica ni de carburo.
En las pocas minas que había, también trabajaban con candiles, una especie de recipiente plano, a forma de tortuga. A primeros de siglo XX aparecieron los satilenos de carburo, y los cafés ya pusieron instalaciones con mecheros, que cobraron una luminosidad aceptable. En las casas, todas se alumbraban con candiles de aceite. Para ir de un departamento a otro tenías que ir con el candil, y procurar no pegar fuego, porque la mayoría de los tabiques eran de cañas.

Las mujeres amasaban el pan cada quince o veinte días. En verano se florecía, pero los padres decían que comiendo el pan florecido se volvían majos.
Para el almuerzo se solía comer torradas y una sardina. Algunos ni eso. Para comer, olla, judías con tocino y morcilla y para toda la familia un hueso de tocino y un poco de chorizo. Otras familias, farinetas para almorzar, y para comer olla con sebo de cerdo, que era lo más barato. Y para cenar, patatas con bacalao y arroz o verdura de la huerta.
Los mineros, en invierno iban tirando, pero en verano venía el paro, y las pasaban moradas. Unos cazaban, otros ayudaban a los payeses a cambio de la comida y poca cosa.

6.11.08

141.- La primera carretera y el primer coche

El correo lo hacía una tartana o berlina que hacía un viaje cada día. También llevaban pasajeros, como cuatro o cinco. Iban a ver montar a las mujeres, porque, al levantar la pierna al estribo, enseñaban el tobillo, y se hacían muchos comentarios. Al cartero lo llamaban "el Chef". Tenía un caballo de mediana edad y estatura, pero como el carro pesaba poco, iba tirando.
De la noche a la mañana vino una caravana de burricos blancos con su saria encima. Cada hombre llevaba cuatro o cinco burros recogiendo piedra por todas partes, y la descargaban a los lados de la carretera. Unas brigadas de picapedreros la picaban a destajo. Y en poco tiempo rellenaron la carretera de Fraga hasta Mequinenza.
Una vez terminada la carretera, apareció el primer coche de Correo, con ruedas macizas de goma. Lo llamaban "el Cochomóvil". Una especie de autocar que, con los mineros de la comarca, llevaba más encima que dentro.
La primera vez que llegó el coche fue una avalancha de gente a recibirle con gritos de júbilo y aclamaciones. Los más avispados del pueblo sacaron canciones del coche, las minas y algunas mozas.
Al poco tiempo emprendieron la carretera de Maella, pero ésta costó un poco más.

5.11.08

140

En el siglo de 1800 según mi abuela vivían un sistema mucho peor que el nuestro en muchos aspectos. La siega la hacían con la hoz y la trilla, con una tabla con hierros y piedras de pedriñera (pedernal, sílex) incrustadas en una tabla. Con las caballerías la arrastraban por la parba hasta que hacían paja, y a triar el grano. Después, el grano lo acarreaban a carga con las caballerías. Después vino la dalla (guadaña), que fue un gran adelanto para la siega. Y se construyeron unos trillos con unos cilindros y unas cuchillas que daban vueltas por la parba que se adelantaba mucho.
Con las forcas, cada hora tumbábamos las parba hasta hacer la paja, después ventarla y limpiar el grano.

En el 1900 empezaron a hacer caminos para carros en el término, y algunos ricos compraron carros, pero los pobres continuaron con la misma rutina. De Mequinenza a Fraga no había carretera, sino un camino ancho de tierra, que lo transitaban los tres recaderos que había. Eran los Tonis, los Gregorios y los de Manoleta de Petra. Cada uno tenía un carro grande con toldo y tres caballerías (mulos grandes). Vestían una blusa negra y grande atada con dos cordones. Los tres iban con sus hijos mayores. Hacían el comercio de Mequinenza-Lérida dos veces a la semana. Entre ellos no se hablaban, pero si se hallaban en apuros, se ayudaban hasta la muerte. Los hijos tenían buena relación.

4.11.08

139

Todos los que hacíamos carbón pernoctábamos en la Herradura, y a la mañana siguiente, a las cuatro de la mañana, nos levantábamos y derecho a Caspe.
Allí empezabas a dar vueltas por las calles, esperando que te llamara una compradora. Discutías el precio, y mirabas de arreglarte. Una vez vendido el carbón, ibas con el alguacil municipal al pesador, pesabas y te daba el resultado. Después cogías el saco y lo subías a la casa a vaciarlo. Una vez terminado, le dabas una pequeña propina al pesador (0,50 céntimos), y contento. Reuníamos unas 45 pesetas más o menos. 50 eran una gran venta.
Después nos íbamos de compras a las tiendas. Comprábamos arroz, judías, bacalao, sopa, fideos extra. Para el camino de vuelta comprábamos un pan, 50 céntimos de salchichón. Y 50 céntimos de caramelos para los pequeños, que se los dabas cuando llegabas a la masía.
En el viaje, empleábamos entre ir y venir un día y medio agotador. Muchos llevaban el carbón a vender a Fraga, Serós y Massalcoreig a cambio de patatas.

2.11.08

138.- Segunda Parte: Recuerdos de los Tiempos Antiguos

(Nota del Transcriptor) Añadido de escritos posteriores:
Manolo sigue escribiendo. Para no desvirtuar la integridad del cuaderno original, los nuevos apuntes, escritos en hojas sueltas, serán publicados sucesivamente, aunque no se siga el orden cronológico del cuaderno. Se refieren a tiempos anteriores a la Guerra Civil.

Cuando sufríamos los trastornos de los malos años, mi padre, viéndose impotente para darnos de comer a ocho que éramos de familia, recurría a hacer carbón vegetal, o a coger destajos de olivos, por donde saliese. Si tocábamos el carbón, nos poníamos en una solana o umbría, y hasta que no quedaba en pie ninguna mata, coscoja, aladierno o enebro, allí no levantábamos cabeza. Después, con los dos burros bajábamos las cargas de leña por aquellas laderas, que no podían andar más que los perros cuando cazaban, o algún jabalí.
Una vez en la finca, a montar la carbonera y darle fuego, y tenías que estar pendiente de ella como un enfermo. Que a poco que te descuidabas, te jugabas el esfuerzo de toda la semana. Y, aunque lo que daba no era mucho, lo necesitábamos como el santo bendimiento.
Cuando rayaba el día, procedíamos al desmonte de la carbonera, que consistía en quitar la tierra, las piedras que formaban las espilleras, y la broza que evitaba que no colase la tierra, y ponerle otra, y así se apagaba si había algún rescoldo de fuego, para cegarlo. Después recogíamos el carbón, que lo poníamos en sacos, y teníamos que estar al tanto de que no se nos encendiese. Una vez recogido, lo cargábamos en las caballerías (tres sacos, unos 100 kg.) y nos íbamos a venderlo a Caspe.

13.4.08

137

Debidos a ciertas actividades entre Montes, Hermandad Cooperativa y los de la ENHER, había adquirido cierta personalidad, en general con los payeses, que habían visto en mí a una persona formal, honrada y sin vicios, y por eso depositaron en mí toda la confianza incondicionalmente. Pero mientras progresaba por un lado, por el otro, el Ayuntamiento estaba poseído por una mala baba de alguno de sus miembros, que estaba mirando continuamente por ver si podían mandarme otra vez a Torrero. Suerte que tuve que uno de los miembros de los empleados me llamó, y me dijo que andase con cuidado, que había un sector en el Ayuntamiento que presionaba para mandarme a Torrero. Así que tuve que reflexionar y deshacerme de todo, hacer marcha atrás, y desde entonces ya no he figurado con cargos públicos. Hasta hace unos años, que me nombraron Tesorero del Club de Fútbol, pero estaba rodeado de una directiva muy incompetente y poco formal, y se deshizo por sí sola.

FIN (de momento)



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Imagen: Manolo Comas en una foto reciente

12.4.08

136

Cuando tomamos la decisión de hacer dimitir al maestro, o Secretario, también tuvo que dimitir el Presidente, que era el Sr. Joaquín Castelló, que alegó que era muy mayor, y no podía colaborar con gente que parecía que habíamos leído el último libro.
Así que me nombraron Presidente, y pudimos trabajar con más soltura. Revisamos las cuentas y las acciones, que muchos se consideraban socios, y resulta que eran "usuarios"; tenían derecho a beneficiarse de las leñas, pero nada más, y ni voz ni voto. Pero lo llevaron tan bien, que hubo que no eran accionistas, y llegaron a ser de Junta y hasta presidentes, que, al darse cuenta los más listos, le otorgaron una acción de las que había olvidadas -que eran muchas, que aún las hay de familiares desaparecidos.
Marchaba todo bastante bien, y un día se presenta un aviso del Ayuntamiento, que me personase con el secretario a tal hora: fuimos allí, y nos estaban esperando unos señores de la ENHER para arrendarnos seis hectáreas en la partida del Ribé, a la orilla de lo de Caballé. Que es todo lo que es el amarre del pantano. Con que quedamos de acuerdo, y al día siguiente, reunimos a la directiva y los asociados, con carácter de general (Asamblea). Acordamos de pedir mil pesetas por hectárea, aunque en aquella época nos parecía un poco exagerado pagar mil pesetas por hectárea de un terreno que no valía más que para anidar cuervos y alguna otra alimaña. Así que, como todos teníamos poca experiencia lucrativa, decidimos que a rebajar ya seríamos a tiempo. Al día siguiente, fuimos a la cita, y aceptaron nuestra oferta sin rechistar de seis hectáreas de un roquisal que no había nada aprovechable. Al día siguiente, ya empezaron las obras que revolucionaron Mequinenza. Acudieron gente de todos los pelajes; algunos buenos, pero en general eran gente muy fulera.

11.4.08

135

Después emprendimos el problema de los pinos. Fuimos a entrevistarnos con el sr. Piera, que se le debían cincuenta mil pinos y estaban en pleito con él. Nos recibió en Zaragoza muy cordialmente, y que estaba decidido a cortar los pinos pronto. Nos informamos con el abogado asesor de la sociedad. Después de sus consejos, fuimos a otro, y nos dio los mismos consejos. Que de diez pleitos, teníamos nueve y medio ganados, pero los pinos se los habían vendido. Por lo tanto, eran suyos.
El precio de los pinos era de dos pesetas. En el informe que nos dieron, figuraban la anterior directiva, el Secretario y algún otro implicados. Decidimos llamar una Junta General Extraordinaria, a la que acudió mucho público. Empezamos el debate y, después de explicar todos los trámites realizados, una de las personas más influyentes del pueblo nos expuso que tirásemos adelante. Pero le contesté que había alguna persona de los presentes que estaba implicada, y no sería yo quien le mandase a la cárcel. Así que decidieron crear una comisión para el arreglo de los pinos, y decidieron que los cortasen y acabar con todo el lío. Se hizo un recuento algo a la ligera, y decidieron cortar las siguientes partidas: empezaron por Vall de l'Om, Valles Fleises, Caídas de Llosa, y Barranc Gran y Vallasierra Salida, y no cortó la otra val porque ya la había cortado Carreño.

Así que dejaron el término sin pinos, y la Sociedad de Montes sin pinos y sin dineros. Suerte tuvo de que entramos nosotros, si no hubiera desparecido. La tenían como un caso muy chocante: estaba tan unida al Ayuntamiento, que lo manipulaban todo. Era una especie de mamella que todos chupaban de allí: necesitaban dineros para las barandillas del puente, cuarenta mil, sin intereses y sin compromisos de devolución; para el adoquinado de la Plaza de Armas, ídem de ídem; para el Santo Cristo de la parroquia; entre los mineros y montes, para el teléfono, no recuerdo la cantidad; y una serie de las que no se acaban.

