Después de la guerra del 14, se formó tal desbandada en el pueblo de Mequinenza que parecía que se iba a quedar huérfano. Los que quedaban estaban asustados. Todos iban para Barcelona y pueblos de rodalías. Ya anteriormente, en el siglo XIX, un familiar mío trabajaba de minero en el metro. Contaba que trabajaban apiñados. Otro familiar trabajaba en el Gran Comercio El Siglo. Subía a casa nuestra como un señor. Creo que era un encargado. Pero se quemó y no he vuelto a saber de él.
Después del año 18 hubo la desbandada. Por suerte, todos se fueron colocando. La familia del Mesurador trabajaba en Can Tunis, y el mayor de dirigente en una oficina. Los hermanos Estruga, en Recauchutados Durán. Los Mesuradors vivían uno en Hospitalet, y el otro frente al Mercat de Sant Antoni. Los Estrugas, en Gracia, Sant Agustí y Santa Tecla. Los Perejil, en Sarriá y Poble Nou. Las hermanas Canero, detrás del los teatros del Paralelo, en Poble Sec.
En un bar de la calle Córcega comían ocho o diez del pueblo: Pere el Sastre y su hermano Ramón, Pepito el de la Asparteñera, los hermanos Sordet, Manolo Ampanteña, los Malchós, los hermanos Estruga.
En Poble Nou vivían varias familias, entre ellas la del Santo, que un familiar mío murió al caer de una andamio. Un tal Antonio Castelló cantaba en el Orfeó Catalá de tenor. Subía muchas veces al pueblo.
En un negocio de ropa llamado La Saldadora trabajaba un tal Moreno. Yo estuve muchas veces con mis cuñadas, que las atendía muy bien con las ofertas. Mis tres cuñadas, Dolores, Trini y Rosita, se fueron a Barcelona cuando la mayor tenía 14 años. Al morir sus padres se colocaron las tres, siendo unas criaturas. Como ellas, había infinidad de mozas y chicos jóvenes que se iban a Barcelona. Tenían montado el Centro Aragonés, que lo frecuentaba mucha gente de la provincia, particularmente de Fraga, que aún usaban la vestimenta antigua de las faldetas y el peinado con peineta.
También había una familia de tres o cuatro hermanos, los Pequeños. Manolo era el mayor de ellos, y tenía una librería en la calle Hospital. Cecilio tenia un bar en la calle Claris, y Joaquín un bar barra americana, creo que por las Ramblas. El que tenía ganas de trabajar se abría camino en Barcelona. Allí siempre han dado buena acogida a los forasteros. Prueba de ello son los andaluces con la Feria de abril, que se sienten catalanes para algunas cosas, y para sus costumbres andaluces.
Cuando se terminó la Guerra Civil hice unos viajes a Barcelona por motivos de salud, debido al accidente que había tenido en la mina. En Lérida cogía el tren del Norte, que venía atestado de gallegos que trabajaban en Barcelona. Cuando mi hijo jugaba en el San Andrés, yo fui con mis nietos al campo, y quedé impresionado, porque parecía un campo contrario. Todos iban con la bota y el morral con los bocadillos, y a gritar. Mi hijo que, jugando en casa, parece que juegas en campo contrario.
5.9.09
29.8.09
154.- El problema de los emigrantes (I)
Desde que tengo uso de razón, he visto infinidad de veces este problema. Me explicaba mi padre que, mucho antes de nacer yo, su hermano José trabajaba con una brigada del pueblo e el pantano de la vall de Uchesa (creo que está en el Segre). Trabajaban amontonados como las hormigas por un jornal mísero. Me dijo que había tal desorden que muchos del terreno acudían para estar presentes cuando se pasaba lista, e inmediatamente después se iban a trabajar a lo suyo. Mi tío José contaba que los accidentes eran continuos, y carecían de toda ayuda, porque no estaban asegurados.
También venían en tiempos de siega grandes cuadrillas con la falç ("hoz") y formaban una hilera con las gavelleras y los atadores de las garbas, o la mies (que después ponían a novenales, o garbas o debuités -18-, que se llamaban igual). Cuando terminaban de la siega aquí, seguidamente pasaban a los Monegros. Al inventarse la dalla ("guadaña") desapareció la falç de golpe. Ya no se usa más que para segar hierba. O los gitanos, cuando van a buscar comida para sus caballerías, aunque hoy van todos en furgoneta.
Hubo una época en que se iba a Francia a la vendimia. Marchaban a últimos de agosto, con contrato de trabajo, y les pagaban un buen jornal. Pero les exigían un trabajo continuo y de muchas horas. De lo contrario, los devolvían a su terreno. Contrataban igual hombres que mujeres. La mujer con un jornal más bajo.
También hubo otros que fueron a Cataluña: unos a coger la uva, otros con un mulo con dos portaderas para el traslado de la uva. Había un encargado de echar las cestas y, con las dos manos, zarandeaba los granos hasta que se despegaban de las barruscas. Después, las barruscas las apretaban en un rincón de la portadera, se les ponía una capucha y, con una cuerda, se las ataba por debajo de las cornaleras (sostén de las portaderas). El peso de cada una era de unos 50 kg., que, para ir por las sierras de los Brucs, se necesitaba mucho equilibrio para transportar los 100 kg. de uva. Los terrenos bajos los hacían con carros. Cargaban 10, o 12, o hasta 14 portaderas.
También venían en tiempos de siega grandes cuadrillas con la falç ("hoz") y formaban una hilera con las gavelleras y los atadores de las garbas, o la mies (que después ponían a novenales, o garbas o debuités -18-, que se llamaban igual). Cuando terminaban de la siega aquí, seguidamente pasaban a los Monegros. Al inventarse la dalla ("guadaña") desapareció la falç de golpe. Ya no se usa más que para segar hierba. O los gitanos, cuando van a buscar comida para sus caballerías, aunque hoy van todos en furgoneta.
Hubo una época en que se iba a Francia a la vendimia. Marchaban a últimos de agosto, con contrato de trabajo, y les pagaban un buen jornal. Pero les exigían un trabajo continuo y de muchas horas. De lo contrario, los devolvían a su terreno. Contrataban igual hombres que mujeres. La mujer con un jornal más bajo.
También hubo otros que fueron a Cataluña: unos a coger la uva, otros con un mulo con dos portaderas para el traslado de la uva. Había un encargado de echar las cestas y, con las dos manos, zarandeaba los granos hasta que se despegaban de las barruscas. Después, las barruscas las apretaban en un rincón de la portadera, se les ponía una capucha y, con una cuerda, se las ataba por debajo de las cornaleras (sostén de las portaderas). El peso de cada una era de unos 50 kg., que, para ir por las sierras de los Brucs, se necesitaba mucho equilibrio para transportar los 100 kg. de uva. Los terrenos bajos los hacían con carros. Cargaban 10, o 12, o hasta 14 portaderas.
