4.12.07

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Y al volver al punto del siniestro, se dieron cuenta que faltaba un guardia. Entonces les entró el pánico, porque sabían que el guardia conocía al alguacil. Y empezaron a rastrear. Y pudieron seguirle hasta Vall Comuna. Allí había una cantidad de canutillo fabulosa, y, mirando y rebuscando, se les hizo de noche; fue entonces cuando el guardia se consideró salvado. Si no se hubiesen cegado por el dinero, es probable que no se hubiese sabido nunca quien lo hizo. Pero la avaricia les traicionó. Estuvieron un par de días buscándole por todas partes, pero fue inútil. Les vino la noche encima y se vieron perdidos. Cuando llegaron al pueblo, ya los esperaban, y fueron apresados instantáneamente. Por cierto, que me contaba mi padre que pasó la primera barcada, y mi abuelo se encontró con el alguacil y le preguntó que cómo había ido la cacería. Y respondió: “Un conejo y dos perdices”. Pero su aspecto era deplorable, de conforme andaba con los pantalones rotos, sucio y demacrado, que a mi abuelo le dió mala espina.

Detenidos los tres, les juzgaron por lo militar, y, sin defensa siquiera, los sentenciaron a Pena de Muerte. Pero se dió la circunstancia de que uno de ellos se apellidaba Borbón, que era el apellido del Rey, y por eso no lo podía matar, y si no mataban a uno, tampoco podían matar a los demás.

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