10.4.08

134

Así que nos dispusimos a aumentar el precio, calculando desde que empezaron con el contrato de después de la guerra, y encima, el tanto por ciento para cubrir el presupuesto. Cuando presentamos todos los datos a la directiva y los asociados, hubo un revuelo de mil demonios; decían y alegaban que enfrentarse con la potencia minera era muy peligroso, y que tenían una fuerza fabulosa. Después de muchas disensiones, decidimos llevarlo a cabo en seguida. Les pasamos la comunicación, y decidimos reunirnos en la oficina de [la mina] Previsión. Fuimos Jesús el secretario y yo; nos estaban esperando: el administrador de Previsión (Pepito), el tío Pepe Estruga, el tío Ramón del estanco, y Agustinet del Moreno. Les explicamos los motivos de la subida del alquiler y la reacción fue fuerte, diciendo que nos habíamos pasado y que no pensaban pagar; pero gracias a la intervención de Pepito, el administrador de Previsión que, haciéndoles ver que aquella subida era justa y que habían de haber sido otras directivas quienes tenían que haber hecho las subidas, y ahora no nos hubiéramos visto en aquel trance tan desagradable. Después de su intervención, todos vinieron de acuerdo, y nos apuntamos un gran tanto.

9.4.08

133

Con que citamos al maestro y al Tesorero por la revisión de cuentas, y para el acto citamos a los dos de mayor edad de la asociación, el sr. Antonio Muñoz y el sr. Esteve el padre. Empezamos la revisión en tono tranquilo, y el Secretario se llevaba correctamente, pero al rato, el Tesorero (el sr. Estanquero y Juez del pueblo), reaccionó de tal forma, que empezó a decirme "rojo", ex-presidiario, y que haría lo posible para que volviese a la cárcel. Los asesores le llamaron la atención, y por último tuvo que despacharlo del local por el mal comportamiento. Así quedó redactado en Acta todo el relato, y mucho más que no he expuesto. Optamos por revisar los libros, y allí hubo de todo. Incluso un caso impropio, cinco trimestres de Contribución. Y otro caso especial fue que cada vez que subían el impuesto de la Contribución y el Consumo, recurrían al alquiler de los pastores sobre el arriendo de las hierbas. Y por el arriendo de las plazas de carbón y terraplenes, pagaban una cantidad irrisoria, desde el primer momento que contrataron el arriendo.

8.4.08

132

Así que empezamos la ofensiva. Después de la última reunión, acordamos citar a los asociados y, después de debatir todos los acuerdos y pasar a ruegos y preguntas, el Presidente dice:
- "Bueno, si nadie tiene nada que decir, vamos a levantar la sesión".
-"¡Yo tengo que decir algo!".
La mayoría quedaron parados.
-"¡Presento la dimisión!".
Y cinco directivos más de los ocho actuales también. Muchos ya estaban sabedores de la causa, y el resto me exigieron que explicase el porqué. Lo primero que expuse fue que en casa del maestro no era el lugar adecuado para las reuniones, y más cuando estaban más interesantes, ya abrían las ventanas y sacudían las mantas. La mayoría no me la aceptaban porque no era suficiente motivo. Y fue entonces cuando tuve que decir que no estábamos conformes con el sistema de contabilidad que llevaba el maestro. Entonces, reaccionó y dijo:
-"Aquí tengo el Balance".
Acto seguido, le respondí yo:
-"¡Esta cuartilla se la ha sacado de la manga, porque nunca puede usted hacer un Balance si antes no se suma el Diario y después pasarlo al Mayor, y comprobar las sumas, y usted no lo ha hecho, y considero que sabrá el delito que esto tiene, con que ¿Quiere apechugar las consecuencias?!".

Entonces, presentó la dimisión, y lo dejó todo a nuestro cargo, con la condición que teníamos que revisar las cuentas.
Después le tocó el turno al Tesorero. Cobraba bastante para que la gente le fuese a pagar a su casa, y guardaba el dinero como si fuese suyo. Entonces le comunicamos de ingresar el dinero al Banco, y la recaudación también.

7.4.08

131

Parecía que, lentamente, me iba recuperando, cuando un día, sin más, me pasan una papeleta como que me habían nombrado de la directiva de los Montes que fueron Comunes. Este nombramiento vino en un estado de revuelta de una sociedad que se veía involucrada por la conducta de una gran parte de señores que, apoyados por un régimen que les era favorable, se aprovecharon de la política para malvenderse los pinos, que hicieron una tala que dejaron la sociedad con una deuda de cincuenta mil pinos a un tal señor Piera de Caspe.

La primera reunión, que se hacía en casa del maestro, que era el secretario, a la entrega de poderes. A mí me nombraron vicepresidente. Se celebraban las elecciones, y cuando intentabas profundizar sobre el tema de los pinos y la marcha de la sociedad, entre el Presidente y el Secretario, esquivaban y no había manera de llevar las cosas a buen término. Y cuando la señora del maestro se cansaba, sacudía las mantas para dormir al viejo, que era su habitación, y teníamos que marchar. Nosotros no teníamos forma de entrar en detalle; pero un día que se fue el Secretario al servicio, que lo hacía muy a menudo, le pude coger el libro Diario y el Mayor, y en poco rato vi que había la inmensa parte de las columnas del Diario sin sumar, y que no las pasaba al Mayor. Al que era Guardia de los Montes, que nos informaba de todo, le dije que con aquello había hasta para mandarlo a la cárcel.

6.4.08

130

Trataba de reorganizarme, pero no había manera de rehacerme. Un día, estaba labrando en Llosa, y a media mañana se me presentó la Guardia Civil, y con las caballerías, me fui para el mas; al llegar, me dijeron que perseguían a un tal el Rubio, que abría los mases y causaba estragos por donde pasaba. Al momento se presentó la otra pareja. Entonces, el Sargento me pidió que harían noche allí y que, si lo tenía a bien, utilizaría el mas para otras salidas. Yo le contesté que le dejaría la llave escondida, porque era miércoles y tenía que presentarme.
-"¿Presentarse de qué?", me dijo.
-"Es que he estado en la cárcel y, mientras esté con la condicional, el Comandante del puesto me impuso que tenía que presentarme dos veces por semana".
-"¿Cómo, es que no cumplió la condena?".
-"Claro que cumplí la condena, pero me dijo que era un elemento sospechoso, y que me andase con cuidado".
-"Pues de hoy en adelante, ya ha terminado de presentarse; para mí, todas las personas que se comportan honradamente, tengan el ideal que quieran, yo se lo respeto, y son personas apreciadas para mí".

Fue así que empecé a frecuentar un poco los cafés en domingo. Después, cogieron al Rubio y, de vuelta, pararon a descansar a Llosa al nuestro, y a pesar de que iba vestido con la ropa que me había quitado, un pantalón y jersey y alpargatas, aún le preparé un par de huevos y vino y pan para comer; cosa que alardearon mucho en el pueblo como rasgo de caridad; después que, por dos veces, me hizo mucho mal en el mas.

5.4.08

129

Fue fatal. Andaba por el muro del pueblo, viendo gente por todas partes, y no distinguía a nadie. La casa estaba abarrotada de gente, y yo con un nudo en la garganta y sin poder llorar. Allí me encontré, tirado en la cama como un guiñapo, a mi hermano, tendido en la cama. Un hombre de uno ochenta, con una espalda que parecía que nada podía con él, con un temperamento inigualable, que todo el mundo lo llamaba, que gastaba bromas con todo el mundo y nadie se lo tomaba a mal. Estuve toda la noche y parte del día que nos quedaba mirándole, y mi mente la tenía en blanco y no encontraba manera de concentrarme en ordenar mis ideas.

Después de treinta y dos meses de guerra, de un mes y medio de campo de concentración, que fue lo más horroroso que nadie se pueda imaginar; después de pasar las pruebas de la brigadilla criminal, que nos pegaban y empleaban unos métodos que no hay plumas que lo relaten, como el simulacro de la ley de fuga; las mazmorras de la comisaría de Lérida y el terrorismo de la cárcel de Torrero, no eran comparación de ni por asomo cómo me quedé, allí en presencia de mi hermano, que me desaparecía para siempre.

4.4.08

128

A primeros del 51, mi hermano fue empeorando, y falleció en seguida. El golpe fue duro. Un hombre que era todo bondad moría agonizando, con todo el conocimiento, a los treinta y tres años, dejando una viuda y una nena de tres años. Así que, entre unas cosas y otras, la moral de nuestra familia estaba por los suelos.
Mi hermano pequeño trabajaba a la mina, y mi padre y yo íbamos trampeando con las tierras. Pero, al cabo de un año poco más, vino el golpe fatal: estábamos labrando en la finca del Pla, nos estábamos preparando para hacer la cena, cuando el perro que teníamos salió disparado, arremetiendo desesperadamente. Salí a la calle, y pude vislumbrar que venían un grupo de hombres acompañados por el pastor Manuel de Cholina. Me llamaron en seguida, y ya reconocí las voces de los amigos de mi hermano. Se me vino el mundo encima. Yo ya lo veía muerto, pero Mario Arbiol me decía que no, que prueba de ello era que él era el Secretario del Juzgado, y por lo tanto me demostraba que no estaba muerto. Pero, al llegar al pueblo, nos hicieron dejar las caballerías en una huerta, y nos hicieron pasar por el puente, que estaba en construcción. Y durante el recorrido por el pueblo, la gente que estaba toda en la calle dio muestras de que la desgracia había caído en nosotros.

3.4.08

127

Después, fui a la empresa que era fiadora de mi libertad. Para colmo, estaba pasando un mal momento, pues tuvo que reducir un gran número de la plantilla de picadores. Entre los despedidos se armó un revuelo de mil demonios, porque yo ingresaba cuando los más de treinta picadores fueron despachados, y aquello no lo aceptaban. El administrador tuvo que hacer frente, diciendo que la empresa había sido fiadora de mí, y que yo aún figuraba en plantilla antes que todos los despedidos. Pero, aunque convenció a unos cuantos, otros emprendieron una política difamatoria y denuncias. Con que me mandó llamar el Comandante del Puesto, y me dijo que me mandaba a Torrero porque iba haciendo política por los cafés. Yo le contesté que no era cierto, que no había entrado en ningún café. Entonces, hizo ademán de pegarme, pero me retiré sin decirle adiós. Después, me llamó el administrador de la empresa, y me dijo que lo mejor que podía hacer era plegar de la empresa, porque tenía denuncias de personal que me quería muy mal.
De modo que, aunque quería trabajar mucho para poder ayudar a mi hermano, que lo pasaba muy mal, tuve que plegar y dedicarme a la tierra, donde las pasábamos canutas. Y donde me encontrase, me tenía que presentar.

2.4.08

126.- "Ya Estoy en Libertad"

El 7 de Junio de 1950 me dieron la libertad en Buytrago, provincia de Madrid, donde se construía un pantano en el río Lozoya.
El recuerdo de mi estancia allí me dejó un sabor agrio, de mal talante, que ojalá nunca lo hubiese conocido.
El trayecto hasta Buytrago lo hice a pie, pero la única nostalgia que sentí al marchar fue que me había dejado unos pocos compañeros que aún les quedaban algunos días para cumplir. Con la colchoneta al hombro, el macuto y la bolsa de costado, cuando ya quedó atrás, ni siquiera volví la vista, para no prolongar el mal recuerdo.

En la llegada al pueblo, a pesar de la alegría de la familia, las cosas no fueron muy halagüeñas. Al primero que vi fue a mi hermano Joaquín y, al verlo, me confirmaron el estado grave de su enfermedad. Teresa, mi mujer, también estaba enferma, suerte que iba en vías de recuperación. Después, fui a presentarme al cuartel de la Guardia Civil, por la libertad condicional. Con una cara de vinagre y sin mirarme a la cara, me ordenó que me presentara dos veces a la semana; que no intentase salir del pueblo, que, de lo contrario, ya sabía la residencia que había dejado en Torrero.