22.8.09
153.- La distribución de la matanza
Ya todo el mondongo en la cocina, hechas las pruebas veterinarias, todo conforme:
Primero: fogata y caldero al fuego con 30 o 40 litros de agua a hervir. Antes que nada, se pone la cabeza, la lengua, la frejulia, la melsa y todos los desperdicios que vas sacando. Uno se dedica a deshuesar las paletillas y redondear los perniles. Todo lo que sale va para la longaniza y la salchicha. Las mujeres preparan la cebolla, la sangre y el pan, y cortan el sebo para amasarlo todo para las morcillas. Uno es el encargado del caldero. Este es el alma de la buena marcha. Ya cocida la primera tanda del caldero, se pica para los chorizos. Se embuten los chorizos y después los currutacos, que son una especie de morcillas pequeñas, que son de las tripas del cerdo. También se llenan las tripas gruesas, que es la morcilla especial, de un sabor muy bueno. El resto del embutido (morcilla y longaniza) se hace con las tripas del buey. Y las salchichas, con los budells de chay u oveja.
Para hacer el embutido, se dispone de la siguiente manera: uno, para la máquina de embutir; uno, para acompañar las salidas; dos, atando las morcillas. El técnico del caldero tiene que tener un tacto especial de cocción, con el fuego ni flojo ni fuerte. En cada cocción pone unas quince morcillas. Después se sacan con un bastón y la rasera, se ponen en un barreño, y se tapan para que se recuezcan. Una vez pasado el tiempo prudencial, se sacan de una en una para que se sequen. Se cuelgan primero en cañas y después al techo.
Para las longanizas es más fácil, una vez triturada la carne y amanida en su punto de pimienta, sal y especias, primero hacer las salchichas y después las longanizas. Para colgarlas, requieren un trato especial. Después de atadas, no se las puede coger por el hilo, porque se rompe por el nudo de lo atado. De modo que se van pasando puestas al revés en una caña horizontal colgada al techo, hasta que se sequen un poco, para colgarlas después una a una.
Los huesos se parten con el hacha y se salan bien, para la olla de todo el año. Así se conservan muy bien, y no se hacen rancios.
Una vez terminado todo el tráfico, se distribuye el platillo para la familia y amigos. A los de primer grado, una longaniza, un trocito de lomo, una morcilla y un chorizo. A los vecinos, una morcilla pequeña. También solían aprovechar el caldo del hervido. Incluso a algunos vecinos mayores les pasaban un puchero de caldo. Hacían farinetas del caldo. Pero a mí no me gustaban.
De lo más importante es la preparación de los perniles. Tras recortar los pelllejos y redondearlos, se embadurnan con sal y pimienta. Después de haberlos apretado mucho con mucha fuerza y de ponerlos a secar en un lugar fresco y con mucho peso, y de vez en cuando repasarlos para que queden bien curados, se procede a la "fórmula de la montaña". Esta fórmula me la enseñó un pariente de Barcelona, que era presidente del gremio de carniceros catalanes, y cada día en su carnicería mataban dos cerdos.
La fórmula es la siguiente:
Medio litro de vinagre; un cuarto de kilo de pimiento dulce; 50 g. de pimiento picante; y tres o cuatro cabezas de ajo picadas con el vinagre.
Se pone a hervir todo hasta que quede una masa reducida y compacta. Una vez enfriada, con la mano o un pincel se va embadurnando la pieza, hasta que quede bien untada, y puesta a secar. Esta fórmula le daba un sabor muy bueno.
Primero: fogata y caldero al fuego con 30 o 40 litros de agua a hervir. Antes que nada, se pone la cabeza, la lengua, la frejulia, la melsa y todos los desperdicios que vas sacando. Uno se dedica a deshuesar las paletillas y redondear los perniles. Todo lo que sale va para la longaniza y la salchicha. Las mujeres preparan la cebolla, la sangre y el pan, y cortan el sebo para amasarlo todo para las morcillas. Uno es el encargado del caldero. Este es el alma de la buena marcha. Ya cocida la primera tanda del caldero, se pica para los chorizos. Se embuten los chorizos y después los currutacos, que son una especie de morcillas pequeñas, que son de las tripas del cerdo. También se llenan las tripas gruesas, que es la morcilla especial, de un sabor muy bueno. El resto del embutido (morcilla y longaniza) se hace con las tripas del buey. Y las salchichas, con los budells de chay u oveja.
Para hacer el embutido, se dispone de la siguiente manera: uno, para la máquina de embutir; uno, para acompañar las salidas; dos, atando las morcillas. El técnico del caldero tiene que tener un tacto especial de cocción, con el fuego ni flojo ni fuerte. En cada cocción pone unas quince morcillas. Después se sacan con un bastón y la rasera, se ponen en un barreño, y se tapan para que se recuezcan. Una vez pasado el tiempo prudencial, se sacan de una en una para que se sequen. Se cuelgan primero en cañas y después al techo.
Para las longanizas es más fácil, una vez triturada la carne y amanida en su punto de pimienta, sal y especias, primero hacer las salchichas y después las longanizas. Para colgarlas, requieren un trato especial. Después de atadas, no se las puede coger por el hilo, porque se rompe por el nudo de lo atado. De modo que se van pasando puestas al revés en una caña horizontal colgada al techo, hasta que se sequen un poco, para colgarlas después una a una.
Los huesos se parten con el hacha y se salan bien, para la olla de todo el año. Así se conservan muy bien, y no se hacen rancios.
Una vez terminado todo el tráfico, se distribuye el platillo para la familia y amigos. A los de primer grado, una longaniza, un trocito de lomo, una morcilla y un chorizo. A los vecinos, una morcilla pequeña. También solían aprovechar el caldo del hervido. Incluso a algunos vecinos mayores les pasaban un puchero de caldo. Hacían farinetas del caldo. Pero a mí no me gustaban.
De lo más importante es la preparación de los perniles. Tras recortar los pelllejos y redondearlos, se embadurnan con sal y pimienta. Después de haberlos apretado mucho con mucha fuerza y de ponerlos a secar en un lugar fresco y con mucho peso, y de vez en cuando repasarlos para que queden bien curados, se procede a la "fórmula de la montaña". Esta fórmula me la enseñó un pariente de Barcelona, que era presidente del gremio de carniceros catalanes, y cada día en su carnicería mataban dos cerdos.
La fórmula es la siguiente:
Medio litro de vinagre; un cuarto de kilo de pimiento dulce; 50 g. de pimiento picante; y tres o cuatro cabezas de ajo picadas con el vinagre.
