El Teatro Goya estaba hasta los topes. Y, sin más, a la que nos dimos cuenta, estábamos rodeados de ametralladoras, fusiles ametralladores y naranjeros, en plan de hacer fuego por todas las salidas. Pero, a pesar de estar lleno, la gente iba y venía y, al entrar, quedaban sorprendidos. Y fue entonces cuando, acto seguido, la mayoría de delegados nos personamos con Antonio Ortiz, que era el jefe de la Columna; y cuando le expusimos los hechos, se quedó que no lo quería creer. Fue entonces cuando empezó a decir que lo habían engañado, que habían dado una mala imagen y una difamación que atravesaba las fronteras.
Lo del Teatro Goya no acabó en masacre porque había varios hombres que estaban bregados en los sindicatos de Barcelona, y actuaron con tanta cautela, que los rodearon, y tuvieron que entregar las armas. Ya desde entonces, se deshizo. Yo no sé lo valientes que eran; sólo sé que eran unos hombres que, el que menos, medía 1,80 metros, con sombrero negro y el traje también, y la calavera al sombrero y las siglas de la FAI debajo. Por cierto, que en el grupo que estaba yo, nos agregaron a los dos, y no los aceptamos de ninguna manera.
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