1.4.08

125

Un día, al retirar del trabajo, el cocinero que nos servía el café, que era compañero, me llamó, y me dijo que había llegado una expedición, y que un tal Juanel había preguntado por mí. Al entrar al barracón, quedé sorprendido, porque no más entrar, al ir a acostarme, se me tiró encima el compañero Juanel, abrazándome loco de contento:
-"¡Conseguistes lo que nadie ha conseguido! Que saliera a trabajar".
-"Pues a buen sitio has ido a parar". -
-"No me importa, el caso es salir".
Estuvimos mucho rato hablando.Que mi familia se le había portado muy bien con los envíos de material de bolsos que les mandaba, y acto seguido les giraban el dinero.
La persona de Juanel era un caso muy especial. Un hombre sencillo, inteligente y activo como nadie. Y Yo nunca podía haber llegado a pensar que las primeras novelas ideales que leí, cuando empezaba a leer, eran obra de su compañera Lola Iturbe, que apasionaban a toda la juventud. Entonces tendría quince o dieciséis años, que empezaba a leer, y me dejaban embelesado con sus argumentos.

Con que el último día, cuando me dieron la licencia, me dijo que quería charlar un rato conmigo antes de marchar:
-"¿Sabes porqué te pedí para salir a trabajar?".
-"No, pero me lo figuro".
Me dijo que una vez haber atado todos los cabos con diversos compañeros, se fugaría y miraría o haría los posibles para pasar a Francia. Me dio las señas de su señora, a la que escribí, y le dije que pronto se reuniría con su marido. Cuando se terminó la dictadura de Franco y nos pusimos en contacto, me dijo que me había escrito, pero yo nunca recibí noticias hasta que terminó la dictadura.

31.3.08

124

Los domingos que podíamos descansar, a primera hora nos hacían levantar y, después del recuento, nos hacían sacar todas las literas y fregar el piso para oír misa. Venía un cura de Buytrago con un monaguillo alto, que le clareaban las orejas. Llevaba una maleta de madera. Abría la maleta encima de la mesa, y sacaba dos candelabros, una cruz y un mantel. Nos hacían formar, y a la misa.
El monaguillo, durante la misa, cogía la cera de las velas ardiendo, y era un desaire haciéndose uñas largas, con un estado de nervios que llamaba la atención de los presentes. El cura no hacía más que tocarlo con el pie para que se estuviese quieto, cosa que no conseguía.

Los cuatro del pueblo, después de la misa, nos íbamos a pescar debajo del pantano. Con un anzuelo y una lombriz, no hacíamos más que tirar y sacar peces. Garín tiraba la caña, Soler los sacaba del anzuelo, Rodes los pasaba con una cuerda, y yo los freía, hasta que considerábamos que ya teníamos bastante para comer. Y así iban pasando los días.

30.3.08

123

Un día, en la cantera, me ocurrió un caso muy chocante: resulta que ya era hora de plegar, y nos dieron la señal que iban a tirar una pega, y echamos a correr sin poder recoger las chaquetas que teníamos encima de unas rocas. Cuando terminó la explosión de la pega, fui a buscar la chaqueta, y me encontré que no tenía la cartera. Cuando llegué al barracón, di cuenta a los funcionarios. -"¿Tiene alguna sospecha?". Digo: -"¡Sí, señor! Es un libre". -"Vámonos". Fuimos al barracón de los libres. Iba con una gayata, haciéndola volar por los aires, antes de llegar al barracón. Estaban en la calle y, al vernos subir, con el aire del funcionario, me llamaron diciendo: -"¿Que se le ha perdido algo?". Digo: "¡Sí, una cartera!". La encontramos. Miré, no faltaba nada. Llevaba doscientas pesetas, fotos y algunos papeles. Entonces, el funcionario me preguntó: -"¿Te la han robado?". -"Dejémoslo estar".
Al día siguiente, tuvieron que marchar del grupo, porque los compañeros presos, sabedores del caso, si no llego a intervenir yo, los linchan. Después que me la devolvieron, el funcionario me dijo: -"Ustedes son unos bonifacios, que yo no los entiendo. Por muy necesitado que esté ¿Cómo se puede concebir que una persona que está en plena libertad pueda sustraerle la cartera a una persona que está cercada a toda vigilancia y falto de libertad? De no ser porque usted hizo el plan del bonifacio, lo mato. No obstante, le admiro por sus sentimientos".

29.3.08

122

Arriba, en el cabrestán, todo estaba montado muy a la ligera. Una especie de andamio provisional, que tenías que ir con los cinco sentidos donde ponías los pies, porque, de lo contrario, estabas expuesto a jugarte la vida. Con las vagonas en aquella altura, sin quitamiedos, y poca luz, estabas expuesto a jugártela en cualquier momento, cosa que ocurría muy a menudo.

Era preferible trabajar a la cantera, aunque en parte parecíamos estos que trabajan a galeras. No nos faltaba más que arrastrar las bombas con los pies, con los trajes de penado y un centinela cada veinte metros.
En cambio, en la descarga de la vagonas, éstas eran basculables, y tenías que ir con cuidado de que no te tragase uno de aquellos molinos, que engullían unas rocas que no no las podía abrazar un hombre, y con tan poca luz, que podía pasar cualquier cosa.

28.3.08

121

El trabajo era agotador. Primero nos llevaron a un desmonte. A los cuatro del pueblo nos dieron una parihuela, una especie de dos barras de carrasca muy fuertes, con unas tablas clavadas en el medio. Nos hacían meter unas rocas que no las podíamos mover y, entre los cuatro, teníamos que cargarlas en unos vagones basculables, para después descargarlas al terraplén. Cuando llegabas al final de la jornada, los brazos te crecían cuatro dedos cada día. Y el encargado no hacía más que incitarnos al trabajo. Hasta que tú le decías: "¡El trabajo es duro, el jornal insignificante, y la comida fatal! Así ¿Qué le parece?". Entonces te tenía consideración.

Después nos trasladaron a otra cantera, en la parte superior del pantano, a la orilla del río. En aquella cantera cargábamos los vagones y, en malacate, o plano inclinado, subían las vagonas con un cabestrante, y las tiraban a unas tolvas donde, con unos molinos, lo trituraban todo y hacían machaca, garbancillo y arena, para la mezcla del cemento.
Todo aquello estaba montado muy a la ligera y, cuando enganchabas los vagones y empezaban a subir, tenías que correr, o de lo contrario estabas expuesto a sufrir las consecuencias.

27.3.08

120.- Estancia en Buytrago

A los tres días ya nos trasladaron a Buytrago. Aquel sí que era un campo con todas las de la ley. Había dos salones llenos de literas de madera con tres pisos, todo lleno de basuras, chinches y otras especies.
La comida era fatal. Estaba compuesta por unas lentejas con arroz, y, de condimento, una especie de grasa que quién sabe de lo que estaba compuesta. Las lentejas, madre mía las lentejas. Cada una tenía por lo mínimo dos gusanos negros. Al servirlas, toda la capa del plato estaba negra. Empezabas a sacarlas con la cuchara, pero a última hora te cansabas, cerrbas los ojos y empezabas a comer a lo que saliese. De modo que, tanto Soler como Rodes, Garín y yo, que comíamos juntos, sentados en plena calle, nos mirábamos y decíamos: "Muchachos, al ataque". Con que cerrábamos los ojos, y a comer. Para segundo plato, no lo había. Pero en el economato nos comprábamos trozos de tocino muy gordos y un poco de vino. Así pasábamos las comidas, y las cenas, que siempre vi lo mismo.
En la litera, a mí me tocó debajo de uno que trabajaba al cemento, y no podéis imaginar la cantidad de cemento que cada día tragaba. La limpieza brillaba por su ausencia.
Trabajábamos una semana de noche y otra de día, con turnos de diez horas, jornadas intensivas. Por la noche, hasta la una de la madrugada, aún íbamos resistiendo. Pero de la una hasta las cinco de la madrugada, se hacían aquellas horas insoportables. Parecía que no íbamos a terminar. Después, en el barracón, no podías descansar; pasaban recuento cuatro o cinco veces al día. El uno que terminaba de trabajar, el otro que tenía que entrar, y así sucesivamente, y no podías conciliar el sueño, a pesar de que estabas agotado.

26.3.08

119.- Retorno a la cárcel de Yeserías

De modo que, a mediados de Abril, nos devolvieron a Yeserías. Pero nuestra estancia allí fue corta. Caso curioso fue que íbamos custodiados por el funcionario don Nico, una bella persona. Resulta que, de los ocho que nos quedamos, al llegar a la puerta de la cárcel, cuatro de los que íbamos fueron a ver a sus familiares, y no podéis pensar lo que pasó don Nico hasta que volvieron.
También vinieron a recibirnos Teresa e Ismael, y Flora. Estuvieron mucho rato hasta que acudieron todos. Don Nico tenía que esperar, porque íbamos incluidos en el mismo parte, y, con la leche que tenía el director de allí, si se presenta a hacer la entrega sin el completo, se abre un expediente a don Nicomedes, y a los compañeros los habrían declarado prófugos. Estábamos parados en un lugar muy disimulado de la cárcel, pero el funcionario tenía miedo que no saliese ningún oficial, alguien que lo conociese y le llamase la atención en tal circunstancia.
Así que, al final, nos volvieron a ingresar en Yeserías, pero estuvimos poco tiempo.

25.3.08

118

De modo que el oficial nos dijo que habíamos sido elegidos para recoger todo el material de la empresa Molán, durante el periodo de veintitantos días, y que, si nos venía de gusto, podíamos mandar a buscar a la familia, cosa que aceptamos encantados. Así, en dos o tres días, vino mi mujer con el chico Ismael, y la señora de Soler. Nos destinaron un barracón pequeño. Nos comunicaron la llegada, fuimos a recibirlos a la carretera del Escorial, que estaba al pie de la montaña, a 7 km. del monasterio. Antes de que llegasen, en el cruce del valle ya les advirtieron que les estábamos esperando. El encuentro fue en el autobús que nos subió hasta arriba, pasando por el medio de los Juaneles, las dos piedras de 14 metros de altura, que costó una fortuna trasladarlas desde Toledo.
Les tuvimos que dar unas cuantas explicaciones a aquellos pasajeros que iban al Escorial.
Pasamos veinte días deliciosos con la familia, después de tantos años de cárcel.
El trabajo era muy llevadero: recoger los andamios y tablones, y con el camión de la empresa, trasladarlos al Escorial, o sea, a la estación, hasta que dejamos limpio todo el monasterio, que tiene unas dimensiones del doble que las del Escorial.
Al otro lado del Cabezo está la entrada del templo, donde está ahora enterrado el Caudillo y otras personalidades, según anunciaron rumores de por allí . La Cruz, entonces, aún no estaba hecha. Solamente en maquetas que estaban expuestas en la puerta principal del monasterio.

¿Qué ha pasado con el Valle de los Caídos?

Yo, que trabajé más de siete meses, puedo hablar con conocimiento de causa de lo que pasó allí. En la década entre los cuarenta y los cincuenta, cuando España pasaba por la angunia del hambre, allí se tiraban los millones a mansalva, sin reparar que la clase obrera cobraba unos jornales míseros que ni apenas podían comer. Después, en las cárceles estábamos como las sardinas, y eran las redadas que continuamente ingresaban en las Provinciales.
En el Valle, la inmensa mayoría de los reclusos ya era de pena reducida, porque así no estábamos motivados a la fuga, debido a que ya llevábamos muchos años internados, y ello tenía un valor muy importante.
Muy a menudo, leo cartas en La Vanguardia haciendo relación a Ramón Rubials por su estancia en la cárcel. Yo no quiero quitarle méritos a su estancia en el cautiverio, sino todo lo contrario. Yo, que he seguido las inmensas cárceles de España, he convivido con una cantidad inmensa de compañeros de varias ideologías, como cenetistas, comunistas, algún socialista y muchos maquis; y muchos responsabilizados por éstos al paso de la cruzada de Francia. En Zaragoza, habría cerca de 500 en prisión preventiva, y en San Miguel de los Reyes, unos 500. Yeserías era una cárcel de tránsito. Al Valle de los Caídos, no conocí ninguno. Allí, entre los tres grupos, los que más éramos, de la C.N.T., y alguno de delito común.
El trato que nos daban y la comida, comparado con las cárceles anteriores, era bastante aceptable; pero lo más vergonzoso era que lo que hacíamos hoy lo deshacíamos mañana. En siete meses, no vi ni una pizca de progreso de obra en el monasterio.
Con toda esta gente que conviví en el cautiverio, no he oído hablar de nadie ya; todos han muerto. Los Sigfrido Catalán, Juanel, Carrasquer Félix, Heliodoro Sánchez, Ángel María de Lera y Sastre, Félez y tantos otros, y nosotros, que de 17 sólo quedamos dos. Hasta sus esposas han muerto.