Se pone a hervir todo hasta que quede una masa reducida y compacta. Una vez enfriada, con la mano o un pincel se va embadurnando la pieza, hasta que quede bien untada, y puesta a secar. Esta fórmula le daba un sabor muy bueno.
15.8.09
152.- La felicidad del cerdo
Antiguamente, la salvación de los payeses consistía en poder criarse un cerdo. A poder ser, de 100 kg. Siempre se tenía donde cortar. Los perniles y las paletillas se curaban para el verano. Algunas paletillas las deshuesaban para hacer más longaniza y salchicha, que, como no había neveras, se guardaban en adobo.
Del cerdo todo es aprovechable. Cada pieza tiene un sabor diferente. El pernil tiene mil sabores. Hasta el hueso para el caldo es fabuloso. La paleta tiene sabores distintos. La panceta tiene también un sabor especial. Los témpanos (el tocino) eran la dispensa de la olla de todos los días. La cabeza, el corazón, la frejulia, la lengua y los desperdicios se hervían todos para los chorizos. El sebo se cortaba a trocitos para la morcilla.
La matanza del cerdo suponía una festividad a lo grande. Unas semanas antes ya pedías un jornal para ir a preparar las aliagas y la leña para la hoguera. Llegaba el día de la sentencia. El cerdo había sido el contenedor de basura de la casa. Consumía todos los desperdicios: sobras de comida, crostones de pan, despojos de coles, patatas, broquils, ... todo iba a parar al caldero del cerdo. Después, con un poco de salvado (segó) se formaba un amasijo en un caldero, y para el cerdo. Por la noche le solías dar unos puñados de maíz o cebada.
La noche antes de la matanza, el cerdo ya no cenaba. Se tenía en capilla para que tuviese las tripas vacías. La víspera de la matanza se hacían los preparativos: se avisaba al matachín, y él daba la hora. Por la noche se encargaba sangre y tripas de buey para las morcillas. Se hacían varios panes de sopas y un saco de cebollas, que se hervían y, una vez escurridas, se mezclaban con la sangre y el pan para la morcilla.
Se solía invitar a las familias del primer grado, que se repartían el trabajo entre todos. Después, cuando les tocaba a ellos, canviaban el envite. Por fin, llegaba la hora: las 4 de la mañana. A esa hora ya estaba todo el mundo en pie. Incluso ya llegaban los familiares. Con que lo primero, a arreglar el candil de carburo. Los familiares también llevaban un candil. Así que, todos reunidos, con una pala, las aliagas, los romeros, cubos, capazos y una mesa, para la orilla del Ebro. Había que repasar todo el contorno de la orilla, para que no hubiese ninguna mierda. Allí hacíamos una fogata, poníamos los tres pies de hierro, el caldero encima, y a subir agua del río hasta llenarlo (unos sesenta o setenta litros). Otros bajaban el cerdo a empujones, con una soga atada a una pata. Entonces venía el matachín con el banco al hombro, el capazo de los trastos, cuchillos, hachas, piedra tosca, rascadores, etc.
Ya dispuesto el matachín con el gancho en la mano, y 4 o 5 personas más -uno en cada pata y otro en la cola- se subía al banco. El matador clavaba el cuchillo afilado en la papada. Y una mujer con los brazos arremangados y un cubo, iba removiendo la sangre para que no cuajara. El pobre cerdo daba unos chillidos espantosos, despertando a todos los vecinos de alrededor, hasta que no le quedaba una gota de sangre. Después, la sucarrina: aliagas en mano, se le quemaba todo el cuerpo y, con las rasquetas, se rascaba lo quemado por la fogata hasta dejarlo bien limpio. Se ponía atención con el fuego en las pezuñas, que se las arrancaba cuando estaban templadas. El matachín las tiraba, y los chavales, que estaban al aguait, ya no las dejaban caer al suelo.
Después, ponía el cerdo en el banco en posición normal, y le hacía un corte por la espalda, del cuello a la cola, por encima de la espina dorsal. Sacaba los solomos y cortaba las costillas. Extraía la prueba para el veterinario de la melsa, las costillas y la lengua. Cortaba los perniles, las patas y cabezo, y a acarrearlo para casa. El matachín se cortaba una chulla para almorzar. Después, las mujeres se quedaban para limpiar las tripas con el caldero hirviendo, desaguando en el río, y volviendo las tripas del revés, poniendo cortes de limón y peladuras de naranjas agrias, y subiendo agua del río.
Del cerdo todo es aprovechable. Cada pieza tiene un sabor diferente. El pernil tiene mil sabores. Hasta el hueso para el caldo es fabuloso. La paleta tiene sabores distintos. La panceta tiene también un sabor especial. Los témpanos (el tocino) eran la dispensa de la olla de todos los días. La cabeza, el corazón, la frejulia, la lengua y los desperdicios se hervían todos para los chorizos. El sebo se cortaba a trocitos para la morcilla.
La matanza del cerdo suponía una festividad a lo grande. Unas semanas antes ya pedías un jornal para ir a preparar las aliagas y la leña para la hoguera. Llegaba el día de la sentencia. El cerdo había sido el contenedor de basura de la casa. Consumía todos los desperdicios: sobras de comida, crostones de pan, despojos de coles, patatas, broquils, ... todo iba a parar al caldero del cerdo. Después, con un poco de salvado (segó) se formaba un amasijo en un caldero, y para el cerdo. Por la noche le solías dar unos puñados de maíz o cebada.
La noche antes de la matanza, el cerdo ya no cenaba. Se tenía en capilla para que tuviese las tripas vacías. La víspera de la matanza se hacían los preparativos: se avisaba al matachín, y él daba la hora. Por la noche se encargaba sangre y tripas de buey para las morcillas. Se hacían varios panes de sopas y un saco de cebollas, que se hervían y, una vez escurridas, se mezclaban con la sangre y el pan para la morcilla.
Se solía invitar a las familias del primer grado, que se repartían el trabajo entre todos. Después, cuando les tocaba a ellos, canviaban el envite. Por fin, llegaba la hora: las 4 de la mañana. A esa hora ya estaba todo el mundo en pie. Incluso ya llegaban los familiares. Con que lo primero, a arreglar el candil de carburo. Los familiares también llevaban un candil. Así que, todos reunidos, con una pala, las aliagas, los romeros, cubos, capazos y una mesa, para la orilla del Ebro. Había que repasar todo el contorno de la orilla, para que no hubiese ninguna mierda. Allí hacíamos una fogata, poníamos los tres pies de hierro, el caldero encima, y a subir agua del río hasta llenarlo (unos sesenta o setenta litros). Otros bajaban el cerdo a empujones, con una soga atada a una pata. Entonces venía el matachín con el banco al hombro, el capazo de los trastos, cuchillos, hachas, piedra tosca, rascadores, etc.
Ya dispuesto el matachín con el gancho en la mano, y 4 o 5 personas más -uno en cada pata y otro en la cola- se subía al banco. El matador clavaba el cuchillo afilado en la papada. Y una mujer con los brazos arremangados y un cubo, iba removiendo la sangre para que no cuajara. El pobre cerdo daba unos chillidos espantosos, despertando a todos los vecinos de alrededor, hasta que no le quedaba una gota de sangre. Después, la sucarrina: aliagas en mano, se le quemaba todo el cuerpo y, con las rasquetas, se rascaba lo quemado por la fogata hasta dejarlo bien limpio. Se ponía atención con el fuego en las pezuñas, que se las arrancaba cuando estaban templadas. El matachín las tiraba, y los chavales, que estaban al aguait, ya no las dejaban caer al suelo.
Después, ponía el cerdo en el banco en posición normal, y le hacía un corte por la espalda, del cuello a la cola, por encima de la espina dorsal. Sacaba los solomos y cortaba las costillas. Extraía la prueba para el veterinario de la melsa, las costillas y la lengua. Cortaba los perniles, las patas y cabezo, y a acarrearlo para casa. El matachín se cortaba una chulla para almorzar. Después, las mujeres se quedaban para limpiar las tripas con el caldero hirviendo, desaguando en el río, y volviendo las tripas del revés, poniendo cortes de limón y peladuras de naranjas agrias, y subiendo agua del río.
8.8.09
151.- De la oscuridad a la luz
La transformación sufrida en el siglo XX es fenomenal. Antiguamente, cuando se hacía de noche se paralizaba todo. Hoy, cuando se hace de noche empieza la vida.
Los elementos de que se disponía para la iluminación eran muy reducidos: candiles de aceite para las casas y las masías. Aunque en las masías se solía utilizar la fogata y la tea, que se extraía de los pinos viejos y criados en solana. Para irte a dormir y cuidar las caballerías utilizabas el candil de aceite, con la mecha correspondiente.
En las casas del pueblo tenían dos o tres candiles de aceite de mecha, que vendían en la tienda. También se usaban mucho las velas de cera, que las ponían en una espalmatoria, donde se concentraba toda la cera quemada. Si, por causas familiares, tenían que ir a un velatorio, usaban una linterna con una vela en medio, protegida por unos cristales laterales.
Los hombres salían de noche con la manta al hombro para la taberna, afrontando la oscuridad. En las tabernas y los cafés tenían setilenos ("acetilenos"), una especie de bombona con un tubo de cristal encima, y un tornillo en la base para regular la luz. A las doce hacían cerrar los locales, pero los mozos iban de esquina en esquina, insultándose unos a otros. Si pasaba uno suelto, lo emprendían a golpes de manta, y lo mandaban a dormir. También hacían cabrear al sereno, que iba con gorra de plato, una lanza, y una farola o linterna con una vela en medio. El sereno rondaba por el pueblo creo que desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, o así. Creo que llevaba sólo alguna llave, de algún rico, por si tenía que acompañarlo. Había veces que los mozos lo hacían cabrear. Otras, lo invitaban a una botifarra o comida, y él encantado de pasar la noche de juerga. Cantaba las horas y el tiempo que hacía (nublado o sereno).
Para los procesiones de Semana Santa, todos iban con velas y antorchas, que lo iluminaban todo.
Cuando hicieron el riego de Campells y Dellasegre, construyeron una balsa muy grande con muchas turbinas, que servían para moler trigo y maíz. Le llamaban el molino. Pero después, a principios de siglo, le pusieron una dinamo y un transformador, con un vigilante, y pasaron la luz al pueblo. Aunque era una luz tenue y con muchos apagones, fue un gran acontecimiento.
Pero surgió el problema. Resulta que a los de la Granja de Escarpe no les sentó bien la luz en Mequinenza. Había muy malas relaciones, como siempre. Por la noche, en su término soltaban el agua al río, quedaba la balsa sin agua, las turbinas paradas, y no producían luz. Después venía el desbroce y la limpieza de la acequia, que estaba dos o tres semanas sin agua. Después la época de verano, que atandaban el agua (hacían tandas), y hasta que no llegaba a Dellasegre tardaba una eternidad. Tenían cuatro días para Campells y tres para Dellasegre. Después, los sabotajes de los granjolinos, que eran cada día.
Así transcurría el tiempo, hasta que, de la noche a la mañana, vinieron unos señores de la empresa Canadiense, estudiaron unos terrenos en la Batería, al lado del Corral de Rayet, lo llenaron todo de bobinas grandes de cables, hicieron un edificio aprisa y corriendo, y montaron unos transformadores grandiosos. Terminado de montar todo, pusieron un empleado en la Central, dos para las revisiones de las líneas y un Cobrador.
Poco a poco todos los vecinos íbamos poniéndonos la luz eléctrica. Esto era entre 1918 y 1920. Primeramente se iluminaron las calles. Después las viviendas, primero las de los ricos, después las de los pobres. Al principio hubo varios casos muy luctuosos, por falta de experiencia. El primero fue un obrero que reparaba una línea en una frontera. Le dio la corriente, cayó de la escalera y ya quedó muerto. El segundo, una mujer que estaba planchando y, al coger la plancha, quedó electrocutada. El tercero fue un poco chocante. Era verano, hacía mucha calor y era de noche. Nosotros estábamos cenando. Estaban enbaldosando la Plaza de Armas y mandaron a un peón a buscar un cántaro de agua fresca al pozo de Ca Borbón, delante de casa nuestra. Al ir a apagar la luz, quedó arrampado, dando unos alaridos que acudió todo el vecindario. Yo fui de los primeros por estar más cerca. Le di una patada al cable, y el operario marchó sin despedirse de nadie. Tenía las manos mojadas, y por eso le pasó la corriente.
Los elementos de que se disponía para la iluminación eran muy reducidos: candiles de aceite para las casas y las masías. Aunque en las masías se solía utilizar la fogata y la tea, que se extraía de los pinos viejos y criados en solana. Para irte a dormir y cuidar las caballerías utilizabas el candil de aceite, con la mecha correspondiente.
En las casas del pueblo tenían dos o tres candiles de aceite de mecha, que vendían en la tienda. También se usaban mucho las velas de cera, que las ponían en una espalmatoria, donde se concentraba toda la cera quemada. Si, por causas familiares, tenían que ir a un velatorio, usaban una linterna con una vela en medio, protegida por unos cristales laterales.
