Llegué a mediados de Mayo, y un día después llegó mi hermano Joaquín. Nos presentamos al Ayuntamiento, y el alcalde Valentín Médico nos puso verdes de barbaridades contra nosotros, por estar con la República, calificándonos de todos los males habidos y por haber.
Al día siguiente, nos mandaron presentarnos a Zaragoza, y no teníamos ni una peseta. Una señora nos dejó 25 pesetas, y con ellas hicimos el viaje. Fuimos a Capitanía a presentarnos, y a dormir en una casa de muebles que cobraba 2 pesetas, con derecho a desayuno. Muy de mañana, nos levantamos mi hermano y yo y, desayunando, había seis o siete militares de Franco, que hacían gala de las proezas de su ejército. Que si los rojos eran eso, que si lo otro, que si tenían cola, que obreros eran capitanes, y una guasa a cual mayor. Entonces, indignado, les dije: -"Mirar, nosotros somos del ejército rojo, que decís vosotros. ¿Sabéis quién ha hecho la guerra tanto en un bando como en otro? Labradores, pastores, jornaleros, obreros, y gente por el estilo. ¿Quién se ha llevado las condecoraciones? Vosotros no. Tenéis que saber que la República tuvo que formar un ejército del pueblo para luchar contra los militares, que ya estaban formados. Y si no hubiese sido la ayuda de los alemanes, italianos y los moros, no hubieseis ganado la guerra, aunque vosotros no habéis ganado nada."
Se levantaron, y, sin pronunciar palabra, pagaron y marcharon. Aquella señora [la de la casa de muebles] era viuda. Le habían fusilado el marido los fascistas en la cárcel de Torrero. Después de marchar los militares, nos abrazó y nos besó a mi hermano y a mí, y no quiso cobrarnos el desayuno. Nos dijo que había disfrutado mucho al oír las verdades que ella sabía y que nunca pudo manifestar. Con que nos despedimos, y se nos ofreció incondicionalmente, aunque no hemos sabido más de ella.