A principios de los cuarenta empezó a crecer de una manera alarmante el estraperlo.
Se crearon unos puntos clave donde se formaban grupos que actuaban en comunicación. Cuando aparecía un policía o un gendarme, desaparecían por arte de magia.
Los prinicpales puestos eran las Ramblas, Atarazanas, rodalías de Colón, calle la Cera, Paralelo, San Antoni, Plaza España, y otros menos importantes.
Pasabas por allí y no veías nada, pero encontrabas de todo. Encontrabas tabaco rubio, cajetillas, caliqueños, farias, ideales y toda clase de tabacos. Debajo de faldas anchas y de senos grandes se escondían barras de pan, tabletas de chocolate al pecho, chorizos colgados al cuerpo, etc. Y te lo ofrecían a media voz por la calle.
Después había otra clase más curiosa: salían con el tren y se extendían por la provincia de Lérida y Aragón (ribera del Cinca), y compraban arroz, judías, lentejas, azúcar y todo lo que les venía a mano. Mucho tocino, y morcilla, y chorizos. Pero tenían que ir con mucha cautela con la Guardia Civil.
Se idearon muchos sistemas, que empleaban la mayoría: las catalanas se hicieron un pantalón ancho, atado bajo la pierna bien prieto, debajo de las illadas, y encima la falda. Así camuflaban el estraperlo y burlaban a la Guardia Civil, que iban a la pesca como locos, porque requisaban comida para varios días gratis. Si podían llegar al tren, estaban salvados. El género lo cargaban por la ventanilla. Se ayudaban unas a otras, ocupaban el pasillo y no se movían. Al llegar a Barcelona, en San Andrés el tren hacía una parada de un cuarto de hora o veinte minutos. Las mujeres bajaban la mercancía e iban a casa con los familiares que las esperaban. Así no tenían que pasar por el control de la estación a puerta de salida.
Recuerdo un caso muy chocante: una señora llevaba un gallo en una senalla y le asomaba la cabeza. Iba cosida, y querían que pagase aduana, a lo que ella se negaba.
Otra clase de estraperlo eran los camioneros: entre Esparreguera y Martorell, en la bajada del Bruc, había un control. Cuando el camionero lo veía, iba reduciendo la marcha, colocaba un billete de 25 pts. como hoja de ruta, y ya no paraba. Y pasaban rastro durante el día. A veces también llevaban algún pasajero camuflado a alguna mujer escondida. Esta era toda la documentación que necesitaban para circular.
Otra categoría de estraperlo era la siguiente. En esto daré 3 nombres, con los que conviví en la cárcel de Lérida: Tomas Romeo Miguel (jefe de Brigadilla, Puebla de Híjar), un barbero que había trabajado en la barbería Miché, y un tal Cugat, con unos 20 más. Tenían una manera de trabajar muy limpia. Con unas cubas de aceite de 5 toneladas se presentaban en las Cooperativas de las Garrigas, y compraban el aceite. Mientras formalizaban la compraventa, se presentaba la Brigadilla, requisaba el aceite y les clavaba una multa. Cuando se les detuvo, tuvieron que cortar la redada, porque había implicados altos cargos de Barcelona.
En la cárcel conviví con personajes importantes del estraperlo. Como "el Niño", un protegido de Franco. Lo tenía camuflado en Yeserías, debido a una gran estraperlada que hizo con un barco de lentejas que mandó Eva de Perón. No sé a qué país las mandó, pero sé que tuvo que correr a esconderlo, porque los estudiantes de Madrid querían lincharlo.
Eran unos momentos difíciles que atravesaba una España hambrienta. Y "el Niño", un hombre de metro cincuenta, más ancho que alto, jugaba con los víveres españoles. En la cárcel de Yeserías no tenía relación con nadie. A mí me tocaba subirle el bolso de la comida. Firmaba el libro con un garabato y nunca oí su voz, ni me dió las gracias. Le subía cada día una manta llena de medicamentos y ungüentos, y tenía una piorrea que espantaba. Yo estaba en el turno de entrada, y tenía que revisarlo. Cada día tenía una visita especial de su señora, a la sala de Jueces, por tiempo indefinido y a todas horas del día.