Cogimos la carretera camino de Valencia, y al lado del camino, en las afueras, había un campo de habas, y aprovechamos bastante. Después, andando, se nos juntaron unos cuantos militares italianos. Empezaron haciendo preguntas, y ensalzando el valor de las fuerzas Republicanas en Guadalajara, las batallas del Ebro y la resistencia de Madrid; y que ellos no vieron la guerra ganada hasta que retiraron los diez mil voluntarios internacionales de la República, mientras que los de los fascistas, que eran más de ciento cincuenta mil, no marcharon ninguno. Después de muchas consideraciones, empezaron a tirar piedras a las palmeras para hacer bajar los dátiles, para que los comiésemos nosotros. También nos llevaron a su base, y nos dieron un plato de macarrones hervidos.
A media noche llegamos a los túneles de Masagrat. Al día siguiente, emprendimos la marcha, hasta que, cansados de andar, llegamos a un control de guardia. Ya no podíamos más. Al cabo de mucho rato, se presenta una camioneta pequeña. Le pedimos si nos podía subir, y dijo que sí. En éstas, venía un hombre con una bicicleta vieja cogida de la mano, que le esperasen. Suerte tuvo que yo le ayudé a subir. Ya en la camioneta, me miró y dice: -"¿Que vienen de la Plaza de Toros?". Digo: -"Sí, señor". -"¡Se les nota!". Al cabo de un rato, que íbamos en silencio, veo que saca la cartera, empieza a pasar papeles y repasar, y la vuelve al bolsillo; después saca un bloc, y empieza a pasar hojas; al rato, aparece un billete de 5 pesetas, lo coge y dice: -"Tome, para los tres. No tengo otro". Yo no quería aceptarlo de ninguna manera. Entonces, medio enfadado, me dice: "¡Soy un obrero de Sagunto!". Entonces, yo no hablé más. Conozco todas las tragedias que han pasado con los bombardeos cada día.
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