Una noche, sobre las doce, se presentó el francés (que llamábamos "el Español") y dice: "¡He encontrado una mina!". Con que marchamos cuatro rodeando el pueblo. Una vez pasado el control, él no decía nada, y nosotros, un poco moscas, andábamos tras él que casi no lo podíamos seguir. Hacía 1,85 metros de alto. Hasta que, un poco más adelante, vimos que había un bulto gordo. Con que, al llegar, vimos que era una pierna de búfalo congelada. Así que la cargamos entre los cuatro, y fuimos para cara casa, rodeando el control para que no nos vieran. Comimos carne durante varios días, que la tuve que freír para que no se nos malmetiera.
Resulta que "el Español" fue a Valencia y, de vuelta, llegó a un control y pasó un Ford de 10 ruedas. Normalmente, en el control no paraban a nadie, pero [ese día] sí hicieron algo de retención. Y él, que era muy ágil, se agarró a la caja y subió, y cuando notó que estaba cerca de Casinos, tiró la pieza en la cuneta, en el control bajó sin parar, y se volvió a apartarlo de la cuneta, para que no se lo quitasen.
Después de varios tumbos de aquí para allá, volví a ingresar en la 25 División, en la que estaba mi primo de teniente, que es donde estaba antes. Enseguida me dieron un turismo, e iba defendiéndome. Estaba de enlace al puesto de mando en las avanzadillas del frente de Teruel. Había dos o tres pueblos que los dejaron piedra sobre piedra. Andábamos por unas pistas recién hechas, que, aunque estaban batidas por la artillería enemiga, era mejor, porque podías correr y era difícil que te tocasen.