El descontento era general. La gente andaba sin rumbo fijo. Por todas partes se oían voces de la dimisión de Negrín y de la Junta de Casado. Valencia era un montón de escombros. Las calles estaban llenas de basura maloliente. En las casas de prostitutas, subían y bajaban los milicianos a bandadas. Había mujeres que, sin moverse de la cama y comiendo cacahuetes, tenían una cola de catorce o quince hombres esperando el turno. Y la mujer esperándoles desnuda en la cama sin tomarse un respiro o un descanso de hombre a hombre, ni lavado, ni mucho menos revisión médica. Conducir se hacía imposible; la gente andaba por el medio de la calle sin miedo a que se les atropellase. A mí se me dieron muchos casos de ir con el coche y, hasta que estabas a la altura de la gente, no se movía.
Los cuatro o cinco bares principales que había estaban abarrotados de gente que entraba y salía continuamente. Servían un licor que le llamaban vermut, que de hecho parecía un líquido inflamable. Se armaba cada pelea que acababa en un infierno con todo roto sistema Tejas, ya desde varios días hasta el final de la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario