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Después, fui a la empresa que era fiadora de mi libertad. Para colmo, estaba pasando un mal momento, pues tuvo que reducir un gran número de la plantilla de picadores. Entre los despedidos se armó un revuelo de mil demonios, porque yo ingresaba cuando los más de treinta picadores fueron despachados, y aquello no lo aceptaban. El administrador tuvo que hacer frente, diciendo que la empresa había sido fiadora de mí, y que yo aún figuraba en plantilla antes que todos los despedidos. Pero, aunque convenció a unos cuantos, otros emprendieron una política difamatoria y denuncias. Con que me mandó llamar el Comandante del Puesto, y me dijo que me mandaba a Torrero porque iba haciendo política por los cafés. Yo le contesté que no era cierto, que no había entrado en ningún café. Entonces, hizo ademán de pegarme, pero me retiré sin decirle adiós. Después, me llamó el administrador de la empresa, y me dijo que lo mejor que podía hacer era plegar de la empresa, porque tenía denuncias de personal que me quería muy mal.
De modo que, aunque quería trabajar mucho para poder ayudar a mi hermano, que lo pasaba muy mal, tuve que plegar y dedicarme a la tierra, donde las pasábamos canutas. Y donde me encontrase, me tenía que presentar.