24.3.08

117

Estábamos en pleno guiso y, inesperadamente, se presentó en la Mezquita el Caudillo. La cocinera fue a su encuentro. Después de los saludos de rigor, observó las paelleras y le preguntó lo que les había preparado para comer. Le dijo que paella de arroz, un guiso y tostadas de Santa Teresa. Asintió con la cabeza. Nosotros, no nos cruzamos ni palabra. También subieron de Madrid muchos pasteles, que todo ello quedó a cargo del grupo de camareros encargado del reparto de la comida y el resto de las cosas.
De comida sobró mucha. Fueron muchos los presos que fueron a buscarla, pero yo ni la probé. Por la tarde, nos mandaron a los puestos de trabajo, pero sin trabajar; de modo que a media tarde pasó revista por todas las dependencias. Yo estaba al pie del andamio, con los punteros y las macetas, pasó rozando, pero no nos dijo ni buenas tardes. Así terminó el viaje del Caudillo en el Valle o el Monasterio.
Al cabo de unos años, se presentaron dos o tres autocares con algunos extranjeros. Yo no hablé con ellos, pero sé que se informaron con algunos de lo que hacíamos: la comida que nos daban, el jornal que ganábamos, y todo cuanto hacíamos. Hablaron tanto, que se lo pasaron a lo grande, y en parte tenían razón, pero sabíamos que el resto de los campos de trabajo que había -y eran muchos- todos eran peores que el nuestro.
Así que, a los pocos días, en el extranjero, los políticos exilados, entre ellos Indalecio Prieto, levantaron una polvareda difamatoria, que a los pocos días ya nos dieron la noticia de que se deshacía el Destacamento. De repente, nos llamaron a los cuatro del pueblo, al compañero Remacha y al practicante de la oficina. El practicante ya era sabedor de lo que nos iban a decir.

23.3.08

116

Así estuvimos unos tres días, y por último se presentó. Nos dieron fiesta, pero a mí y a otro nos llamaron para si queríamos ir a ayudar a la cocinera, que subió antes para preparar el terreno. Era una señora muy simpática. Nos decía que, mucha preparación, pero que el Caudillo casi no la cataría.
Se dispuso toda la preparación para hacer la comida en campaña. Me pidió la opinión para el sistema de preparación. Yo le indiqué que en la mili hacíamos un pequeño pozo de unos 25 cm. de hondo por 45 cm. de diámetro de circunferencia, con una zanqueta para introducir la leña, con cuatro piedras para el sostén de la paellera. Y se podía hacer en el suelo de la mezquita, que aún no estaba terminada. Así que dispuso cuatro fuegos, dos para las paelleras del arroz, una para un guiso (no recuerdo qué), y otro para las tostadas de Santa Teresa, que eran la debilidad del Caudillo, según nos dijo la cocinera. Soltó: "Lo que comerá él, no cabría en el cuenco de una mano, pero toda esta gente que lo rodean son como buitres. Verán a la hora de la comida cómo se tiran como lobos hambrientos". Hizo referencia que él no era malo, pero que todos los que le rodeaban eran malas personas y sin escrúpulos.



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Foto: El dictador Francisco Franco y su comitiva, visitando el Valle de los Caídos.

22.3.08

115

Al Valle de los Caídos, de hecho, le dieron el nombre en memoria de sus caídos, pero el nombre que tiene o que le dan es Cuelga Moros, debido a unos hechos que ocurrieron, en los que colgaron a varios moros, no sé cuándo ni en qué época, pero aseguraban los de la comarca que era verdad.

De mi redada, había dos más: uno era Ángel Garín, que estaba de cocinero para los libres. De libres, en el edificio trabajaban más de un centenar, muchos de ellos canteros o picapedreros. Picaban piedras y hacían unas figuras fabulosas para la fachada, protegiéndola con piedra picada.
El otro era Modesto Ibarz, que estaba en otro grupo (trabajaba en la bóveda). Estando nosotros allí, salió en libertad.
Después vino el rumor de que tenía que venir el Caudillo. A la inmensa mayoría los destinaron a limpiar los escombros de alrededor, a limpiar las hierbas, los tablones que estaban esparcidos, los andamios -que parecía que estaban hechos provisionalmente-, barrieron todo el contorno, y yo qué sé las cosas que hicieron en vistas a la visita. Yo continuaba con la misma faena, pero, así como caía el escombro, corrían otros recogiéndolo.

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Foto: Construcción de la cruz del Valle de los Caídos.

21.3.08

114

Para que se me curase mejor la mano, me destinaron con un compañero albañil, que iba tapando rozas, arreglando desagües, y otras tareas. Un día, estábamos poniendo tubos de desagüe de un piso a otro, y se presentó el encargado general, que le decían 'Barrilito'.
-"¿Qué hacéis aquí?".
-"Estamos poniendo un desagüe".
-"¿De qué medidas son los tubos?".
-"De 15 cm.".
-"¡Del 22, me cauen Dios! Vosotros no conocéis a esta gente. Empiezan a tirar bragas, sostenes, condones, y todas estas especies, que lo embozan todo. Así que del veintidós, y no quiero ver ninguna del 15".
Después me volvieron a poner de rocista.

Comparada con la vida en la cárcel, allí era más llevadera. Se comía mejor, un buen trato, y una serie de consideraciones que en las cárceles nunca tuve. Los domingos celebraban misa en el templo, sin haberlo terminado, pero al grupo nuestro ni siquiera nos dijeron nunca si queríamos ir. Así que los domingos los dedicábamos a ir al sector de debajo del templo. Allí acudían con unos carritos con pescados y frutas, y nosotros aprovechábamos, comprábamos un cuarto Kg. de pescado y unas gambas, y nos preparábamos un arroz para los tres, A. Rodes, A. Soler y yo. Después leíamos y paseábamos por allí. Algunos domingos, subíamos a las cúspides de las montañas, para contemplar el panorama de Guadarrama.

20.3.08

113


Sin más, me salió un callo en la mano, se me infectó y tuve que coger la baja. Fui a ver a Manuel Fernández, que era el que hacía de médico y practicante del Destacamento, y le dije que quería ir a trabajar. Él me dijo que aún tenía la herida tierna, pero yo decidía. Esto era un sábado, y el domingo me llamaron que quería verme el Oficial del Departamento:
-"¿Es verdad que quiere ir a trabajar el lunes?".
Digo: "Sí, señor".
-"¿Qué interés tiene usted en trabajar tan pronto?".
-"Ninguno, pero no sé las costumbres, y ya estoy mejor".
-"Mire usted, el informe que tengo es que aún no está en condiciones. Y no vaya a creer que la empresa le va a tener ninguna consideración por mucha atención que le tenga. De modo que tómese una semana más, y tranquilo. Cójase libros, váyase a la montaña, y tranquilo".
Y así lo hice.

Un día, estaba paseando por las cercanías del monasterio. Allí estaban cargando escombro mi compañero y el que decía ser confitero, y dirigiéndose a mí, me dijo: -"Comas, mira". Cada palada que tiraba al camión decía: -"¡Oro molido!... ¡Oro molido!...". Y tenía razón. Los escombros eran de las celdas, que tan pronto como las terminaban, las echaban abajo. Continuamente.


Foto: Manolo Comas en el Valle de los Caídos, 1949 o 1950.

19.3.08

112

Después me explicó que lo que iba a deshacer yo, ya lo habían hecho varias veces. Viene el contratista, ve que las puertas están unas frente otras, hay corriente de aire y es malo para los seminaristas. Viene el aparejador, no le gusta el modelo de celdas, al suelo. Va Franco, no le gustan, y así sucesivamente, tirando y construyendo. Con que, con el pico, empecé a tirar celdas. Cuando vino uno de los encargados, me dijo que me lo tomase con calma, me invitó a fumar y estuvimos mucho rato hablando. Sin decir nada, me di cuenta que el trabajo lo debía llevar moderadamente.
Al día siguiente, vino un encargado que había sido preso y pertenecía a nuestra organización. Me preguntó si sabía manejar la maza y el puntero. Yo le contesté que eran herramientas de minero, y yo era minero profesional. Así que me dio un juego de punteros y una maceta, y ves haciendo estas rozas que están marcadas. Así iba haciendo. Cuando venía el encargado, yo paraba a fumar y charlar con él, cosa que veían mal los otros componentes rocistas, el que yo parase con el encargado delante. Ellos, entonces era cuando trabajaban. Yo les dije que me justificaba la faena. Aunque los que había eran malos rocistas. Había veces que estaban sentados cuando no estaba el encargado, y para hacer ruido, picaban el pistolete sin clavarlo. Yo les decía que yo, de ser encargado, sin estar delante, sabría quien rendía y quien no.

18.3.08

111

Al día siguiente, me presentaron a mi encargado general, de los que había cuatro o cinco en el edificio. El edificio, también llamado monasterio, se compone de dos pisos y un ático en forma de parrilla; es de unas dimensiones fabulosas, con unas trescientas celdas de una construcción interior inmejorable, con calefacción interna, teléfono, agua corriente, baño con ducha y bañera normal con unas capas de alquitrán y una pintura impermeable, y una decoración perfecta. A cada lado del pasillo central había una sala. Esas salas estaban dedicadas a la dirección del piso. Los bajos eran todos salas y locales grandiosos, que desconozco para qué los querían.
Así que estaba con el encargado general, que era más ancho que alto, y que siempre estaba blasfemando a Dios y al Diablo (pero que no le tocasen la Pilarica, que era su patrona, y para él era cosa sagrada). De modo que dice: "Coge ese pico y ves tirando todo eso". Yo digo: -"¿Eso, qué?". Dice: "Eso, esas paredes. Aquí, lo que se hace hoy, se tira mañana, mecauen Dios".

Cruz del Valle de los Caídos

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Foto: Cruz del Valle de los Caídos.

17.3.08

110

De modo que a Antonio Rodes y a mí nos hicieron montar en un camión y, junto con el funcionario -que andaba cojo y se llamaba don Nico- nos fuimos a la estación del Escorial, que estaba a 16 km. Llegamos allí, y nos mandó ir cargando el camión de ladrillos. Estábamos cargando, y a cada momento iban cayendo chubascos, y nos refugiábamos en el muelle. Allí, los dos comentamos: "¡Mira que dejar dos presos solos en una estación!". Pero sabían que llevábamos muchos años de cárcel, y no nos íbamos a jugar la condicional, con el tiempo que nos quedaba.

Con que por fin cargamos el camión, "¿Y ahora qué hacemos?". Cansados de esperar, decidimos ir al bar a comunicar que ya habíamos terminado. Cuando entramos en el bar, fuimos la nota de atención de toda la concurrencia, que era mucha. Nos miraban como bichos raros con aquel uniforme y la boina del mismo color. Así que les comunicamos que ya estaba cargado. Estaban jugando a las cartas, e insistieron mucho en que bebiéramos algo. Pero, dándonos cuenta de que éramos el centro de atención de todos, nos fuimos al camión. Aún tardaron un buen rato en llegar. Por cierto, que cuando llegaron, nos dijeron que habíamos corrido mucho cargando.

