6.12.07

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Mequinenza siempre se ha distinguido por tendencias izquierdistas. Recuerdo una frase que no olvidaré nunca. Cuando fui a la mili, al tomarme la afiliación, me dijo el brigada: "¡Usted es de tendencias izquierdistas!". Yo, que era un bonifacio, no supe que contestar, y ni casi entendí la frase. Después me volvió a repetir que mis antepasados eran revolucionarios de izquierda.

Caso curioso el de Mequinenza, que, cuando la Semana Trágica de Barcelona, fue el único pueblo que se revolucionó en solidaridad con los catalanes, que protestaban por la Guerra de África. En Mequinenza había ocho soldados que estaban con permiso indefinido, e impidieron que se incorporasen a Pamplona. Pero, después, denunciaron a Zaragoza la revuelta, y pasó lo peor: hubo una redada de cabecillas, otros tuvieron que marchar del pueblo, y los soldados no tuvieron más remedio que incorporarse a la mili. Esto fue el año 1909, que estaba mi padre entre ellos, que pertenecía a Cazadores de Caballería de Pamplona. Eran de la quinta de 1905, que servían 3 años y estaban de permiso indefinido.

8.7

Después hubo unos hechos que causaron un cierto malestar al pueblo. Nunca se ha sabido la finalidad, pero el hecho dio mucho que hablar.
Es un caso muy especial geográficamente. Nosotros lo ignoramos, pero debió ser un lugar estratégico. Es Valldelesme, que está entre la Vallcorna y Valdurios, un terreno semisalvaje. Desde el principio, parte una cordillera por cada lado, y van a parar al río con un final de 350 m. de altura y una distancia del río de 50 m., que es intransitable. De bajada, la primera: 'La Punta de la Mula'. La segunda, 'La Punta del Macho'. Yo he estado en las dos, e impresiona. Y a este lado, partiendo de la Torre Fostigueres, está Vall de l'Om y Vallesfreises, con dos cabezos con las mismas características. Vall de l'Om, 'Cabezo la Talaya', enfrente mismo que la Punta de la Mula. A Vallesfreises, enfrente mismo, 'La Punta del Mort'. Parece que, tirando una piedra, vayas a llegar de un lado a otro.
Hago mención a estas cuatro puntas, porque los alemanes pusieron una bandera alemana en cada punta de las cordilleras. Estuvieron varios años, y las retiraron cuando la guerra del 36. Se veían a muchos kilómetros de distancia. La Alemania de Hitler causaba respeto por aquel entonces, debido al aspecto belicoso que tenían los alemanes por aquel entonces, con la sed de dominar el mundo.

Llosa tiene unas características muy especiales. Después de las cuatro cordilleras mencionadas anteriormente, a 2 km. de distancia está el Collat, frente a la Lliberola, que parece que se vayan a juntar las dos orillas, haciendo una curva tan cerrada, que no te das cuenta de que pasa el río hasta que estás encima. En la Lliberola hay unos peñascos redondos, cortados verticalmente, de una gran altura, y que los separaba del río por un camino estrecho, hoy inundado de agua.

8.6

Trabajaban sin ton ni son. El Agustín era muy sincero, y tenía la fuerza de un mulo. Hacía verdura y, cuando no le marchaba el motor, con un caldero muy grande pasaba horas haciendo riegos con el cacharro al cuello y un cubo a la mano. Pusieron muchos animales de pluma y granjas de gallinas.
Las relaciones vinieron a menos, a causa de un accidente muy lamentable. En uno de los viajes que realizaba el chef semanalmente, tuvo la mala suerte que, al final de la calle Zaragoza, donde vivía el vecino nuestro de Llosa, quien tenía 3 chicos y una nena, estando jugando la niña, salió corriendo a la calle en el preciso momento en que pasaba el coche, y la mató.
La familia quedó muy desolada; incluso, cuando estábamos en Llosa, y por el otro lado pasaba el coche del chef, con una escopeta del 16 le disparaba al otro lado. A consecuencia de esto, casi dejó de subir.

