21.3.08

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Para que se me curase mejor la mano, me destinaron con un compañero albañil, que iba tapando rozas, arreglando desagües, y otras tareas. Un día, estábamos poniendo tubos de desagüe de un piso a otro, y se presentó el encargado general, que le decían 'Barrilito'.
-"¿Qué hacéis aquí?".
-"Estamos poniendo un desagüe".
-"¿De qué medidas son los tubos?".
-"De 15 cm.".
-"¡Del 22, me cauen Dios! Vosotros no conocéis a esta gente. Empiezan a tirar bragas, sostenes, condones, y todas estas especies, que lo embozan todo. Así que del veintidós, y no quiero ver ninguna del 15".
Después me volvieron a poner de rocista.

Comparada con la vida en la cárcel, allí era más llevadera. Se comía mejor, un buen trato, y una serie de consideraciones que en las cárceles nunca tuve. Los domingos celebraban misa en el templo, sin haberlo terminado, pero al grupo nuestro ni siquiera nos dijeron nunca si queríamos ir. Así que los domingos los dedicábamos a ir al sector de debajo del templo. Allí acudían con unos carritos con pescados y frutas, y nosotros aprovechábamos, comprábamos un cuarto Kg. de pescado y unas gambas, y nos preparábamos un arroz para los tres, A. Rodes, A. Soler y yo. Después leíamos y paseábamos por allí. Algunos domingos, subíamos a las cúspides de las montañas, para contemplar el panorama de Guadarrama.