Arriba, en el cabrestán, todo estaba montado muy a la ligera. Una especie de andamio provisional, que tenías que ir con los cinco sentidos donde ponías los pies, porque, de lo contrario, estabas expuesto a jugarte la vida. Con las vagonas en aquella altura, sin quitamiedos, y poca luz, estabas expuesto a jugártela en cualquier momento, cosa que ocurría muy a menudo.
Era preferible trabajar a la cantera, aunque en parte parecíamos estos que trabajan a galeras. No nos faltaba más que arrastrar las bombas con los pies, con los trajes de penado y un centinela cada veinte metros.
En cambio, en la descarga de la vagonas, éstas eran basculables, y tenías que ir con cuidado de que no te tragase uno de aquellos molinos, que engullían unas rocas que no no las podía abrazar un hombre, y con tan poca luz, que podía pasar cualquier cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario