7.1.09

149.- Subsistencia

Era yo muy pequeño, apenas lo recuerdo, que vinieron unos años de sequía que asolaron el término: se secaban los almendros y muchos pinos. La gente la pasaba morada. Con las minas en decadencia y sin lluvia para el campo, la vida era muy desoladora. Las balsas de los montes altos se quedaban secas, y tenías que ir a buscar el agua al río. De modo que cargaban cuatro cántaros, y al llegar a la masía se bebían la mitad. Así que al otro día vuelta a por dos cargas más de agua. La masía estaba a dos horas de camino. O sea, que te pasabas la vida por los caminos.

Nosotros lo teníamos mejor. Mi padre nos metía al cabulló de la saria, i cap a Llosa. A la orilla del río. Con un mas mal cuidado, con un tejado lleno de agujeros, que cuando clareaba el día parecía que estabas en la calle. Después, en el pajar, poca paja. Los seis o siete que éramos, todos dormíamos en la misma cama, tapados con borrazas, las pocas mantas que teníamos y las sueras de las caballerías. Mi padre encendía la fogata, y se impregnaba todo de humo hasta hacernos llorar. Así íbamos malpasando el invierno.

Por la mañana, se levantaba mi padre, ponía una sartén muy grande y hacía farinetes, con muchos chicharros de pan frito. Cuando estaban frías, todos alrededor de la sartén, hasta que aparecía el culo limpio. Después, un trozo de pan y un trago de vino, que no tenían todos.
Para comer, un puchero con patatas, judías y fideos, una morcilla, un poco de tocino, a veces un hueso, y ésa era la comida de la mayoría de la gente. Pero muchos sin morcilla, ni tocino ni vino.

En Llosa siempre teníamos medios de vida. Se criaban muchos bolets (gírboles). Diariamente cogíamos llantaïms (o lletón), que al sot se hacían tiernos. Los limpiábamos bien, hacíamos una cruz en la base y los lavábamos en el río. También teníamos una vandovella hecha de malla, que todos los días, al atardecer, íbamos a buscar la cena. Esto en invierno. En verano, con palangre o claró. De caza, mi padre no era muy hábil, no perdía tiempo, y no sabía buscar las sendas de los conejos. Pero sí que sabía parar lazos. Al salir de la finca, hacía una barrera y, a los pasos ponía lazos de cobre destemplado. De cuando en cuando íbamos cogiendo algún conejo y alguna perdiz. Así íbamos malpasando las calamidades.

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