Después se creó un malestar entre el grupo, porque el que hacía de cocinero lo hacía con mucha desgana, y acordaron que lo dejara. Teníamos arroz y bacalao, y yo les dije que con un poco de colaboración podríamos comer mejor. Con que por las huertas abandonadas empezaron a recoger pimientos pequeños, algunas cebolletas, y todo lo que tropezaban. Entonces, con un sofrito y un trozo de bacalao, les hacía un arroz que no lo podían creer.
Debido a los continuos bombardeos, nos llevaron a una vaguada del Raudo, el Puerto. Una noche, a las tres de la madrugada, yo me había hecho una cueva para dormir, y oigo "¡ñe!"..., al poco rato, "¡ñe!"... Al momento, se presentaron el sargento de la compañía y uno de Ontiñena, con un cabrito cada uno al hombro. Con que enseguida me llamaron: "¡Comas, Comas, Comas!". Así que, con la luz de un coche, los espellejamos, y aprovechamos hasta la sangre. Cuando se hizo de día, ya nos habíamos comido uno. El otro lo guardamos para el día siguiente.
Continuamente los fascistas iban avanzando, y nosotros retrocediendo. Después nos mandaron a Casinos; y nosotros, en Casinos, íbamos a buscar caracoles por debajo de los algarrobos, que hacíamos con arroz y verdura que robábamos.
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