4.12.07

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Entonces lo trasladaron a Caspe, para que decidieran sobre él; pero cuando llegaron a los enllosados de Serafín, que había un bosque de pinos intransitable, le aplicaron la ley de fuga. Simularon que se escapaba. Entonces ya les quedó el campo libre al matar a Pablet, y al día siguiente, antes de amanecer, que ya los tenían en Capilla, bajó un piquete del Castillo, y a la primera descarga los mataron en la Batería, que era detrás del Cuartel de la Guardia Civil; pero entonces no había casas. La última casa del pueblo era la del Pacal, y, con el portal en que tenían el corral, quedaba cerrado el pueblo cuando se hacía de noche. En el Castillo había una guarnición militar, y lo tenían rodeado de cañones de gran alcance, del 15 1/2 y 7 1/2. También tenían muchos morteros. En las cordilleras de piedra, que eran varias, hacían guardia los centinelas, y cada cuarto de hora llamaban :"¡Centinela alerta...!".

El pueblo por aquel entonces, cuando hacían la última barcada, quedaba cerrado por todas partes; la entrada de Ribé, Ebro aguas arriba, que cerraba una muralla que bajaba del Castillo, aún hay vestigios o ruinas. Y el cementerio que había donde estaba la Cooperativa o la Fábrica de Regaliz. Por la otra parte, estaba el Roquisal con el Fortí, que aún se ven las paredes, que de allí dominaban toda la ribera del Segre.

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Y al volver al punto del siniestro, se dieron cuenta que faltaba un guardia. Entonces les entró el pánico, porque sabían que el guardia conocía al alguacil. Y empezaron a rastrear. Y pudieron seguirle hasta Vall Comuna. Allí había una cantidad de canutillo fabulosa, y, mirando y rebuscando, se les hizo de noche; fue entonces cuando el guardia se consideró salvado. Si no se hubiesen cegado por el dinero, es probable que no se hubiese sabido nunca quien lo hizo. Pero la avaricia les traicionó. Estuvieron un par de días buscándole por todas partes, pero fue inútil. Les vino la noche encima y se vieron perdidos. Cuando llegaron al pueblo, ya los esperaban, y fueron apresados instantáneamente. Por cierto, que me contaba mi padre que pasó la primera barcada, y mi abuelo se encontró con el alguacil y le preguntó que cómo había ido la cacería. Y respondió: “Un conejo y dos perdices”. Pero su aspecto era deplorable, de conforme andaba con los pantalones rotos, sucio y demacrado, que a mi abuelo le dió mala espina.

Detenidos los tres, les juzgaron por lo militar, y, sin defensa siquiera, los sentenciaron a Pena de Muerte. Pero se dió la circunstancia de que uno de ellos se apellidaba Borbón, que era el apellido del Rey, y por eso no lo podía matar, y si no mataban a uno, tampoco podían matar a los demás.