27.3.08

120.- Estancia en Buytrago

A los tres días ya nos trasladaron a Buytrago. Aquel sí que era un campo con todas las de la ley. Había dos salones llenos de literas de madera con tres pisos, todo lleno de basuras, chinches y otras especies.
La comida era fatal. Estaba compuesta por unas lentejas con arroz, y, de condimento, una especie de grasa que quién sabe de lo que estaba compuesta. Las lentejas, madre mía las lentejas. Cada una tenía por lo mínimo dos gusanos negros. Al servirlas, toda la capa del plato estaba negra. Empezabas a sacarlas con la cuchara, pero a última hora te cansabas, cerrbas los ojos y empezabas a comer a lo que saliese. De modo que, tanto Soler como Rodes, Garín y yo, que comíamos juntos, sentados en plena calle, nos mirábamos y decíamos: "Muchachos, al ataque". Con que cerrábamos los ojos, y a comer. Para segundo plato, no lo había. Pero en el economato nos comprábamos trozos de tocino muy gordos y un poco de vino. Así pasábamos las comidas, y las cenas, que siempre vi lo mismo.
En la litera, a mí me tocó debajo de uno que trabajaba al cemento, y no podéis imaginar la cantidad de cemento que cada día tragaba. La limpieza brillaba por su ausencia.
Trabajábamos una semana de noche y otra de día, con turnos de diez horas, jornadas intensivas. Por la noche, hasta la una de la madrugada, aún íbamos resistiendo. Pero de la una hasta las cinco de la madrugada, se hacían aquellas horas insoportables. Parecía que no íbamos a terminar. Después, en el barracón, no podías descansar; pasaban recuento cuatro o cinco veces al día. El uno que terminaba de trabajar, el otro que tenía que entrar, y así sucesivamente, y no podías conciliar el sueño, a pesar de que estabas agotado.