Yo las compraba (las chistorras) y, con dos alambres, uno lo pasaba por el chorizo, y el otro, con dos almendras: las encendía, y con el pringue del chorizo sobre el pan y la llama de las almendras, se formaba un aroma por la galería que todos me gritaban: "¿Que están asando un cordero o qué?". No valía mucho, pero el hambre hacía muy buena salsa.
A mí, cada quince días me mandaban dos panes grandes, los cortaba en diez trozos, y los ponía a secar. Así no se florecían, y tenía un trozo para cada día. Por la noche, le tiraba unas gotitas de agua, lo envolvía con un trapo y, al día siguiente, parecía recién hecho. También, con mi compañero de celda Juanel, con un lata pequeña mandamos hacer un hornillo con alcohol, y muchos días nos hacíamos café.
Juanel era un hombre muy especial. En la celda, no paraba con la palma, no se le veían las manos; y cuando no, escribía continuamente. Fue una persona muy destacada en la guerra: fue Comisario General del Ejército del Este. También fue Consejero de la Generalitat de Cataluña y Secretario General de la CNT en el exilio, y pasó a organizarla en España clandestinamente. En Francia, fue muy perseguido por los alemanes, porque estaba enrolado con la resistencia. Su mujer fue una gran escritora, Lola Iturbe, considerada una de las mejores literarias de su época. Con ella vivía, junto con su hija, la hija de Buenaventura Durruti.