Así iba pasando el tiempo, con unos días interminables, y yo con unos dolores de cabeza insoportables. Tenía en los oídos unos tapones, y unos bultos debajo de las orejas, que no podía ni tocarlas. Se lo dije a mi compañero Emilio el Pelaire, que hacía de practicante, y me dijo:
-"Mañana pasas por la enfermería, y te haré un lavado".
Con que, después de varias pruebas con agua caliente y jabón, me salió una cantidad de pelotillas más grandes que garbanzos, negras de sangre coagulada, a consecuencia de los golpes que me dieron los de la Brigadilla.
Un día, sin más, ya me iba a dormir en la celda, ya habían tocado silencio, y me llamó un funcionario, diciéndome que había varios ingresos. Con que bajé a retonda, y abajo había una treintena de gente de alto rango de Lérida. Al entrar en contacto con ellos, me dijeron que habían hecho una estraperlada a lo grande, y que había dos jefes de la Brigadilla Social implicados; de modo que los cacheamos, les tomaron las huellas y la afiliación, y los destinaron a un salón.
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