28.3.08

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El trabajo era agotador. Primero nos llevaron a un desmonte. A los cuatro del pueblo nos dieron una parihuela, una especie de dos barras de carrasca muy fuertes, con unas tablas clavadas en el medio. Nos hacían meter unas rocas que no las podíamos mover y, entre los cuatro, teníamos que cargarlas en unos vagones basculables, para después descargarlas al terraplén. Cuando llegabas al final de la jornada, los brazos te crecían cuatro dedos cada día. Y el encargado no hacía más que incitarnos al trabajo. Hasta que tú le decías: "¡El trabajo es duro, el jornal insignificante, y la comida fatal! Así ¿Qué le parece?". Entonces te tenía consideración.

Después nos trasladaron a otra cantera, en la parte superior del pantano, a la orilla del río. En aquella cantera cargábamos los vagones y, en malacate, o plano inclinado, subían las vagonas con un cabestrante, y las tiraban a unas tolvas donde, con unos molinos, lo trituraban todo y hacían machaca, garbancillo y arena, para la mezcla del cemento.
Todo aquello estaba montado muy a la ligera y, cuando enganchabas los vagones y empezaban a subir, tenías que correr, o de lo contrario estabas expuesto a sufrir las consecuencias.