16.3.08

109.- Valle de los Caídos

A mediados de Octubre, o poco antes, nos mandaron al Valle de los Caídos. Tan pronto llegamos -ya era el atardecer- nos destinaron a los tres del pueblo al Barracón, donde luego acudieron todos los trabajadores, que estaba compuesto por unos ciento cincuenta de delitos diversos. Los más eran compañeros, que nos fueron presentados todos y nos dieron una gran acogida todos en general. Y, en especial, Manuel Fernández, que era el Secretario General de Galicia, y Ramón Remacha, que era aragonés, y de gran estima en la organización por sus actuaciones. Allí tenía mucha personalidad en la obra. En la oficina había un Oficial, y un funcionario con dos presos compañeros nuestros.



Al día siguiente, nos formaron en la calle, y los primeros en llamar fuimos nosotros. "¡Los mineros, que den un paso adelante!". Y salimos los tres. Nos llamaron por el nombre; después: "¡Los carpinteros, que den un paso adelante!". No salió nadie. Después dice: "¡Fulano de Tal!". "Presente", responde uno. "¿Usted no es carpintero?". Dice: "¡Yo soy confitero!". "¡Pues a buena parte has ido a parar para hacer confites!". Al resto los mandaron a trabajos diversos.
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Imagen: Valle de los Caídos (vista frontal).

15.3.08

108.- Estancia en la cárcel de Yeserías

Al llegar, el primero con el que hablé fue Juanito Torres, que ya había visto nuestro expediente. También vino Cecilio Rodríguez y tres más, que todos habían formado uno de los Comités Nacionales. Cuando les hablé sobre lo que me había dicho Juanel de salir a trabajar, consideraban que tenía demasiada condena (era de quince años) para eso. Así que no veían muy claro el asunto.
En seguida me dieron destino. Me mandaron al chequeo de los paquetes de comida que entraban. Así conocí un elemento muy original. Se trata del "Consorcio de Franco", un elemento de una figura un poco rara: una altura de metro cincuenta, con ciento treinta Kg. de peso, era un sistema como un saco ancho, con dos palos, uno en cada lado del saco, y una calabaza para cabeza, sin cuello, pegada a los hombros. Le entraban un bolso de comida, jarabes, piorreas, reforzantes, y otras especies, con un valor mayor que entre todos los demás paquetes que entraban. Lo tenían en la enfermería, tipo camuflaje. Le subía el bolso, que casi no podía con él. A pesar de que me tenía que firmar el libro, durante varios días de mi estancia allí, nunca me dio las gracias ni oí su voz. Según las versiones que daban de él, lo querían linchar los estudiantes de Madrid, a consecuencia de unas estraperladas con los alimentos que mandaba Eva Perón, en especial barcos de lentejas para matar el hambre de aquella época. Y para despistar, lo camuflaron en Yeserías a cuerpo de rey. Para comunicar, no sé si era su señora o qué, pero lo vi personalmente, se cerraba con una mujer en la sala de Jueces cada día. No tenía relación con ningún recluso de la entidad. Yo, como tenía ese destino, me veía obligado cada día a llevarle el paquete que le mandaban. A lo pronto, parece que le molestaba el que después que firmaba, sin mirarte siquiera, le decías adiós y no te contestaba. Era repugnante.

14.3.08

107.- Traslado a la cárcel de Yeserías

Así que a la madrugada llegamos a Ciudad Real. La cárcel estaba lo menos a tres kilómetros de la estación. Una cárcel con un sistema de paridera; un patio en el centro de unos 12 metros de ancho por otros 12 de largo, con tres departamentos, que era donde dormíamos. Tenía una capacidad de una treintena, y llegamos a estar cerca de trescientos, de todas las especies, empezando por invertidos, criminales, ladrones, chorizos y demás. Sólo había un váter, que dormíamos al lado, por la recomendación que nos había dado Juanel ("el Cabo, un preso común, os tendrá alguna consideración"), y nos puso a su lado, protegiéndonos de la avalancha de depravados que lo invadían todo. No estuvimos mucho tiempo, pero los días se hacían interminables.
Así, un día, inesperadamente, formaron una expedición de un centenar y nos mandaron para Yeserías, que era la Cárcel Hospital, considerada la más moderna.
Cuando llegamos a la estación de Madrid, nos metieron a toda la formación en la sala de espera, pero así como entraba la gente, que era continuamente, quedaba parada, al ver la formación tan rara, con traje de penados. De modo que, al ver que llamábamos la atención de todos, nos hicieron salir, y nos trasladaron detrás de la estación, y así no nos veía nadie. A pesar de que no estaba muy lejos, no se atrevieron a trasladarnos a pie, por no llamar la atención de medio Madrid y mezclarnos con el personal.
Por fin, vino el camión, y nos hicieron montar los pocos que íbamos a Yeserías, y el resto los trasladaron a Carabanchel Prisión Provincial.

13.3.08

106

Creo que fue a mediados de Agosto cuando nos dieron la orden de partida. Nos montaron en un camión a unos quince, todos atados de dos en dos, salvo en el caso de Antonio Rodes, que le pusieron un tercero entre los dos, cosa que me hizo mucha extrañeza de que no le esposasen solo. Así que nos metieron en el camión para mandarnos a la estación. Pero antes de arrancar, subió el jefe de la expedición y nos dijo: -"¡Oído! ¡Si alguno se escapa, al que se queda le pego un tiro en la nuca!". Bajó del camión y arrancó enseguida para la estación.

Cuando llegamos a las cercanías de Albacete, entró un hombre con un cinturón lleno de navajas de Albacete, pero al entrar y ver la clase de gente que éramos, y con traje de penados, ya no acabó la frase y se volvió.
Al llegar a Albacete, al que iba atado en medio de Antonio Rodes, lo bajaron. Después, el jefe de la expedición pasó por los departamentos pidiendo perdón por la frase que nos soltó en Valencia. La causa era que se le había fugado dos veces, y por eso lo puso entre medio de los dos, porque era un preso peligroso. Nos dijo que el informe que tenía de nosotros era muy distinto a la frase que nos había soltado.

12.3.08

105

El otro departamento estaba destinado a la barbería y ducha, y casi la mayoría, entre duchas y lavabos, pasaba por allí. Yo, de la sexta galería, tenía que bajar ochenta escaleras para asearme. El fuerte del trabajo era la palma, haciendo toda clase de bolsos y otras cosas muy bien hechas, que se mandaban por todas partes. Mi compañero Juanel mandó muchos pedidos, y mi familia le giraba los dineros a San Miguel.
En lo alto del edificio había un torreón que lo utilizaban para la desinfección de los petates. Cada dos por tres nos daban la orden de pasarlos. Aunque había un grupo de comunes que tenía una agencia, que pagando una peseta por colchón, lo llevaban y te lo devolvían.

Así iban transcurriendo los días, cuando nos pasaron la orden de traslado para trabajar, sin saber dónde nos mandaban. Comentando con Carrasquer, me decía que no saliese a trabajar, porque sería mucho mejor para mí, ya que podría continuar los estudios, que eran muy importantes. De lo contrario, suponía el abandono, en un momento en que progresaba mucho. Y estuve en un tris que no renuncié. En cuanto a Juanel, me dijo todo lo contrario. Me dio una lista de nombres que encontraría, en especial en Yeserías, como Cecilio Rodríguez, Juanito Torres, Manuel Fernández y otros tantos, pero todos de memoria. También me recordó que intentasen influir para que él saliese a trabajar.

11.3.08

104

Así iban transcurriendo los días. Cada semana tenía un día de limpieza. Teníamos que barrer dos patios. Uno era casi como un campo de fútbol. El otro, como la mitad del mayor. Los pisos estaban compuestos por cuatro bloques con cuatro pisos cada uno, y la Iglesia en medio. Allí formábamos 1.200 personas, y sobraba una capacidad de espacio fabulosa. Dentro de los arcos laterales, nunca vi formado a nadie. El Altar del centro era grandioso, con un San Miguel matando el Dragón con una espada de lo menos cinco metros, de un valor incalculable.
La altura de los pisos era de veinte escaleras de losa, que cuando bajabas, tenías que ir con mucho cuidado, pues eran muy resbaladizas, porque estaban muy gastadas por el uso. Podían bajar cuatro personas sin tocarse. Para fregarlas, nos poníamos dos con una bayeta cada uno, le dábamos una pasada mojándolas, y en un momento fregábamos las ochenta escaleras.
Los bajos estaban ocupados de la siguiente forma: uno era para el ensayo de la banda, y parte, para la desinfección; otro para economato, cocina y no sé qué más; encima, los tres pisos eran para talleres; otro de los bajos era de artesanía, donde trabajaban los de la piel, la plata, la disecación de pájaros o pulirlos, encuadernadores, y otras especies de artesanía. El encargado del salón era Sigfrido Catalá, que era diseñador de piel.

10.3.08

103

Un día, nos pasó un caso muy chocante. Estábamos en el patio, y oigo la voz del ordenanza llamando: "¡Manuel Comas Cabistañ, a censura!". Con que subo a censura con el ordenanza, que era compañero mío, y entramos pidiendo permiso. -"¿Usted es Manuel Comas?". -"¡Sí, señor!". -"Usted ha escrito una carta haciendo mofa del Generalísimo". -"¿Yo? No sé de qué". Y con voz autoritaria, dijo: -"Usted dice que si el General aquí, al General lo atropella una bici, pasa un tranvía y también lo atropella. ¡Esto es hacer mofa!". Y acto seguido le contesto: "¿Y que culpa tengo yo de que mi cuñado tenga o le pusieran General como nombre de pila?".
Todos los empleados, que eran unos diez, explotaron en una carcajada descomunal. Por cierto, que eran compañeros, y el domingo, a la hora de la tertulia del café, hubo tema a cargo mío, de lo chocante que resultó el hecho del oficial de censura con el caso mío. Pero tuve que modificar la carta, tachando delante de él la palabra 'General' por la palabra 'Cuñado'. La realidad era que mi cuñado en pocos días había tenido dos atropellos en Barcelona.

9.3.08

102

En la Cuaresma, todos los días nos hacían ir a misa durante más de dos horas, que, entre formaciones y desfiles, pasábamos la tarde. Había dos curas. Uno era de formas afeminadas. El cojo era el encargado de decir la misa, y el otro leía la epístola en el púlpito. Después de que nos lanzaba continuamente arengas de mal gusto, cuando terminaba, decía: "¡Ahora rezaremos un Padre Nuestro para el que se muera de los que estáis aquí presentes!". Las miradas de los reclusos, todas al unísono, se clavaban en el cura mallorquín.
El domingo de Pascua pasaban la orden de que el que quisiese comulgar, que pasase por la sacristía. Llegada la hora, no comulgaban más que los monaguillos, y un funcionario.

El cura cojo era muy chocante. La mayor parte del tiempo se lo pasaba con una escopeta del veintiocho ampaytando los pichones del palacio, que estaba fornido. Después los guisaban en el economato y venía el cura de Paterna, y merendaban los dos opíparamente.
Después, en los domingos, el cura de Paterna se preparaba el discurso, diciendo en el sermón que había pasado la semana conviviendo con la miseria de los presos, alentándolos, consolándolos y mimándolos. Y lo cierto era que a lo que venía era a ponerse como el Kico en el economato con los pichones y un chato tras otro, que salían colorados como pimientos. Así pasaban la mayor parte de los días, y veíamos como los pichones poco a poco iban desapareciendo, y eso que al principio los había abundantes.

8.3.08

101

El compañero Muñiz estudiaba esperanto. Cuando, hace dos o tres años, hacían el programa por la tele de 3 x 4, presentado por la Julia Otero, concursó, y batió el récord de respuestas. Pidió como premio la colección de los libros de esperanto. Después, tenía la opción a tres llamadas telefónicas para conseguir un coche. Tenía que averiguar no sé qué en Sabiñánigo, y preguntó si podía llamar a un compañero para que le informara. Yo estaba viéndole, y le dije a mi mujer: "¡Éste llama a Manuel Trem Torres!". No hubo manera de ponerse en contacto después de muchas llamadas.
Al día siguiente los llamé yo, y me contestó su señora, que estaban esperando la llamada, y no hubo manera. Al día siguiente, Manuel se fue a Barcelona a TV3 para saludarle, y me dijo Manuel que se les portaron muy bien en la tele·

La población reclusa de San Miguel era de alrededor de los mil cien. Unos cuatrocientos eran maquis de tendencia comunista; otros tantos de la CNT, y el resto de delito común. Las relaciones entre ambos eran normales, ni buenas ni malas.

