De modo que a Antonio Rodes y a mí nos hicieron montar en un camión y, junto con el funcionario -que andaba cojo y se llamaba don Nico- nos fuimos a la estación del Escorial, que estaba a 16 km. Llegamos allí, y nos mandó ir cargando el camión de ladrillos. Estábamos cargando, y a cada momento iban cayendo chubascos, y nos refugiábamos en el muelle. Allí, los dos comentamos: "¡Mira que dejar dos presos solos en una estación!". Pero sabían que llevábamos muchos años de cárcel, y no nos íbamos a jugar la condicional, con el tiempo que nos quedaba.
Con que por fin cargamos el camión, "¿Y ahora qué hacemos?". Cansados de esperar, decidimos ir al bar a comunicar que ya habíamos terminado. Cuando entramos en el bar, fuimos la nota de atención de toda la concurrencia, que era mucha. Nos miraban como bichos raros con aquel uniforme y la boina del mismo color. Así que les comunicamos que ya estaba cargado. Estaban jugando a las cartas, e insistieron mucho en que bebiéramos algo. Pero, dándonos cuenta de que éramos el centro de atención de todos, nos fuimos al camión. Aún tardaron un buen rato en llegar. Por cierto, que cuando llegaron, nos dijeron que habíamos corrido mucho cargando.
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