8.5

Después, empezaron a mandar tractores, motores, caballos, alquilaron varios pares de mulas, que se dedicaban a rellanar las tierras. Había brigadas de hombres de los Monegros, de Fraga y de otros pueblos, que iban cavando todo el soto de la ribera, de una longitud de unos 10 km.
Rellanaron una gran cantidad de hectáreas e hicieron una planta de árboles diversos de muy buena calidad. También usaron una plantación muy especial. Plantaron olivos arbequinos, alternados con almendros del desmayo y, en medio, viña clase macabeo. Abonaron mucho el terreno, y les dio un resultado fabuloso; cuando los olivos empezaron a rendir, la viña y los almendros ya llevaban de mucho antes produciendo. Muchas veces también traían mujeres, que pasaban la mayor parte de la vida nadando. Nadaban tres o cuatro kilómetros río abajo, desnudas a pelo; armaban una algarabía que no había quien les entendiese.
Una vez, vinieron a segar con una máquina engabelladora, delante de lo nuestro. Tenían un campo de avena muy majo. Vino el Gustavo con un caballo loco. Enganchan el caballo y, al oír el ruido de la máquina, echa a correr, se desengancha de la máquina, y la máquina y Gustavo fueron a parar al río. Suerte que había poca profundidad, y pudo salir bien.

8.4

Después de una pausa de unos años de quietud, donde sólo habitaba un gran rebaño de cabras cuidadas por un señor llamado Conrado, que pesaba 130 kg., y no se movía del camino y las cabras campaban por su cuenta, conducidas por un perro pastor muy inteligente. No tenía más que indicarle "ves a recoger el ganado", y el perro puntualmente lo recogía.
Así transcurrieron unos años, y un día, el pastor Conrado nos llamó para despedirse, que se iba a Bujaraloz; que se había vendido la Vallcorna y las 700 hectáreas.
Así, de la noche a la mañana, nos despertaron con unos bufidos de trombón malsonantes y unos redobles de tambor malsonantes y destemplados. En el claror de la luna, pudimos distinguir tres hombres con caballos que se paseaban y andaban de juerga.

A los dos o tres días, pasaron a hacer las presentaciones. Uno dijo que su tío el chef, alemán y director de la fábrica de Flix, lo había comprado todo, y que tenía pretensiones de hacer muchas inversiones, incluso ponernos el riego a Llosa a todo el vecindario. Pasaban a comprarnos vino, y mi padre les invitaba, como era de costumbre en aquellos tiempos, y marchaban la mar de contentos.
El que era como jefe se llamaba Agustín, y otro Gustavo. Después nos presentaron a su tío el chef, que era un hombre muy amable y hablaba muy bien el castellano. La mayor parte del vino nos lo compraba a nosotros.

8.3

Una vez, se dio un caso muy singular. Cargaron el barco de trigo para Tortosa y, al llegar a la Lliberola, que está a media hora andando, perdió la serva del timón y desapareció bajo el agua. Creo que se salvó un peón cogido de un remo.
El río hace una curva cerrada y baja con mucha pendiente. Yo lo miraba muchas veces cuando bajaba crecido, y causaba pánico ver las olas de metro y medio de altas, y como se desviasen de ellas, eran caput. Tenían que remar a tope para salvar las olas. De toda la canal del Ebro navegable, era a la que más miedo tenían los navegantes.
Durante varias generaciones, la finalidad de la Vallcorna era el punto de partida o centro de acollida entre los Monegros y la canal del Ebro. Los llauts subían por el río por etapas de unos veintitantos kilómetros diarios. Salían de Mequinenza río arriba hasta Zaragoza, y pernoctaban la noche en la Vallcorna. Y así subían toda la canal del río.