7.3.08

100

Después de las tertulias, nos íbamos al cine. Nos costaba 50 céntimos. Un día nos hicieron una película que salimos todos decepcionados. Resulta que el argumento se basaba en que unas señoras de avanzada edad se dedicaban a recoger ancianos, los cuidaban muy bien y, cuando los tenían recuperados, les daban unas píndulas que les proporcionaban una muerte muy dulce. Después, les preparaban unos ataúdes muy adornados. Y entre las cuatro los bajaban por las escaleras al jardín, donde les daban sepultura con todas las pompas funebres.
Así que salimos todos decepcionados de la sesión de cine de aquel domingo. Yo comenté el programa con algunos compañeros, y todos coincidían conmigo. Pero cuando lo comenté con el Carrasquer, me dijo que el próximo domingo lo comentaríamos. Llegamos al domingo siguiente, y en la tertulia del café empezó el debate y los comentarios de la película. En la tertulia estaba Sigfrido Catalá, Isidro Guardia, Juan Sastre y muchos más, que formábamos un grupo de una veintena. Cuando ya habíamos hablado todos, Carrasquer llamó a Muñiz (que resultó ser hermano del entrenador que mandó a Barcelona a mi hijo Ismael) y le dijo que leyera lo que llevaba escrito. De modo que sacó unas cuartillas, empezó a leer, y nos quedamos todos impresionados y con ganas de volverla a ver.

Al días siguiente, en la clase, me atreví a preguntarle que cómo es que un grupo como el que estábamos, todos coincidimos que la película no valía la pena para comentar, y ahora todos estábamos deseosos de volverla a ver. Y él me contestó: "Muy fácilmente. Vosotros visteis las imágenes que no eran agradables. En cambio, el diálogo, que era inmejorable, vosotros no lo escuchabais".
Un día le dije que tenía una mentalidad envidiable, y él me contestó que las personas, cuando pierden un miembro, recuperan otro.

6.3.08

99

Así que nos pudimos reunir cinco compañeros, y nos pusimos a dar clases en la Biblioteca, que estaba al lado de las clases de la escuela. Así empezamos, y, francamente, íbamos progresando bastante bien. La clase consistía en leer y, de cuando en cuando, nos hacían hacer un comentario, y continuando cada uno por su turno. Después, escribíamos al dictado para el ejercicio de la mañana, lo que nos forzaba a hacer el comentario. Había veces que, por error de imprenta, había alguna fecha equivocada, nos hacía retroceder a otros capítulos que hablaba del mismo tema, y a pesar de no tener vista, [Félix Carrasquer] siempre tenía razón. Nos sentábamos en una mesa, y así pasábamos las horas de clase. Pero, de golpe, nos dimos cuenta de que un funcionario nos estaba observando cada día. Hasta que, un día, vino el director de la escuela, y nos dijo que, si queríamos seguir estudiando historia, tenía que ser controlada por el Capellán. Le contestó que la que nos tenía que enseñar el Capellán, hacía muchos años que la teníamos pasada. Así que tuvimos que dejar la escuela, y decidimos hacerlo al patio, hasta que se puso enfermo, muy enfermo.

También los compañeros organizaron la 'República del Café', y todos los domingos nos reuníamos en un departamento que le llamaban 'Inválidos', después de comer. Allí se debatían los acontecimientos actuales. Mi paisano Soler y yo nunca podíamos intervenir, porque nuestras mentes no alcanzaban a dialogar con ellos, pero se hacían muy importantes.
Todos los que recibíamos café de casa, parte de él lo compartíamos con el grupo, y el encargado de hacerlo era Manuel Trem, que era el delegado de la enfermería.

5.3.08

98

En aquellos días, ingresó Félix Carrasquer, que, a pesar de ser ciego, es una de las mentalidades más despejadas que jamás haya habido.
El primer día nos obligaron a ir a la escuela. Después, se formó un grupo para dar clases de Contabilidad Comercial. Empezamos las clases, y el profesor no hacía más que escribir al dictado. Al cabo de los días, yo le dije que no entendía la manera que llevaba la enseñanza, y le demostré que la Contabilidad se enseña con ejercicios prácticos. El resto de los alumnos le contestaron que ignoraban cómo se hacía; así que terminó la clase. Después, el jefe del grupo, un tal Enric, que era maqui él y todo el grupo de clase, me pidió que les diese clases yo, pero yo me negué. Entonces me dijo que si fuesen de la CNT sí que hubiese aceptado, y tenía razón. El tal Enric descendía de Mequinenza.
Después me llamó Félix Carrasquer, y me dijo a ver si tenía a bien que formáramos una clase de Historia de la Civilización, y que buscase unos cuantos más. Total, que le cité unos cuantos nombres, entre ellos A. Soler y A. Quintana, de mi pueblo, y me dijo que se lo dijera, pero que no me aceptarían; y así pasó.

4.3.08

97

Yo las compraba (las chistorras) y, con dos alambres, uno lo pasaba por el chorizo, y el otro, con dos almendras: las encendía, y con el pringue del chorizo sobre el pan y la llama de las almendras, se formaba un aroma por la galería que todos me gritaban: "¿Que están asando un cordero o qué?". No valía mucho, pero el hambre hacía muy buena salsa.
A mí, cada quince días me mandaban dos panes grandes, los cortaba en diez trozos, y los ponía a secar. Así no se florecían, y tenía un trozo para cada día. Por la noche, le tiraba unas gotitas de agua, lo envolvía con un trapo y, al día siguiente, parecía recién hecho. También, con mi compañero de celda Juanel, con un lata pequeña mandamos hacer un hornillo con alcohol, y muchos días nos hacíamos café.

Juanel era un hombre muy especial. En la celda, no paraba con la palma, no se le veían las manos; y cuando no, escribía continuamente. Fue una persona muy destacada en la guerra: fue Comisario General del Ejército del Este. También fue Consejero de la Generalitat de Cataluña y Secretario General de la CNT en el exilio, y pasó a organizarla en España clandestinamente. En Francia, fue muy perseguido por los alemanes, porque estaba enrolado con la resistencia. Su mujer fue una gran escritora, Lola Iturbe, considerada una de las mejores literarias de su época. Con ella vivía, junto con su hija, la hija de Buenaventura Durruti.

3.3.08

96

Hicieron la distribución del personal, y a Caballero y a mí nos metieron al salón de los comunes. Pero protesté que yo no tenía que estar allí, y lo conseguí, y me llevaron con los políticos. Al día siguiente me mandaron a la sexta galería, que era la más alta. Por cierto, que tuve que escribir a casa urgente para que me enviasen una manta, porque, por las mañanas, se me ponía la humedad entre los huesos y lo pasaba fatal. Tuve que coser los papeles que tenía a la manta para que hiciese de impermeable.
El menú, por la mañana, constaba de lo siguiente: una especie de sopa que estaba hecha de un sofrito de cebolla, y unos panes que ponían a remojo, después los deshacían, hacían hervir el agua, tiraban el sofrito y te daban el almuerzo. Yo iba a buscarlo con una lata de leche de 350 gramos, y creo que nunca me lo llenaron. Para comer y cenar, los diez meses que estuve, siempre vi la misma comida: una especie de potaje compuesto por patatas, garbanzos y arroz, con unos huesos que, el día que te ponían uno al plato, ya lo podías dar por comido, porque te cogía todo el plato. No se entretenían en cortarlos.
Suerte que la gente, casi todos, estaban empleados con la palma, la piel y otras actividades, que les permitían comprar al Economato patatas asadas o moniatos; también vendían una especie de chistorra, que yo compraba mucho. Le decían "chorizos atados".

2.3.08

95

A los veinte días, nos sacaron del periodo, y al llegar al patio, nos hicieron las presentaciones. Allí estaban las primeras figuras de la CNT, como Juanel Sigfrido Català, un tal Canet, Manuel Morell, Isidro Guardia, Juan Sastre, que ya nos conocíamos de Zaragoza, y una cantidad innumerable.
También me presentaron a un Catedrático ya muy mayor, que era monárquico. Cuando le dijimos al Catedrático que éramos de Mequinenza, nos hizo referencia al Ebro. Dijo que, en la época de Primo de Rivera, estuvo en Caspe porque presentó un proyecto de hacerlo navegable desde el Cantábrico al Mediterráneo, que no se llevó a cabo por la muerte de Primo de Rivera. Dio la casualidad de que entonces yo, que era un crío, fui a Caspe con mis padres y mi hermano Antonio, que tenía dieciocho meses. También nos dijo que tenía correspondencia con el Papa y fray Daniel, que era el prelado de España, y que querían interceder para sacarlo de la cárcel; él decía que no, que quien lo había metido, que lo sacase. No llegué a enterarme por lo que estaba, pero dejó ver que era a consecuencia de desacuerdo con el régimen. Lo tenían destinado a la enfermería porque era muy mayor, y tenía poca salud.

1.3.08

94.- Llegada a la cárcel de San Miguel de los Reyes

Alrededor de la una, llegamos a aquel palacio, que decían que era de los Duques de Calabria. Nos metieron dos en cada celda. De los seis que íbamos del pueblo, a mí me tocó con José Caballero Palmar, un andaluz tan tacaño que, por no gastarse una peseta, sufría morirse de hambre.
Así que, a la que rayaba el alba, nos despertó el runruneo de los pichones, y, a continuación, el grun grun de los gorriones, que estaban a punta pala.
Pero lo que más nos sorprendió fue que, al abrir la puerta, se presentó un compañero, que no conocíamos, y se nos ofreció por si teníamos necesidad de alguna cosa, comida, o si queríamos escribir alguna carta, para pasarla clandestinamente por el tubo. Y que estaba sabedor de todo nuestro expediente, y que era el delegado de la enfermería. Se llamaba Manuel Trem Torres, hijo de Altorrincó, estaba condenado a treinta años por hechos de guerra y era el comodín de San Miguel.

La celda que teníamos medía 2 metros de ancha por 2,5 metros de larga, y nosotros, dispuestos a pasar los veinte días de incomunicación. Yo, para que se me hicieses más amena la vida, me organicé un ejercicio de Contabilidad simulada, de tres meses de unos almacenes al por mayor. Pero resultó que, claro, me ponía a trabajar, y no me daba cuenta de que el compañero, que ni leía ni hacía nada, se lo pasaba fatal. Iba repitiendo: "¡A mí sí que me ha tocado el veinte!". Con que me di cuenta enseguida, y de cuando en cuando dedicaba el rato a hablar y canturrear, que le gustaba mucho. Cuando me veía con tantos papeles esparcidos por la celda, decía que no entendía cómo no me se hacía la cabeza agua.

29.2.08

93

A los dos o tres días, nos notificaron que a las cinco de la mañana nos trasladaban a la cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia). Así que, a las cuatro de la mañana, teníamos que estar con todo preparado en retonda. Con que atamos el petate, el macuto y la bolsa de costado. Ya en retonda, estaba Don Cresencio (el Manchas, el jefe de servicios), Pineda (un oficial), y un funcionario para tomar las huellas dactilares. Entonces, el Manchas, que en los dos años que llevaba en Torrero no había hablado nunca con él y creía que no me conocía, dice: "¿Comas? Quiero hablar un poco contigo". Me hizo salir fuera, y me dice: "¿Sabe que todos los de Mequinenza, con vuestra conducta, habéis dejado el listón muy alto?". Yo contesté: "No hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación en la disciplina que nos han impuesto". Y me dijo: "Pues ten presente que, aunque sé que tengo mala fama, tengo sentimientos. Y si en alguna circunstancia, por la causa que sea, te puedo ser útil, no repares en requerirme, que estaré a tu disposición". Me dio un apretón de manos de despedida, y me dijo que lo comunicase a mis compañeros. Cosa que se quedaron muy extrañados cuando se lo conté.

