5.4.08

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Fue fatal. Andaba por el muro del pueblo, viendo gente por todas partes, y no distinguía a nadie. La casa estaba abarrotada de gente, y yo con un nudo en la garganta y sin poder llorar. Allí me encontré, tirado en la cama como un guiñapo, a mi hermano, tendido en la cama. Un hombre de uno ochenta, con una espalda que parecía que nada podía con él, con un temperamento inigualable, que todo el mundo lo llamaba, que gastaba bromas con todo el mundo y nadie se lo tomaba a mal. Estuve toda la noche y parte del día que nos quedaba mirándole, y mi mente la tenía en blanco y no encontraba manera de concentrarme en ordenar mis ideas.

Después de treinta y dos meses de guerra, de un mes y medio de campo de concentración, que fue lo más horroroso que nadie se pueda imaginar; después de pasar las pruebas de la brigadilla criminal, que nos pegaban y empleaban unos métodos que no hay plumas que lo relaten, como el simulacro de la ley de fuga; las mazmorras de la comisaría de Lérida y el terrorismo de la cárcel de Torrero, no eran comparación de ni por asomo cómo me quedé, allí en presencia de mi hermano, que me desaparecía para siempre.