4.4.08

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A primeros del 51, mi hermano fue empeorando, y falleció en seguida. El golpe fue duro. Un hombre que era todo bondad moría agonizando, con todo el conocimiento, a los treinta y tres años, dejando una viuda y una nena de tres años. Así que, entre unas cosas y otras, la moral de nuestra familia estaba por los suelos.
Mi hermano pequeño trabajaba a la mina, y mi padre y yo íbamos trampeando con las tierras. Pero, al cabo de un año poco más, vino el golpe fatal: estábamos labrando en la finca del Pla, nos estábamos preparando para hacer la cena, cuando el perro que teníamos salió disparado, arremetiendo desesperadamente. Salí a la calle, y pude vislumbrar que venían un grupo de hombres acompañados por el pastor Manuel de Cholina. Me llamaron en seguida, y ya reconocí las voces de los amigos de mi hermano. Se me vino el mundo encima. Yo ya lo veía muerto, pero Mario Arbiol me decía que no, que prueba de ello era que él era el Secretario del Juzgado, y por lo tanto me demostraba que no estaba muerto. Pero, al llegar al pueblo, nos hicieron dejar las caballerías en una huerta, y nos hicieron pasar por el puente, que estaba en construcción. Y durante el recorrido por el pueblo, la gente que estaba toda en la calle dio muestras de que la desgracia había caído en nosotros.