Por el camino, íbamos conducidos por un camión custodiado por la policía de Lérida, con un coche de la brigadilla delante y otro detrás. Al llegar al alto de las curvas de Fraga -era la carretera antigua de Fraga, en la que había muchas curvas y quedaba bastante descampada- paró el coche de delante, y se pusieron a discutir con el Brigada de la policía, que querían que bajásemos del camión y aplicarnos la ley de fuga. Pero el Brigada reaccionó, diciendo que a él le habían encargado llevar a los detenidos a Lérida, y que estaba decidido a cumplir la misión que le habían encargado. Después, en Lérida, nos dejaría en la comisaría a su disposición.
Llégamos a Lérida a la madrugada, y nos metieron en unos sótanos, en los que había unos calabozos con una capacidad de 2 metros de largo y 1,5 metros de ancho. Para respiración, una ventanita de 0,30 metros x 0,20 metros de ancho, con un asiento de piedra triangular. Nosotros éramos 17, y nos distribuyeron entre los dos calabozos.
Pero resulta que eran las fiestas de San Anastasio, y cada momento traían algún chorizo. En total, llegamos a estar 11 personas en un calabozo. Nos teníamos que turnar la cabeza en la ventanilla para respirar, porque nos asfixiábamos, y entre día tenían que abrir las puertas porque nos hinchábamos. Durante el día nos dejaban tranquilos, pero cuando llegaba la madrugada, ya tocaban a botasillas. Nos estaban turnando, y empleando los procedimientos más groseros y espantosos que en ninguna época hayan practicado, hasta que quedaban agotados.