Partimos con un furgón Canguro para la estación, donde encontré a mi hermano y la mujer, que me esperaban, junto con otros familiares. Creo que eran las seis cuando partíamos, Antonio Soler y yo, atados. Al llegar a Teruel, que hicieron el relevo de la Guardia Civil, nos apretaron las esposas por por precaución a los maquis. Por cierto, que a mí me vino un mal de cabeza que creía que me iba a explotar. Era para finales de Octubre y en Segorbe, a un hombre que vendía naranjas le compré dos kilos. Eran más agrias que un veneno, pero aquello fue lo que me rehizo.
Llegamos a la estación Churra de Valencia a las doce de la noche, y hasta San Miguel, teníamos que andar cuatro kilómetros cargados con el colchón, macuto y bolsa de costado con libros, cuadernos y otros enseres. Yendo por aquellos atajos, en un chalet cerca del camino, salieron tres o cuatro perros, que yo creía que se nos metían encima. Y la Guardia Civil, con más miedo que alma, estuvieron a punto de abrir fuego con sus naranjeros, según nos manifestaron en el camino. Se creían que nos atacaban un grupo de maquis.

28.2.08

92

A los pocos días, ya tuve que contar con él por un caso muy especial. Resulta que habían ingresado en la cárcel tres del pueblo, y tenían que cumplir en la cárcel los veinte días de periodo. Así que lo comentamos con Antonio Soler y otros, y por fin decidimos a ver si había alguna posibilidad de ir a verlos.
Con que al día siguiente le tocó servicio al sr. Trullens, que estaba en el sitio de Valdivieso. Fui a hablar con él para verlos, y accedió enseguida. Con que nos condujo a la celda, y estuvimos cerrados toda la tarde. Por cierto, que los tres eran Pere el Sastre, Jacinto el de las Blancas y un asturiano. De modo que, por mediación de mi hermano en la comunicación, les mandamos las inquietudes de su estado a sus familiares; de lo contrario, no hubieran podido ponerse en contacto con la familia hasta haber cumplido los veinte días del periodo sanitario. Por cierto que, a pesar de que nos arriesgamos la condicional y la redención al encerrarnos en una celda de tres incomunicados, lo que estaba bastante castigado, cuando salimos en libertad, hubo uno de ellos al que no le merecimos ni el saludo, como si no nos hubiésemos visto nunca.

27.2.08

91

Un día, estaba repasando los ejercicios de contabilidad, y se me acercó un funcionario. Al rato que me estaba observando, me pregunta: -"Oiga. Si de diez llevo una, y de veinte llevo dos, de quince ¿Cuántas llevo?". Sin respirar ni levantar la cabeza, le digo: "Uno y medio". Marchó acto seguido y nunca más se acercó a mí.
Otro día, inesperadamente, me llaman que me presentase al centro, en retonda, que es donde el Jefe de Servicios domina toda la cárcel. Al llegar, ya estaba esperándome un oficial llamado Trullens. Me dice que pase, y entramos dentro.
-"¿Usted es Manuel Comas?".
-"¡Sí señor!".
-"¿Conoce a Manuel Muñoz?".
Digo "-Sí, y mucho. ¿Sabe que de pequeños ha sido siempre un gran amigo?".
-"Nunca me ha hablado de ello", me contesta. -"Pues me ha recomendado a usted como persona de confianza para ser el enlace de la CNT en la cárcel".
Y que si en algo podía serme útil, que contara con él.

26.2.08

90

Un día, me pasó un caso muy chocante. Resulta que la correspondencia, después de pasar la censura, sólo la podías recibir del familiar de primer grado. Las otras cartas solamente las leías, y las tenías que devolver. Así que un cuñado mío, que vivía en Barcelona,- a pesar de que estaba advertido-, se dispuso a escribirme una carta muy especial. Resulta que de nombre de pila se llamaba "General". Se puso a escribir con miedo de no infringir en falta - su inteligencia culturalmente no daba para mucho-. Se puso a relatar un viaje de Franco a Barcelona, ponderando que fueron más de dos millones a recibirlo. Que aún estaba emocionado de tanto vocerío aclamando al Caudillo. Yo sabía de sobras que no se había movido de casa.
Yo estaba comiendo, y un ordenanza me llama:
-"¡Manuel Comas Cabistañ, a censura!".
Dije: -"Va, la mujer, que ya ha vuelto a escribir por los lados de las cartas".
Llegué allí, y lo primero que me dijeron fue: -"¿Su cuñado piensa de muy distinta manera que usted?".
Yo entonces dije: -"¡Mi cuñado piensa como quiera, yo pienso como me da la gana! Ustedes la han leído, y saben lo que dice, y por lo tanto...".
Acto seguido, me dieron la carta, diciéndome que me la quedase. Cosa que nunca acostumbraban a hacer.
Cuando llegué al salón, leí la carta, expliqué su contenido y quien era mi cuñado... Fue un cachondeo y guasas por la incultura de los funcionarios responsables de la censura, que no supieron distinguir el nombre de pila de la graduación de General. Así eran todos.

25.2.08

89

Así que, en poco tiempo, justamente el tiempo de leer el proceso de diecisiete personas, en unas dos horas, se saldaron el compromiso de dictar sentencia y aplicarnos: doce años y un día para los de pena de muerte; doce para los de treinta; y seis para el resto. Así quedó cerrado el proceso.
Terminado el proceso, el primero que vino a vernos fue el abogado que me defendió a mí, a Antonio Oliver y a Casildo Estruga. Lo primero que dijo fue: -"¿Qué les ha parecido mi defensa?". Yo le dije: -"Mire usted, lo ha presentado muy bien, muy bien pulido, pero no lo han escuchado. Como si hubiese hecho un discurso en el desierto. Yo, ya firmaría doce años".
Él se creía que saldríamos en libertad, pero se dio cuenta de su error. Nosotros no sabíamos de leyes, pero sabíamos lo que era juzgar a uno por Rebelión Militar. Él lo planteó muy bien para un sistema que hubiese sido por lo Civil, pero cuando le expusimos nuestras razones de que lo llevaban programado, nos dio la razón.

Al día siguiente vinieron los familiares, todos contentos que había ido todo muy bien, pero cuando oyeron nuestra versión, quedaron anonadados y acojonados. Suerte que vieron que nosotros estábamos más resignados, debido a que no nos cogieron de improviso.

24.2.08

88.- El Juicio

En aquellos días, nos comunicaron las peticiones de condena, que fueron de la siguiente manera: cuatro penas de muerte, seis treinta años, y el resto, doce años y un día. Yo estaba entre los de treinta años. Las familias quedaron acojonadas y sin poder reaccionar. Los abogados hacían promesas que sabían que no podrían cumplir.

Algunos tocaron a familiares que estaban entrados con el régimen. Un familiar de Antonio Quintana fue a ver a María Quintana, que era una lumbrera con el régimen. Les echó la puerta a los morros, pero el regalo lo cogió y se lo entró para dentro.
Nosotros, en parte, a pesar de las peticiones elevadas, sabíamos más o menos lo que nos quedaría, por la relación que había con las otras redadas, como la FARE y otras similares. Ellos tenían unas formas similares: nos juzgarían igual que si nos hubiesen cogido con las armas en la mano, y no había sistemas de defensa, porque no la aceptaban. Ellos decían: "A éstos hay que ponerles tal; a los otros, cual". Y sin rodeos ni reclamaciones. Prueba de ello es que, el día del juicio, ya nos habíamos puesto de acuerdo en no decir nada, y uno, Roca Pusach, que intentaba exponer algo a su manera, le tuvo que decir su abogado que callara, o de lo contrario lo complicaba más.

23.2.08

87

Lo primero que hizo fue formar un orfeón con más de cien políticos, una banda de música, torneos de pelota a mano, frontón, baloncesto, y otras actividades. Y nos premiaba con vales para ir al economato por una ración de vino.
Lo peor que tenía era que, a menudo, nos hacía formar y marcar el paso marcialmente. Y en algunos casos incomunicó algún recluso.
Después, puso cine al segundo salón, y, por cierto, que pasó un caso muy singular. Habían ingresado en la cárcel una cantidad de gente de la provincia de Teruel, que parecían de otra época. Entraron por consecuencia de complicidad con los maquis: el uno que les había dado de comer, el otro que les había dado cobijo, y así, entraron más de quinientas personas con mentalidad de otra época. Con albarcas de calzado, pantalones del siglo pasado, y unas camisas con broches a los dos lados.
Cuando ya estaban acomodados a nuestro salón, sentados en el suelo, el programador de la película, que era muy guasón, dijo: "¡Atención! Como sé que aquí hay mucha gente que no han visto nunca cine, y en la primera escena sale un tren que viene de cara al público, que no tengan miedo, que lleva buenos frenos". Al empezar la escena, se oyó una exclamación de susto.

El caso de los maquis fue un caso muy especial. Fue obra del Partido Comunista, cuando el gobierno en el exilio presionaba para derrocar a Franco. Ellos se separaron, y quisieron tomarlo por su cuenta, convencidos de que, al llegar a España, el pueblo se les agruparía a su lado y se adueñarían de la nación. Y lo que consiguieron fue llenar las cárceles a tope, creyendo que, responsabilizando a la gente, caería el régimen por sí solo.

22.2.08

86

Otro que influyó mucho en mi estudio fue Manuel Muñoz, sobre la Contabilidad Comercial. Resulta que él me indujo a que fuese a clase, y yo no entendía nada; no podía entender. Que si Debe, Haber, Crédito, Débito, si comprabas adeudabas, si pagabas acreditabas, Cheques, Pagarés, Acciones y Obligaciones... y así sucesivamente. Yo no podía digerir tanta carne para tan poco puchero.
Entonces, Manuel, conocedor de la causa, empezó de una manera más sencilla, fue explicándome los problemas, disipar dudas y ver luces. Y de treinta y tantos que éramos en clase, me quedé solo, superándolos a todos. Y me consideraba el que menos nociones escolares tenía.

A primeros del cuarenta y ocho, Torrero sufrió una transformación muy especial: marchó el tuerto, y vino Don Ramón de Toledo. Un hombre algo majareta, pero no tenía tan malos modos. Decía que todo recluso tenía que tener una actividad u otra, porque de esa manera no presentaban tantos problemas, restándose los pensamientos de los procesos y las causas que llevaban una marcha lenta.

21.2.08

85

Después, venía la Semana Santa, y qué de preparaciones, limpieza, flores, cuadros, sacar el Santo Cristo, formaciones y desfiles haciendo prácticas, pasando por los salones para ver los que querían comulgar. En resumidas cuentas, comulgaban los funcionarios y oficiales, el coro Capilla, y algún que otro chorizo, y aquí se acababa todo.

Cuando estaba de jefe de servicios Valdivieso, Torrero parecía otro. Un grupo de la CNT formado por Benegas, Domínguez, Félez, Muñoz, Angel María de Lera, A. Oliver y yo, formábamos "la República del Café". Eran unas tertulias muy amenas, que yo consideraba muy instructivas. Yo les debo a que tomase tanto interés por el estudio.
Angel María de Lera siempre resaltaba el tema de que el gran defecto de nuestra organización era que la militancia era semianalfabeta; y que, por falta de inteligencia, tuvieron que dar cargos a gentes que eran de la Quinta Columna, que fueron los que nos arrebataron la victoria.
Era un hombre de ideas muy claras. Un día, convino que una tarde leería, en presencia del jefe de servicios Valdivieso, una obra de teatro titulada "La Novia del Viento". Estuvo más de tres horas leyendo, en tres actos. Cuando terminó, fue una ovación inmensa. A muchos se nos saltaron las lágrimas. Al jefe de servicio, también.
Siempre decía que, cuando saliera, escribiría un libro sonado, del que se hablaría. Y así fue. Escribió "Las Últimas Banderas", que ganó el premio Planeta. Escribió muchos más.