Los hombres salían de noche con la manta al hombro para la taberna, afrontando la oscuridad. En las tabernas y los cafés tenían setilenos ("acetilenos"), una especie de bombona con un tubo de cristal encima, y un tornillo en la base para regular la luz. A las doce hacían cerrar los locales, pero los mozos iban de esquina en esquina, insultándose unos a otros. Si pasaba uno suelto, lo emprendían a golpes de manta, y lo mandaban a dormir. También hacían cabrear al sereno, que iba con gorra de plato, una lanza, y una farola o linterna con una vela en medio. El sereno rondaba por el pueblo creo que desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, o así. Creo que llevaba sólo alguna llave, de algún rico, por si tenía que acompañarlo. Había veces que los mozos lo hacían cabrear. Otras, lo invitaban a una botifarra o comida, y él encantado de pasar la noche de juerga. Cantaba las horas y el tiempo que hacía (nublado o sereno).
Para los procesiones de Semana Santa, todos iban con velas y antorchas, que lo iluminaban todo.
Cuando hicieron el riego de Campells y Dellasegre, construyeron una balsa muy grande con muchas turbinas, que servían para moler trigo y maíz. Le llamaban el molino. Pero después, a principios de siglo, le pusieron una dinamo y un transformador, con un vigilante, y pasaron la luz al pueblo. Aunque era una luz tenue y con muchos apagones, fue un gran acontecimiento.
Pero surgió el problema. Resulta que a los de la Granja de Escarpe no les sentó bien la luz en Mequinenza. Había muy malas relaciones, como siempre. Por la noche, en su término soltaban el agua al río, quedaba la balsa sin agua, las turbinas paradas, y no producían luz. Después venía el desbroce y la limpieza de la acequia, que estaba dos o tres semanas sin agua. Después la época de verano, que atandaban el agua (hacían tandas), y hasta que no llegaba a Dellasegre tardaba una eternidad. Tenían cuatro días para Campells y tres para Dellasegre. Después, los sabotajes de los granjolinos, que eran cada día.
Así transcurría el tiempo, hasta que, de la noche a la mañana, vinieron unos señores de la empresa Canadiense, estudiaron unos terrenos en la Batería, al lado del Corral de Rayet, lo llenaron todo de bobinas grandes de cables, hicieron un edificio aprisa y corriendo, y montaron unos transformadores grandiosos. Terminado de montar todo, pusieron un empleado en la Central, dos para las revisiones de las líneas y un Cobrador.
Poco a poco todos los vecinos íbamos poniéndonos la luz eléctrica. Esto era entre 1918 y 1920. Primeramente se iluminaron las calles. Después las viviendas, primero las de los ricos, después las de los pobres. Al principio hubo varios casos muy luctuosos, por falta de experiencia. El primero fue un obrero que reparaba una línea en una frontera. Le dio la corriente, cayó de la escalera y ya quedó muerto. El segundo, una mujer que estaba planchando y, al coger la plancha, quedó electrocutada. El tercero fue un poco chocante. Era verano, hacía mucha calor y era de noche. Nosotros estábamos cenando. Estaban enbaldosando la Plaza de Armas y mandaron a un peón a buscar un cántaro de agua fresca al pozo de Ca Borbón, delante de casa nuestra. Al ir a apagar la luz, quedó arrampado, dando unos alaridos que acudió todo el vecindario. Yo fui de los primeros por estar más cerca. Le di una patada al cable, y el operario marchó sin despedirse de nadie. Tenía las manos mojadas, y por eso le pasó la corriente.
8.1.09
150.- Los chavales, los residuos y la regaliz
En cuanto a los chavales, los ricos los mandaban a estudiar a las capitales, que lo que menos hacían era estudiar. Cuando llegaban a finales de curso, compraban los títulos por medio del chantaje, aunque la mayoría después no lo ejercían y vivían de sus rentas. Había un maestro y una maestra para todo el pueblo, que la faena que tenía de controlar los más de cien chiquillos de todas las edades. La mayoría de los niños estaban por la calle, hasta la hora de llevar la comida a los mineros. Íbamos mal calzados y mal vestidos.
Los Juegos.-
Capitaneados por mayores, formaban cuadrillas y a golpes de piedras por las calles; o a jugar a las canicas (singuetes). También, con unos hierros jugaban a los patacones. El juego consistía en un cuadrilátero. Se ponían los patacones en el medio y, a golpes de hierro, a sacarlos del cuadro. El patacón era una carta de baraja vieja rota por el medio, y formabas una especie de petaca. Era la delicia de los chavales.
Otro juego muy particular, que aún existe hoy, es la baldrufa.
Si tenían ganas de orinar, lo hacían en cualquier esquina. Se daban media vuelta, y como los perros, levantar la garra y a mear. En cuanto a hacer de vientre, casi nadie tenía water. Los de la parte alta iban a la sierra del castillo, y los de los bajos a la orilla del río, a la Batería, al campo de fútbol, a la pared de Obres Públiques o a la pared del huerto de Serero.
El ayuntamiento tenía un Alguacil de segunda categoría, que iba con una paleta y un cubo, e iba recogiendo las cacas del pueblo, las ponía en un montón y las vendía a los hortelanos como abono. Era un abono especial. Los payeses solían tener una tinaja para las mujeres, y cuando la llenaban, la cerraban bien y la llevaban a la huerta.
Cuando venían los carros cargados de regaliz para la fábrica, todos los críos iban detrás, tirando de las vergas para hacer chupadillos. Había dos fábricas de regaliz, una de Vallés, y otra de Justribó. Solían tabajar la mayoría de las mujeres del pueblo, y el jornal era de 0,50 céntimos.
Los Juegos.-
Capitaneados por mayores, formaban cuadrillas y a golpes de piedras por las calles; o a jugar a las canicas (singuetes). También, con unos hierros jugaban a los patacones. El juego consistía en un cuadrilátero. Se ponían los patacones en el medio y, a golpes de hierro, a sacarlos del cuadro. El patacón era una carta de baraja vieja rota por el medio, y formabas una especie de petaca. Era la delicia de los chavales.
Otro juego muy particular, que aún existe hoy, es la baldrufa.
Si tenían ganas de orinar, lo hacían en cualquier esquina. Se daban media vuelta, y como los perros, levantar la garra y a mear. En cuanto a hacer de vientre, casi nadie tenía water. Los de la parte alta iban a la sierra del castillo, y los de los bajos a la orilla del río, a la Batería, al campo de fútbol, a la pared de Obres Públiques o a la pared del huerto de Serero.
El ayuntamiento tenía un Alguacil de segunda categoría, que iba con una paleta y un cubo, e iba recogiendo las cacas del pueblo, las ponía en un montón y las vendía a los hortelanos como abono. Era un abono especial. Los payeses solían tener una tinaja para las mujeres, y cuando la llenaban, la cerraban bien y la llevaban a la huerta.
Cuando venían los carros cargados de regaliz para la fábrica, todos los críos iban detrás, tirando de las vergas para hacer chupadillos. Había dos fábricas de regaliz, una de Vallés, y otra de Justribó. Solían tabajar la mayoría de las mujeres del pueblo, y el jornal era de 0,50 céntimos.
