24.2.08

88.- El Juicio

En aquellos días, nos comunicaron las peticiones de condena, que fueron de la siguiente manera: cuatro penas de muerte, seis treinta años, y el resto, doce años y un día. Yo estaba entre los de treinta años. Las familias quedaron acojonadas y sin poder reaccionar. Los abogados hacían promesas que sabían que no podrían cumplir.

Algunos tocaron a familiares que estaban entrados con el régimen. Un familiar de Antonio Quintana fue a ver a María Quintana, que era una lumbrera con el régimen. Les echó la puerta a los morros, pero el regalo lo cogió y se lo entró para dentro.
Nosotros, en parte, a pesar de las peticiones elevadas, sabíamos más o menos lo que nos quedaría, por la relación que había con las otras redadas, como la FARE y otras similares. Ellos tenían unas formas similares: nos juzgarían igual que si nos hubiesen cogido con las armas en la mano, y no había sistemas de defensa, porque no la aceptaban. Ellos decían: "A éstos hay que ponerles tal; a los otros, cual". Y sin rodeos ni reclamaciones. Prueba de ello es que, el día del juicio, ya nos habíamos puesto de acuerdo en no decir nada, y uno, Roca Pusach, que intentaba exponer algo a su manera, le tuvo que decir su abogado que callara, o de lo contrario lo complicaba más.