3.2.08

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Llegamos al pueblo. La segunda semana, me vinieron a buscar para hacer las escaleras de la iglesia. Trabajé dos semanas, que aún me las deben. Fuimos tres hombres.
Y empezamos a organizarnos la vida. Yo me lié con Teresa, y vivíamos una vida muy reprimida. A los pocos días, viene una orden de detención de mi hermano, con cuatro más del pueblo. Aquello fue un mazazo para nosotros, porque mi hermano, que apenas tenía veinte años cuando terminó la guerra, nunca había participado en nada, ni había pertenecido a ningún partido político ni sindical.
Estuvo más de seis meses en las cárceles de Caspe y Zaragoza. Yo no salía de casa, de no ser para ver a la novia, porque cada día había desfiles y procesiones con boinas rojas y fusiles de madera, y con redobles de tambores y trompetas, con unos ruidos desacompasados y desastrosos.
En aquellas épocas, los pueblos estaban gobernados por unos clanes envalentonados por una victoria de la guerra franquista. Aunque ellos no habían participado en ninguna confrontación, sí tenían la mala baba de hacernos purgar con sus malas entrañas, y disfrutar viendo y procediendo contra todos aquellos que no queríamos someternos a unos fanáticos que no tenían más luces que un satileno apagado.
En el pueblo, todo eran desfiles con boinas rojas, el brazo levantado, una cantidad de tambores que redoblaban con todas las fuerzas que parecía una tormenta de granizo; con fusiles de madera y unos cornetines que tocaban desordenadamente. Pero los chavales, aupados por sus jefes que mandaban los desfiles, no tenían ni puñetera idea; ni siquiera habían hecho el servicio militar. Yo veía los actos desde casa con la luz apagada, debido a que no hacían más que mirar por balcones y ventanas para llamar la atención e incluirlos a los desfiles o las procesiones que se hacían semanalmente.
Así iba siguiendo la vida. Yo me metí en la mina. Me costó mucho adaptarme a la forma de trabajo. Después me casé. Y cuando ya me había acostumbrado al trabajo, tuve tan mala suerte que me cayó una piedra en la mano, que me la dejó hecha un guiñapo.