8.2

Al poco tiempo, se hablaba mucho de una gran sequía. Que no llovía en muchos años, y se perdían las cosechas, se secaban los almendros y los pinos, y no había agua por las balsas. Nosotros pasábamos la vida en Llosa, que al lado del río siempre teníamos vida: la viña, la pesca, la caza, y mil cosas que siempre había que comer al sot [la huerta].
De la noche a la mañana, se corría el rumor de que habían vendido la Vallcorna, la finca del otro lado del río Ebro. La Vallcorna, una finca de seis o setecientas hectáreas. El edificio, construido a la orilla del río, era de grandes dimensiones. Tenía varios departamentos para poner el grano, que les llamaban algurines, que estaban destinados para almacenar el grano que bajaban con carros por la val, desde Peñalba, Candasnos, Bujaraloz y las comarcas del contorno. Decía mi abuela que a veces se juntaban diez o doce carros, o más. Un poco más arriba de la casa, había, o aún existen, unas grandes cuadras y pajares, donde campaban para reponerse. Comer, comían en unos salones muy grandes, con una cocina y el fuego al medio, y una olla o caldero muy grande colgado de tres hierros. Allí se juntaba muchísima gente, porque subían los barqueros con los llauts, y tenían que esperar turno para cargar el grano por orden riguroso. Había unos masoveros o administradores que lo controlaban todo.

8.1

En la época de la Guerra del 14, Mequinenza sufrió un transformación muy importante, debido al impulso que tomó el carbón de ámbito nacional.
La inmensa mayoría trabajaba en las minas, y el que no, tenía gente de los pueblos de alrededor, que venían para toda la semana, y dormían en pajares o donde podían instalarse, pagando una cantidad mísera, pero que ayudaba a vivir.
Los más expertos, o decididos, supieron sacar provecho de la situación. Pusieron bares, casas de juegos; algunos se arruinaron. Otros se hicieron ricos. En los bares había gramolas, máquinas tragaperras, y programaban películas mudas, donde pagaban 10 céntimos.
También había mujeres de la vida o camareras. Con las mesas de juego (el monte, la brisca y otros juegos de embite estaban en todos los cafés), los más favorecidos fueron los cafeteros, porque los departamentos de juego eran cuartos aislados y cerrados, para que no entrase ninguna autoridad.
A Mequinenza le llamaban la capital de la comarca o la pequeña Texas. El pueblo era un bullicio de gente de todos los pelajes.
Pero se acabó la guerra, y desapareció todo por encanto. Continuaron los locales, pero la gente tuvo que marchar; muchos a Cataluña, y la mayoría a Barcelona; que, por cierto, muchos se abrieron camino allí.

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Aún existe la Cova, que es donde los veranos iba la gente a poner el agua a la fresca. La mayoría de los vecinos tenía un pequeño puesto en propiedad para poner el agua. La llevaban por la mañana, y a mediodía iban a buscarla. En verano corre un aire fresco muy agradable; al final, hay un pozo que sube para arriba, que, según los antepasados, comunicaba con el Pou de la Maneta, que está a la falda de la sierra del Castillo. Según versiones, trataban de infiltrarse por allí para el asalto, cosa que también les fue imposible; tanto la vertiente de la Sierra del Ebro como de la Plana estaban llenas de bombas sin explotar y cascos de metralla. Incluso en la Plana nuestra he encontrado muchas y de diversos tamaños.

Mequinenza ha sido una localidad que siempre ha sobresalido de los demás pueblos, en guerras y en modernismo; yo recuerdo vagamente cuando la Guerra del 14, yo era un crío, que por todas las casas del pueblo había 5 o 6 mineros que dormían en los pajares de todas las casas. Trabajaban toda la semana, y el domingo se iban a casa hasta el lunes, pero cuando llegó el 18 que se terminó la guerra, dió un bajón grande las minas, que quedaron reducidas a casi nada; mucha gente tuvo que marchar, particularmente gente joven, tanto hombres como mujeres. Algunos ya se afincaron allí y no han vuelto nunca más de no ser de visita; después, cuando la 2ª República, volvieron muchos y ya no se movieron jamás.