20.2.08

84

Cuando llegaba la Cuaresma, las pasábamos canutas. Venía una especie de fraile con una barbilla a estilo "macho cabrío", con una capa descolorida, y con más mugre que un palo de un gallinero. Empezaba hablando con amenazas de que seríamos quemados en los altos infiernos: que iríamos en columna macabra conducidos por Satanás, arrastrándonos como culebras despellejadas, para arrojarnos a la caldera de Pedro Botero; que éramos una pandilla de sifilíticos, tuberculosos, y todos los adjetivos repugnantes habidos y por haber. Hablaba del Padre Rentería, que levantaba las losas de las tumbas, y observaba cómo las ráfagas de aire de la noche movían las barbas de la momia. Y entonces exclamaba: -"¡Padre Rentería! ¿Dónde están tus poesías, que te hicieron célebre?". Después, cogía el Santo Cristo y, encarándolo a toda la población reclusa, nos barría sistema ametralladora, al son del canto 'Perdón, Dios Mío'. El coro Capilla lo cantaba desafinadamente. Estaba formado por un grupo de chorizos perturbados, que se desgañitaban por un cazo de rancho. Y eso se repetía todos los días durante el mes Pascual, que tildaban ellos.

19.2.08

83

Un día ocurrió un caso muy desagradable. Hubo una redada del sector de Utrillas, de unos veintitantos entre Andorra y otros pueblos de la comarca. Resulta que toda la noche se oyeron ruidos sospechosos. Al día siguiente, nos mandaron al patio a primera hora. De una manera indirecta, nos enteramos de que un compañero de la CNT decían que se había ahorcado en la celda con la faja. Cosa que considerábamos imposible, porque la ventana estaba a la altura de un hombre de uno sesenta y cinco.
En todo el día estuvimos sin salir del patio, con un silencio sepulcral, y con miradas resignadas de duelo y de un rencor amargo, sin manera de disiparlo. Reforzaron la vigilancia, y quedaron suspendidas todas las actividades, como la escuela, el orfeón, y otras.
No acabo de comprender cómo hoy en día hay tanta cantidad de fugas a punta de pistola, que hacen túneles, que suben al tejado, y que secuestran toda una plantilla. Yo estuve al cacheo en la cárcel de Lérida. Un plátano, lo cortábamos por el medio; el pan, lo cortábamos en varios trozos; y pucheros y cacerolas, con una cuchara larga, no paraban de remenarlo hasta que estaban convencidos de que no había nada. En Zaragoza, aún éramos más estrictos en la disciplina.

18.2.08

82

El jefe de servicios era el prototipo del retrato de Hitler, con una mancha en la cara, de lo que lo llamaban 'el Manchas'. Era recto en disciplina. Los días que estaba él, no circulábamos por ninguna parte, y así no le dábamos lugar a que nos castigase. Por las noches, cuando tocaban a oración, si no contestábamos con la voz de "¡Franco!", nos tenía formados hasta que consideraba que lo habíamos hecho todos.

El peor de todos era el director. Era tuerto y cojo, porque lo atropellaron, y tenía alergia a los chóferes. Cuando estábamos formados en el patio, pasaba revista de pelo, y como alguien tuviese el pelo de dos semanas, le preguntaba: -"¿Usted por qué no se corta el pelo?". Le contestaban: -"...Mire usted, es que tengo que salir a juicio", o "voy a salir en libertad...". Él replicaba: -"¡A la barbería!¡Aquí no hay más tupé que el mío!". Y tenía una cabeza como una bola de billar.

Después de la limpieza del salón, con el ojo que tenía, miraba si los montones de los petates no estaban bien alineados, y empezaba a patadas hasta que los deshacía. También miraba los cristales, y decía: -"Todos los cristales quiero verlos como éste". Y no había cristal.
Los domingos, una hora antes de la misa, nos hacían formar, alinear y ponernos firmes y, antes no empezaba la misa, ya estábamos agotados. Después, al terminar, se juntaba con las monjas, arrimándole la tripa hasta tocarse con la de la monja descaradamente, en presencia de todos, hasta del cura y el resto de la plantilla. Así nos tenían, hasta que les rotaba, que nos tenían a mil personas o más formados en el centro y galerías.

17.2.08

81

Había tres jefes de servicios: si estaba Valdivieso, decían estar en "República"; si estaba Simeón, en "Monarquía"; y si estaba 'el Manchas', que formaba equipo con el oficial Pineda y los funcionarios 'la Vaca Roya'-que pegaba hasta que se le caía al suelo la gorra-, y 'Pedro el Cruel', que siempre inventaba algo para meterse con los presos, se tildaba de "Fascismo". Decían de Pedro el Cruel que la República no lo fusiló porque era muy joven y le tuvieron lástima. Pero la bilis que tenía contra los políticos era inmensurable. Siempre nos miraba con ojos felinos y de traidor. Nunca habló con ningún político, de no ser para pegarle.

Una vez, según dijo, se paseaba por el patio de la enfermería, que quedaba por debajo del salón segundo. Las ventanas del salón estaban protegidas por una tela metálica, por la que el dedo meñique de un recién nacido no habría pasado. Y subió como una fiera, diciendo que habían atentado contra él. Pegó hasta que se cansó, nos hizo formar diciéndonos que estaríamos formados hasta que cayésemos de cansancio, si no delatábamos al que había atentado contra su vida.
Pero, por suerte, subió el jefe de servicios a ver lo que pasaba, le quitó importancia y nos hizo romper filas.

16.2.08

80.- Llegada a la Cárcel de Torrero (Zaragoza)

Así que, a las doce de la noche del día 15 de Octubre, llegamos a Zaragoza. En la estación encontramos a mi hermano Antonio.
En la cárcel de Torrero, fue como una ducha de agua fría. Al entrar, el funcionario nos dijo: -"¿Que vienen de vacaciones?". Y francamente, el cambio era como de la noche a la mañana.
Nos metieron a dos en cada celda. Conmigo metieron a Antonio Malchó. Veinte días que no salimos más que para la ducha.
Al despertar del día siguiente, había un invertido en la galería fregando el suelo. Un funcionario se lió a ostias con él hasta que lo tiró al suelo. La impresión que sacamos al mirar por el chivato de la puerta fue desoladora.
A los veinte días, nos metieron al salón, donde había unas doscientas personas, la mitad comunistas, y el resto de la C.N.T.
Al ingresar nosotros al salón, éramos unos ciento cincuenta, y otros muchos más por las celdas.
El primer día, al salir al patio, fue decepcionante. Nos hicieron formar de 5 cada hilera. Estaba de servicio el llamado "Pedro el Cruel" y, mirando si sobresalía alguien o alguna oreja, se metió entre las filas repartiendo ostias, con unas manos como un gorila, que provocaba el terror. Y con la pistola en la mano, por si alguien intentaba algún pequeño gesto de rebeldía.

15.2.08

79

Así que las cosas iban siguiendo su curso, cuando, de la noche a la mañana, nos comunican que nuestra causa la habían desglosado del resto de los pueblos, y trasladado a Zaragoza como "Rebelión Militar". Así que, acto seguido, el día 15 de Octubre de 1946, nos ataron a los 17 y para Zaragoza.
En Lérida, los jefes eran muy tolerantes. Nunca vi que a ningún político se le llamara la atención. Una de las cosas que más nos preocupaba era que, algunos domingos, venía un cura muy pequeño vestido de blanco. Decía misa con una pistola del nueve largo al lado, que le sobresalía por la sotana. Nos clavaba cada mirada desafiante y provocativa; y, hasta que marchaba, estábamos inquietos. En cambio, el otro, ya muy mayor, parecía un bonifacio. Nos hacía examen de religión, y preguntaba: -"¿Cuántos dioses hay?". Y levantaba un dedo: -"¡Uno!". -"¿Y personas?". Te enseñaba tres dedos: "¡Tres!". -"¿Dónde está el Cielo?". Con el dedo apuntaba para arriba: -"¡Arriba!". "¿Y el Infierno?". Apuntaba para abajo: -"¡Abajo". -"Muy bien, aprobado".
Después, debido a la mala comida que nos daban, más bien escasa, hicimos un plante, pero duró poco; aumentaron la comida.

14.2.08

78

Según me explicaba uno de ellos, un tal Aznar, que era barbero y había trabajado en el pueblo con mi vecino el Miché, que tuvieron que cortar la redada, o de lo contrario estaba complicado el gobernador de Lérida, el de Barcelona, y algún General; y que por lo tanto, estarían poco en la cárcel. En cambio nosotros, que no habíamos hecho nada, lo teníamos más difícil. Según algunos periódicos, nos calificaron de terroristas, bandoleros, salteadores, y una serie de adjetivos difamatorios que nos quisieron aplicar.
El primer domingo de su ingreso, lo sacaron a oír misa, y fue una ovación de murmullo al verlo arrodillado al lado de retonda con la cabeza pelada. Por cierto, que el barbero era un comunista de mala uva, más que esquilarle se lo arrancó. También había pasado por sus manos.
Un día, vino su señora a comunicar, y después que terminó, me dijo que quería hablar conmigo.
Yo le dije que conmigo no tenía que hablar nada, pero tanto insistió que me vi obligado a escucharla.
Y me salta:
-"Si esto cambiase ¿Qué me haríais a mí?".
Yo entonces dije:
-"¿Qué te hemos hecho hasta ahora?".
Dice:
-"¡Vosotros me colgabais de la reja más alta de este edificio!".

Desde luego, que si llega a pasar el cambio, que parecía probable, porque había terminado la guerra [mundial] y todo hizo prever que era el final del fascismo, pero nos equivocamos todos, hasta los mismos del régimen. Y tuvieron una reacción que nosotros, los presos, pagamos las consecuencias. Si llega el cambio estando en Lérida, las consecuencias habrían sido fatales para él, porque había motivos más que suficientes para lincharle.

13.2.08

77

Al día siguiente, por la mañana, después del café, vino el funcionario y me acompañó a la puerta, en la que había una señora con una lechera y unos bizcochos para su marido. Cuál sería mi asombro, al entrar en el salón y ver, en un rincón, tirado, y con unos ojos que le saltaban de la cara, al jefe de la Brigadilla Social: el famoso Tomás Romero Miguel, hijo de la Puebla de Híjar. Por sus manos habíamos pasado más de noventa políticos, entre los pueblos de Lérida, Alcarrás, el Cogull, Fraga, Ontiñena, Torrente de Cinca y Mequinenza.

Al entrar, digo:
-"¡Hombre, sí que es raro ver por estas casas a los defensores de la ley! ¡A los protectores del bien social! ¡A los que matan a palos porque no están de acuerdo con sus ideas! ¡Y tan puros y tan buenos que van cada día a comulgar para quedarse limpios, y, después, volver a proceder contra aquellos trabajadores que no tienen más misión que trabajar en las entrañas de la tierra para mal vivir!".
No hacía más que llorar, cuando por último le dije que me era muy fácil matarlo de un puntapié, pero mi dignidad me impedía usar la Ley del Talión. Entonces vino el funcionario y me dijo: -"Comas, vámonos".
Cuando fui al patio, a los más de noventa presos que habíamos pasado por sus manos les expliqué el caso. Fue una ovación tan sonora que se oyó de lejos.

La cuadrilla de estraperlistas que ingresó, junto con los dos policías, se dedicaban, con una cuba de unas cuatro toneladas, compraban el aceite. Figuraba que lo compraban en Las Garrigas; y entonces aparecía la Brigadilla, y decomisaban el aceite, que entonces eran unas divisas muy importantes. Y encima les amenazaban y les ponían una multa. Y así iban operando, complicando a gentes de altas esferas.