Yo aprendí a leer al lado de mi padre, pero nunca fui a la escuela. Quedé asombrado al darme cuenta de la calidad de la gente que se incorporaron a mi reemplazo, con una mentalidad semisalvaje. Les hablabas y no sabían responder. Eran andaluces, extremeños, de Castilla y vascos; estos últimos no conocían más que el vasco, y no había manera de entenderlos. Yo estaba en ametralladoras, y llevaba un mulero que me ponía negro. Decían: "¡Izquierda!", y él para adelante. "¡Media vuelta!", y él para adelante. Tenía que cogerle del cinturón y encararle para donde tenía que ir.
Después de la instrucción, viendo que la situación de mi casa económicamente no era muy buena, me apunté para cocinero. Pero cometí una torpeza, porque en el patio de la instrucción fui tirador de primera, tanto en mosquetón como en ametralladora; y, claro está, en la mili son los más bien mirados. Pero, mientras, ya me habían dado el puesto de cocinero. Entonces, el capitán de la compañía hizo todo lo posible para que me aburriera y volviese a la compañía. Con que todas las torpezas que cometían los demás acababan en broncas para mí por el Cocinero Director, que era un paisano del oficio.
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