7.1.09
149.- Subsistencia
Era yo muy pequeño, apenas lo recuerdo, que vinieron unos años de sequía que asolaron el término: se secaban los almendros y muchos pinos. La gente la pasaba morada. Con las minas en decadencia y sin lluvia para el campo, la vida era muy desoladora. Las balsas de los montes altos se quedaban secas, y tenías que ir a buscar el agua al río. De modo que cargaban cuatro cántaros, y al llegar a la masía se bebían la mitad. Así que al otro día vuelta a por dos cargas más de agua. La masía estaba a dos horas de camino. O sea, que te pasabas la vida por los caminos.
Nosotros lo teníamos mejor. Mi padre nos metía al cabulló de la saria, i cap a Llosa. A la orilla del río. Con un mas mal cuidado, con un tejado lleno de agujeros, que cuando clareaba el día parecía que estabas en la calle. Después, en el pajar, poca paja. Los seis o siete que éramos, todos dormíamos en la misma cama, tapados con borrazas, las pocas mantas que teníamos y las sueras de las caballerías. Mi padre encendía la fogata, y se impregnaba todo de humo hasta hacernos llorar. Así íbamos malpasando el invierno.
Por la mañana, se levantaba mi padre, ponía una sartén muy grande y hacía farinetes, con muchos chicharros de pan frito. Cuando estaban frías, todos alrededor de la sartén, hasta que aparecía el culo limpio. Después, un trozo de pan y un trago de vino, que no tenían todos.
Para comer, un puchero con patatas, judías y fideos, una morcilla, un poco de tocino, a veces un hueso, y ésa era la comida de la mayoría de la gente. Pero muchos sin morcilla, ni tocino ni vino.
En Llosa siempre teníamos medios de vida. Se criaban muchos bolets (gírboles). Diariamente cogíamos llantaïms (o lletón), que al sot se hacían tiernos. Los limpiábamos bien, hacíamos una cruz en la base y los lavábamos en el río. También teníamos una vandovella hecha de malla, que todos los días, al atardecer, íbamos a buscar la cena. Esto en invierno. En verano, con palangre o claró. De caza, mi padre no era muy hábil, no perdía tiempo, y no sabía buscar las sendas de los conejos. Pero sí que sabía parar lazos. Al salir de la finca, hacía una barrera y, a los pasos ponía lazos de cobre destemplado. De cuando en cuando íbamos cogiendo algún conejo y alguna perdiz. Así íbamos malpasando las calamidades.
Nosotros lo teníamos mejor. Mi padre nos metía al cabulló de la saria, i cap a Llosa. A la orilla del río. Con un mas mal cuidado, con un tejado lleno de agujeros, que cuando clareaba el día parecía que estabas en la calle. Después, en el pajar, poca paja. Los seis o siete que éramos, todos dormíamos en la misma cama, tapados con borrazas, las pocas mantas que teníamos y las sueras de las caballerías. Mi padre encendía la fogata, y se impregnaba todo de humo hasta hacernos llorar. Así íbamos malpasando el invierno.
Por la mañana, se levantaba mi padre, ponía una sartén muy grande y hacía farinetes, con muchos chicharros de pan frito. Cuando estaban frías, todos alrededor de la sartén, hasta que aparecía el culo limpio. Después, un trozo de pan y un trago de vino, que no tenían todos.
Para comer, un puchero con patatas, judías y fideos, una morcilla, un poco de tocino, a veces un hueso, y ésa era la comida de la mayoría de la gente. Pero muchos sin morcilla, ni tocino ni vino.
En Llosa siempre teníamos medios de vida. Se criaban muchos bolets (gírboles). Diariamente cogíamos llantaïms (o lletón), que al sot se hacían tiernos. Los limpiábamos bien, hacíamos una cruz en la base y los lavábamos en el río. También teníamos una vandovella hecha de malla, que todos los días, al atardecer, íbamos a buscar la cena. Esto en invierno. En verano, con palangre o claró. De caza, mi padre no era muy hábil, no perdía tiempo, y no sabía buscar las sendas de los conejos. Pero sí que sabía parar lazos. Al salir de la finca, hacía una barrera y, a los pasos ponía lazos de cobre destemplado. De cuando en cuando íbamos cogiendo algún conejo y alguna perdiz. Así íbamos malpasando las calamidades.
6.1.09
148.- Navegación fluvial
Antiguamente, el medio de comunicación que había era la cuenca del Ebro. Después vino el proyecto del ferrocarril de la vía del centro. La vía fluvial consistía en unir Amposta y Zaragoza, y el punto centro era Mequinenza. Aquí ya había taller de llaüts y lanchas, que los montaban a las orillas del Ebro.
Sobre unos maderos montaban los esqueletos del barco y, a base de fuego y agua, iban doblando las tablas y colocándolas al llaüt. Cuando ya las tenían colocadas y sujetadas a las costillas del llaüt, las juntas las estopaban (con estopa, o sea, esparto deshecho) con una especie de escarpi ( o cortafríos) y una maza de madera. Iban picando, sentados en una banqueta. Una vez terminado el barco, procedían al alquitranado. Lo ponían a hervir con unos calderos, e iban embadurnando con el alquitrán. Y así se terminaba de calafatear (de ahí les vino el pseudónimo "Calafat"). Pero los más antiguos eran los Rayet. De muy pequeño conocí al abuelo Bernabé Rayet, que era el jefe. La mayoría de los obreros que tenía subían de Tortosa. Recuerdo que tenía uno que se llamaba Ricardo Abelló, que cuando se formó el Club de Fútbol Mequinenza era el mejor puntal (le llamaban "el negro", porque trabajaba de sol a sol).
Los llaüts subían tirando por una soga muy larga (llamada saula o sirga), que iba controlada por el timonel o patrón, que era el jefe de la cuadrilla. El llaüt iba sorteando entre la corriente y la retorna que hacía a la orilla. La tripulación estaba compuesta por el timonel, el peón de confianza, delante a la sama con la barra para evitar cualquier desvío; y delante, por la senda, iban cinco hombres con muscleras con la saula pasada (las muscleras eran para que no les hiciese daño al hombro). El que iba delante era el más forzudo, y llevaba una vara o palo para protegerse. Le llamaban "el aliné". Los palos de los barcos que llevaban antiguamente eran mucho más altos porque tenían que salvar muchos chopos que había a las orillas. Medían más de 30 metros. Cuando hacía bochorno o garbinada, montaban todos al llaüt, desplegaban la vela y a descansar.
