Allí me encontré con mi cuñado Joaquín, que estaba en la 117. Salimos a la madrugada con un camión pequeño, y, al poco trayecto, apatinó y volcó, y el que salió más mal parado fui yo, que se me rompió la muñeca, el cuerpo lleno de contusiones, y heridas por el brazo. Con el frío que hacía -era de madrugada y estábamos a 18º bajo cero- yo ya consideraba que aquello era el final. Pero no sé cómo ni de qué manera, que me llevaron a Alcalá de la Selva.
Allí me metieron en una cama, con las sábanas medio negras y llenas de sangre de algún herido, y no tenían ropa para cambiar las camas. Era un puesto de urgencia de primera cura. Así que, sin almorzar, ni comer, ni cenar, a las tantas de la noche, vinieron a por mí. Me pusieron sentado en un banco, los tres aguantándome y dos tirando del brazo, el caso es que, cuando me desperté, me dijeron que estaba en Segorbe. Con que vino un médico y unas enfermeras, ordenando que cuanto antes me quitaran el yeso, que la inflación pasaba tres dedos por encima. Con que luego vino un señor corpulento, con unas tijeras de podar, dice que era el practicante, y no quieras saber lo que pasé hasta que me lo sacaron. Lo que sí me dijo es que se me estaba encangrenando, y urgentemente había que sacarlo.
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