3.3.08

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Hicieron la distribución del personal, y a Caballero y a mí nos metieron al salón de los comunes. Pero protesté que yo no tenía que estar allí, y lo conseguí, y me llevaron con los políticos. Al día siguiente me mandaron a la sexta galería, que era la más alta. Por cierto, que tuve que escribir a casa urgente para que me enviasen una manta, porque, por las mañanas, se me ponía la humedad entre los huesos y lo pasaba fatal. Tuve que coser los papeles que tenía a la manta para que hiciese de impermeable.
El menú, por la mañana, constaba de lo siguiente: una especie de sopa que estaba hecha de un sofrito de cebolla, y unos panes que ponían a remojo, después los deshacían, hacían hervir el agua, tiraban el sofrito y te daban el almuerzo. Yo iba a buscarlo con una lata de leche de 350 gramos, y creo que nunca me lo llenaron. Para comer y cenar, los diez meses que estuve, siempre vi la misma comida: una especie de potaje compuesto por patatas, garbanzos y arroz, con unos huesos que, el día que te ponían uno al plato, ya lo podías dar por comido, porque te cogía todo el plato. No se entretenían en cortarlos.
Suerte que la gente, casi todos, estaban empleados con la palma, la piel y otras actividades, que les permitían comprar al Economato patatas asadas o moniatos; también vendían una especie de chistorra, que yo compraba mucho. Le decían "chorizos atados".

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