20.3.08

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Sin más, me salió un callo en la mano, se me infectó y tuve que coger la baja. Fui a ver a Manuel Fernández, que era el que hacía de médico y practicante del Destacamento, y le dije que quería ir a trabajar. Él me dijo que aún tenía la herida tierna, pero yo decidía. Esto era un sábado, y el domingo me llamaron que quería verme el Oficial del Departamento:
-"¿Es verdad que quiere ir a trabajar el lunes?".
Digo: "Sí, señor".
-"¿Qué interés tiene usted en trabajar tan pronto?".
-"Ninguno, pero no sé las costumbres, y ya estoy mejor".
-"Mire usted, el informe que tengo es que aún no está en condiciones. Y no vaya a creer que la empresa le va a tener ninguna consideración por mucha atención que le tenga. De modo que tómese una semana más, y tranquilo. Cójase libros, váyase a la montaña, y tranquilo".
Y así lo hice.

Un día, estaba paseando por las cercanías del monasterio. Allí estaban cargando escombro mi compañero y el que decía ser confitero, y dirigiéndose a mí, me dijo: -"Comas, mira". Cada palada que tiraba al camión decía: -"¡Oro molido!... ¡Oro molido!...". Y tenía razón. Los escombros eran de las celdas, que tan pronto como las terminaban, las echaban abajo. Continuamente.


Foto: Manolo Comas en el Valle de los Caídos, 1949 o 1950.