Así que, en poco tiempo, justamente el tiempo de leer el proceso de diecisiete personas, en unas dos horas, se saldaron el compromiso de dictar sentencia y aplicarnos: doce años y un día para los de pena de muerte; doce para los de treinta; y seis para el resto. Así quedó cerrado el proceso.
Terminado el proceso, el primero que vino a vernos fue el abogado que me defendió a mí, a Antonio Oliver y a Casildo Estruga. Lo primero que dijo fue: -"¿Qué les ha parecido mi defensa?". Yo le dije: -"Mire usted, lo ha presentado muy bien, muy bien pulido, pero no lo han escuchado. Como si hubiese hecho un discurso en el desierto. Yo, ya firmaría doce años".
Él se creía que saldríamos en libertad, pero se dio cuenta de su error. Nosotros no sabíamos de leyes, pero sabíamos lo que era juzgar a uno por Rebelión Militar. Él lo planteó muy bien para un sistema que hubiese sido por lo Civil, pero cuando le expusimos nuestras razones de que lo llevaban programado, nos dio la razón.
Al día siguiente vinieron los familiares, todos contentos que había ido todo muy bien, pero cuando oyeron nuestra versión, quedaron anonadados y acojonados. Suerte que vieron que nosotros estábamos más resignados, debido a que no nos cogieron de improviso.
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