En la bomba de la Huerta Vieja, para aprovechar el agua, hicieron la enclusa. Era un paso de unos 25 metros, y la abrían en invierno. Para el verano, montaron un azud. Las temporadas de verano las pasaban moradas por la escasez de agua al Ebro. Los que les cogía la temporada de verano en Zaragoza tenían que buscarse jornal para poder sobrevivir, hasta que llegaban las crecidas.
A principio del siglo XX, el señor Jorge Algueró (Serero) revolucionó toda la canal del Ebro. Compró un macho tordillo, y lo engancharon a un llaüt. Fue tanto el resultado, que se terminaron los tiradores de la saula. Todos compraron machos y mulas grandes, y con tan sólo un peón para acompañar la caballería, les sobraba. De modo que la plantilla del llaüt quedó reducida al Patrón y tres obreros. Cuando subían cargados de género, solían poner dos caballerías. Algunas veces, cuando llegaban al paso de la Barca, iban sudados, porque habían subido corriendo. Entonces les tiraban una manta encima. Todas las empresas procuraron tener las cuadras llenas de caballerías.
Cuando remontaban con el barco y tenían que subir una cuesta o terraplén, el timonel gritaba: "¡Amolla saula!". Entonces el timonel iba recogiendo la cordada que se alargaba. El macho no se paraba hasta que reducían saula.
Cuando se hizo el proyecto del ferrocarril, las primeras medidas que tomaron fue el paso por la ribera de Mequinenza hasta Fayón. Pero resulta que había una persona influyente en el término de Fabara, e influyó para que lo hicieran pasar por la estación de Fabara, que está a 15 kilómetros, sin ninguna especie de comercio de ninguna clase. En cambio, en Mequinenza ya despuntaban las minas, que daban una materia de primera necesidad.
Foto: Llaüt a vela. Fuente: Asociación Cultural Llagut.
Sobre unos maderos montaban los esqueletos del barco y, a base de fuego y agua, iban doblando las tablas y colocándolas al llaüt. Cuando ya las tenían colocadas y sujetadas a las costillas del llaüt, las juntas las estopaban (con estopa, o sea, esparto deshecho) con una especie de escarpi ( o cortafríos) y una maza de madera. Iban picando, sentados en una banqueta. Una vez terminado el barco, procedían al alquitranado. Lo ponían a hervir con unos calderos, e iban embadurnando con el alquitrán. Y así se terminaba de calafatear (de ahí les vino el pseudónimo "Calafat"). Pero los más antiguos eran los Rayet. De muy pequeño conocí al abuelo Bernabé Rayet, que era el jefe. La mayoría de los obreros que tenía subían de Tortosa. Recuerdo que tenía uno que se llamaba Ricardo Abelló, que cuando se formó el Club de Fútbol Mequinenza era el mejor puntal (le llamaban "el negro", porque trabajaba de sol a sol).
Los llaüts subían tirando por una soga muy larga (llamada saula o sirga), que iba controlada por el timonel o patrón, que era el jefe de la cuadrilla. El llaüt iba sorteando entre la corriente y la retorna que hacía a la orilla. La tripulación estaba compuesta por el timonel, el peón de confianza, delante a la sama con la barra para evitar cualquier desvío; y delante, por la senda, iban cinco hombres con muscleras con la saula pasada (las muscleras eran para que no les hiciese daño al hombro). El que iba delante era el más forzudo, y llevaba una vara o palo para protegerse. Le llamaban "el aliné". Los palos de los barcos que llevaban antiguamente eran mucho más altos porque tenían que salvar muchos chopos que había a las orillas. Medían más de 30 metros. Cuando hacía bochorno o garbinada, montaban todos al llaüt, desplegaban la vela y a descansar.
En la bomba de la Huerta Vieja, para aprovechar el agua, hicieron la enclusa. Era un paso de unos 25 metros, y la abrían en invierno. Para el verano, montaron un azud. Las temporadas de verano las pasaban moradas por la escasez de agua al Ebro. Los que les cogía la temporada de verano en Zaragoza tenían que buscarse jornal para poder sobrevivir, hasta que llegaban las crecidas.
A principio del siglo XX, el señor Jorge Algueró (Serero) revolucionó toda la canal del Ebro. Compró un macho tordillo, y lo engancharon a un llaüt. Fue tanto el resultado, que se terminaron los tiradores de la saula. Todos compraron machos y mulas grandes, y con tan sólo un peón para acompañar la caballería, les sobraba. De modo que la plantilla del llaüt quedó reducida al Patrón y tres obreros. Cuando subían cargados de género, solían poner dos caballerías. Algunas veces, cuando llegaban al paso de la Barca, iban sudados, porque habían subido corriendo. Entonces les tiraban una manta encima. Todas las empresas procuraron tener las cuadras llenas de caballerías.
Cuando remontaban con el barco y tenían que subir una cuesta o terraplén, el timonel gritaba: "¡Amolla saula!". Entonces el timonel iba recogiendo la cordada que se alargaba. El macho no se paraba hasta que reducían saula.
Cuando se hizo el proyecto del ferrocarril, las primeras medidas que tomaron fue el paso por la ribera de Mequinenza hasta Fayón. Pero resulta que había una persona influyente en el término de Fabara, e influyó para que lo hicieran pasar por la estación de Fabara, que está a 15 kilómetros, sin ninguna especie de comercio de ninguna clase. En cambio, en Mequinenza ya despuntaban las minas, que daban una materia de primera necesidad.
Foto: Llaüt a vela. Fuente: Asociación Cultural Llagut.
1.1.09
147.- La Fira, el comercio y el jabón
El Mesón, que estaba en la calle Zaragoza esquina subida el cine Goya, era el centro de todos los traficantes de caballerías. Las llevaban en reatas, y las exponían el día de la Feria, que era el 25 de Marzo, y se quedaban tres días de fiesta. Los payeses cambiaban las caballerías, y comprábamos cerdos (guerrines) para todo el año.
LLevaban muchas caballerías de la Feria de Salás (la montaña catalana). Llevaban un ganado muy bueno. También venían las ferias, que se instalaban en la Plaza de la Iglesia. Montaban diez o doce ferias de baratijas, juguetes, navajas, carteras de Morella para el bolsillo y para el colegio, etc.
También venía "el chato de las mantas", que hablaba y atabalaba a los payeses. Yo era un crío, y mi padre me compró una navaja con muelles. Yo, muy contento, fui a cortar un bastón para las caballerías y se me dobló todo el filo, y no pude cortar el pan.
También había un hombre muy mayor que iba por las calles gritando: "¡Cosis, cantes i ribrells!". Reparaba objetos de cerámica. Llevaba un morral con arcilla húmeda, una especie de baldrufa grande con un puntero pequeño, hacía un pequeño agujero y, con unas grapas de alambre, las ajustaba a la grieta. Encima le ponía la arcilla macerada y solucionaba las grietas, y cobraba por grapa.
