Retrocediendo a Noviembre del año anterior, tengo que hacer referencia a un hecho de capital importancia: la muerte de Buenaventura Durruti. Fue algo que nos dejó atónitos a todos los milicianos. Era un hombre, para todos los de la CNT-FAI, como un símbolo. Algo así como Dios para los católicos. Cuando hacías mención de él, era símbolo de respeto, de amor, de bondad, algo así como un apóstol que se hacía querer, hasta los que no profesaban las mismas ideas anarquistas. Yo considero que, a su muerte, ya murió la revolución. Lo sacaron de Aragón porque sabían que, por donde él pasaba, su nombre quedaba grabado en la mente de todos los combatientes. Todos lo consideraban una especie de Ghandi.
Aquel 20 de Noviembre fue funesto para la República. Fue como si todo hubiese estado planeado. Cuando Madrid estaba en franca retirada, tuvo que ir él con sus fuerzas a contener la avalancha fascista, que estaba más dentro de Madrid que en las trincheras. Y él lo sabía, y por eso lo eliminaron, porque conocía donde estaba el mal de Madrid. Mientras, en Aragón defendíamos las trincheras con fusiles antiguos de la guerra del 14 y con bombas de mano. Nuestros jefes no hacían más que pedir armas para contratacar y restar fuerzas a Madrid, pero siempre fueron negadas.
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