Así que fuimos subiendo, hasta que encontramos la pista. Antes de encontrarla, dimos con una paridera, entramos dentro, y encontramos mucho bacalao y pan. Y como hacía unas cuarenta horas que no habíamos comido, nos atracamos demasiado de pan y bacalao. Pero el problema vino después: una sed que no podíamos resistir. Comíamos nieve, y contra más comíamos, más sed teníamos. Cuando ya estábamos al final de la cordillera, había una caravana de cubas de agua llenas abandonadas. Tratamos de abrir los grifos y estaban congelados. Y no podíamos abrir la tapa de encima. Al final, con una lata que había por allí lo conseguimos, y pudimos beber. A los tres días dimos con la Compañía, y el recibimiento fue apoteósico, porque ya nos dieron por muertos o desaparecidos.
Así que, al quedar sin camión, nos mandaron al Trece Cuerpo del ejército, y nos enviaron a un pueblo llamado Alcalá de la Selva. Llegamos a media noche, y había nieve hasta la rodilla. Al lado de la carretera hicimos una fogata con pino verde, que por delante te quemabas y por detrás te quedabas helado.