Había otro que también andaba por la calle gritando: "¡Dones! ¡Aulles, betes i fils, i ous i botons pa la bragueta!". Salían las mujeres y compraban la quincallería que necesitaban.
También solía andar un hombre con un burro y un sarón grande (o saria) gritando: "¡Sellons, cantes, argoletes i olles de fang pal fogaril!". Y éste era el comercio del pueblo.
De la ropa no hablamos, porque la mayoría de la gente compraba a fiar. Pagaban a la recolección de la cosecha.
Toda esta gente, comerciantes y marchantes, todos iban a parar al Mesón.
Las mujeres cada mes hacían bugada: ponían el cosi en una banqueta y lo llenaban de ropa con jabón moll, hecho de casa con sosa cáustica y cenizas de los cortezas de las almendras (coscos) y agua caliente. Después la llevaban a tender fuera del pueblo, hasta que se secase.También había sabó dur, hecho con sosa cáustica, aceite y agua. Era mejor que el moll.
LLevaban muchas caballerías de la Feria de Salás (la montaña catalana). Llevaban un ganado muy bueno. También venían las ferias, que se instalaban en la Plaza de la Iglesia. Montaban diez o doce ferias de baratijas, juguetes, navajas, carteras de Morella para el bolsillo y para el colegio, etc.
También venía "el chato de las mantas", que hablaba y atabalaba a los payeses. Yo era un crío, y mi padre me compró una navaja con muelles. Yo, muy contento, fui a cortar un bastón para las caballerías y se me dobló todo el filo, y no pude cortar el pan.
También había un hombre muy mayor que iba por las calles gritando: "¡Cosis, cantes i ribrells!". Reparaba objetos de cerámica. Llevaba un morral con arcilla húmeda, una especie de baldrufa grande con un puntero pequeño, hacía un pequeño agujero y, con unas grapas de alambre, las ajustaba a la grieta. Encima le ponía la arcilla macerada y solucionaba las grietas, y cobraba por grapa.
Había otro que también andaba por la calle gritando: "¡Dones! ¡Aulles, betes i fils, i ous i botons pa la bragueta!". Salían las mujeres y compraban la quincallería que necesitaban.
También solía andar un hombre con un burro y un sarón grande (o saria) gritando: "¡Sellons, cantes, argoletes i olles de fang pal fogaril!". Y éste era el comercio del pueblo.
De la ropa no hablamos, porque la mayoría de la gente compraba a fiar. Pagaban a la recolección de la cosecha.
Toda esta gente, comerciantes y marchantes, todos iban a parar al Mesón.
Las mujeres cada mes hacían bugada: ponían el cosi en una banqueta y lo llenaban de ropa con jabón moll, hecho de casa con sosa cáustica y cenizas de los cortezas de las almendras (coscos) y agua caliente. Después la llevaban a tender fuera del pueblo, hasta que se secase.También había sabó dur, hecho con sosa cáustica, aceite y agua. Era mejor que el moll.
146.- Almadías
A principios del 18 Mequinenza, por la posición que ocupaba, era el centro de atención, debido a la confluencia de tres ríos: el Ebro, el Segre y el Cinca. Entonces no había carreteras, y los medios de transporte eran nulos.
Los empresarios de la madera buscaban cuadrillas de obreros y los desplazaban a la montaña durante la temporada de verano. Allí estaban mal comidos, dormían en barracones y en el suelo, y pasaban la temporada cortando madera y bajándola a rastras con caballerías hasta el embarcadero. Allí construían las almadías. Las hacían de tres o cuatro tramos, y cada tramo tenía veinte o veinticinco metros. Los troncos los unían con unas plantas muy largas que retorcían. En el tronco hacían unos agujeros gordos con barrenas, pasaban las plantas por allí, las retorcían bien y les quedaba muy sujeto. Después, a esperar la crecida del río. Cuando llegaba la crecida, quitaban unas trabas, y montaban cinco o seis descalzos, con dos remos largos montados uno delante y otro detrás para conservar la buena marcha hasta Mequinenza.
Al llegar a Mequinenza, en la confluencia de los dos ríos, moderaban la marcha, y sujetaban las almadías a los pilones o anillas grandes de hierro que había en la orilla.
A lo mejor pasaban un par de días descansando en el Mesón o Trinquete. Era un local grande, con cinco o seis camas para los de primera categoría, un pajar grandioso donde cabían cuarenta personas, y una cuadra grande, en la que igual cabían treinta o cuarenta caballerías. También tenía un frontón, donde los jóvenes jugaban a la pelota. Era el local central de todos los viandantes. Había veces que se juntaban diez o doce almadías. Las del Ebro las ataban a las anillas, que tanían muchas para los llauts . En el Segre, las ataban a unos chopos muy grandes que había en la orilla. Después, para la marcha se ponían de acuerdo, y emprendían rumbo hacia Tortosa. Desde allí, la distribución era por vía marítima hasta su destino.Entonces no había ferrocarriles, y el transporte se hacía por mar y los ríos.
Los empresarios de la madera buscaban cuadrillas de obreros y los desplazaban a la montaña durante la temporada de verano. Allí estaban mal comidos, dormían en barracones y en el suelo, y pasaban la temporada cortando madera y bajándola a rastras con caballerías hasta el embarcadero. Allí construían las almadías. Las hacían de tres o cuatro tramos, y cada tramo tenía veinte o veinticinco metros. Los troncos los unían con unas plantas muy largas que retorcían. En el tronco hacían unos agujeros gordos con barrenas, pasaban las plantas por allí, las retorcían bien y les quedaba muy sujeto. Después, a esperar la crecida del río. Cuando llegaba la crecida, quitaban unas trabas, y montaban cinco o seis descalzos, con dos remos largos montados uno delante y otro detrás para conservar la buena marcha hasta Mequinenza.
Al llegar a Mequinenza, en la confluencia de los dos ríos, moderaban la marcha, y sujetaban las almadías a los pilones o anillas grandes de hierro que había en la orilla.
A lo mejor pasaban un par de días descansando en el Mesón o Trinquete. Era un local grande, con cinco o seis camas para los de primera categoría, un pajar grandioso donde cabían cuarenta personas, y una cuadra grande, en la que igual cabían treinta o cuarenta caballerías. También tenía un frontón, donde los jóvenes jugaban a la pelota. Era el local central de todos los viandantes. Había veces que se juntaban diez o doce almadías. Las del Ebro las ataban a las anillas, que tanían muchas para los llauts . En el Segre, las ataban a unos chopos muy grandes que había en la orilla. Después, para la marcha se ponían de acuerdo, y emprendían rumbo hacia Tortosa. Desde allí, la distribución era por vía marítima hasta su destino.Entonces no había ferrocarriles, y el transporte se hacía por mar y los ríos.
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