Yo considero que, si algún pueblo se merece un homenaje de Apóstoles, éste debería ser para las mujeres de Alicante. Las recuerdo cuando íbamos a los almendros; después, de vuelta para la Plaza de Toros, serias, sin pestañear, y llorando a lágrima viva. Había un cordón de espectadores incalculable.
Después vino el reverso. Andando por aquellas calles, nos topamos con un grupo de militares de Franco, y se encaran con nosotros:
-"!Ostia qué tres, qué cara de criminales tienen... particularmente el del medio!".
El del medio era yo.
Después, los dos de Alcampell querían buscar algún almacén de intendencia para que nos suministraran algo de comida para el camino. Yo, más desconfiado, que era impropio para nosotros. No obstante, vieron un almacén, y entraron dentro. Yo me quedé en la puerta, receloso. Dentro había un Capitán y dos o tres más, y, al entrar, el Capitán les dijo:
-"¿Qué sois vosotros?".
Dijeron: -"¡Militares de la República!".
-"¡Lo que sois rojillos... Canallas! ¡Que os doy un puntapié a los cojones que os los pongo para corbata!".
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