25.3.08

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De modo que el oficial nos dijo que habíamos sido elegidos para recoger todo el material de la empresa Molán, durante el periodo de veintitantos días, y que, si nos venía de gusto, podíamos mandar a buscar a la familia, cosa que aceptamos encantados. Así, en dos o tres días, vino mi mujer con el chico Ismael, y la señora de Soler. Nos destinaron un barracón pequeño. Nos comunicaron la llegada, fuimos a recibirlos a la carretera del Escorial, que estaba al pie de la montaña, a 7 km. del monasterio. Antes de que llegasen, en el cruce del valle ya les advirtieron que les estábamos esperando. El encuentro fue en el autobús que nos subió hasta arriba, pasando por el medio de los Juaneles, las dos piedras de 14 metros de altura, que costó una fortuna trasladarlas desde Toledo.
Les tuvimos que dar unas cuantas explicaciones a aquellos pasajeros que iban al Escorial.
Pasamos veinte días deliciosos con la familia, después de tantos años de cárcel.
El trabajo era muy llevadero: recoger los andamios y tablones, y con el camión de la empresa, trasladarlos al Escorial, o sea, a la estación, hasta que dejamos limpio todo el monasterio, que tiene unas dimensiones del doble que las del Escorial.
Al otro lado del Cabezo está la entrada del templo, donde está ahora enterrado el Caudillo y otras personalidades, según anunciaron rumores de por allí . La Cruz, entonces, aún no estaba hecha. Solamente en maquetas que estaban expuestas en la puerta principal del monasterio.

¿Qué ha pasado con el Valle de los Caídos?

Yo, que trabajé más de siete meses, puedo hablar con conocimiento de causa de lo que pasó allí. En la década entre los cuarenta y los cincuenta, cuando España pasaba por la angunia del hambre, allí se tiraban los millones a mansalva, sin reparar que la clase obrera cobraba unos jornales míseros que ni apenas podían comer. Después, en las cárceles estábamos como las sardinas, y eran las redadas que continuamente ingresaban en las Provinciales.
En el Valle, la inmensa mayoría de los reclusos ya era de pena reducida, porque así no estábamos motivados a la fuga, debido a que ya llevábamos muchos años internados, y ello tenía un valor muy importante.
Muy a menudo, leo cartas en La Vanguardia haciendo relación a Ramón Rubials por su estancia en la cárcel. Yo no quiero quitarle méritos a su estancia en el cautiverio, sino todo lo contrario. Yo, que he seguido las inmensas cárceles de España, he convivido con una cantidad inmensa de compañeros de varias ideologías, como cenetistas, comunistas, algún socialista y muchos maquis; y muchos responsabilizados por éstos al paso de la cruzada de Francia. En Zaragoza, habría cerca de 500 en prisión preventiva, y en San Miguel de los Reyes, unos 500. Yeserías era una cárcel de tránsito. Al Valle de los Caídos, no conocí ninguno. Allí, entre los tres grupos, los que más éramos, de la C.N.T., y alguno de delito común.
El trato que nos daban y la comida, comparado con las cárceles anteriores, era bastante aceptable; pero lo más vergonzoso era que lo que hacíamos hoy lo deshacíamos mañana. En siete meses, no vi ni una pizca de progreso de obra en el monasterio.
Con toda esta gente que conviví en el cautiverio, no he oído hablar de nadie ya; todos han muerto. Los Sigfrido Catalán, Juanel, Carrasquer Félix, Heliodoro Sánchez, Ángel María de Lera y Sastre, Félez y tantos otros, y nosotros, que de 17 sólo quedamos dos. Hasta sus esposas han muerto.

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