El correo lo hacía una tartana o berlina que hacía un viaje cada día. También llevaban pasajeros, como cuatro o cinco. Iban a ver montar a las mujeres, porque, al levantar la pierna al estribo, enseñaban el tobillo, y se hacían muchos comentarios. Al cartero lo llamaban "el Chef". Tenía un caballo de mediana edad y estatura, pero como el carro pesaba poco, iba tirando.
De la noche a la mañana vino una caravana de burricos blancos con su saria encima. Cada hombre llevaba cuatro o cinco burros recogiendo piedra por todas partes, y la descargaban a los lados de la carretera. Unas brigadas de picapedreros la picaban a destajo. Y en poco tiempo rellenaron la carretera de Fraga hasta Mequinenza.
Una vez terminada la carretera, apareció el primer coche de Correo, con ruedas macizas de goma. Lo llamaban "el Cochomóvil". Una especie de autocar que, con los mineros de la comarca, llevaba más encima que dentro.
La primera vez que llegó el coche fue una avalancha de gente a recibirle con gritos de júbilo y aclamaciones. Los más avispados del pueblo sacaron canciones del coche, las minas y algunas mozas.
Al poco tiempo emprendieron la carretera de Maella, pero ésta costó un poco más.
6.11.08
5.11.08
140
En el siglo de 1800 según mi abuela vivían un sistema mucho peor que el nuestro en muchos aspectos. La siega la hacían con la hoz y la trilla, con una tabla con hierros y piedras de pedriñera (pedernal, sílex) incrustadas en una tabla. Con las caballerías la arrastraban por la parba hasta que hacían paja, y a triar el grano. Después, el grano lo acarreaban a carga con las caballerías. Después vino la dalla (guadaña), que fue un gran adelanto para la siega. Y se construyeron unos trillos con unos cilindros y unas cuchillas que daban vueltas por la parba que se adelantaba mucho.
Con las forcas, cada hora tumbábamos las parba hasta hacer la paja, después ventarla y limpiar el grano.
En el 1900 empezaron a hacer caminos para carros en el término, y algunos ricos compraron carros, pero los pobres continuaron con la misma rutina. De Mequinenza a Fraga no había carretera, sino un camino ancho de tierra, que lo transitaban los tres recaderos que había. Eran los Tonis, los Gregorios y los de Manoleta de Petra. Cada uno tenía un carro grande con toldo y tres caballerías (mulos grandes). Vestían una blusa negra y grande atada con dos cordones. Los tres iban con sus hijos mayores. Hacían el comercio de Mequinenza-Lérida dos veces a la semana. Entre ellos no se hablaban, pero si se hallaban en apuros, se ayudaban hasta la muerte. Los hijos tenían buena relación.
Con las forcas, cada hora tumbábamos las parba hasta hacer la paja, después ventarla y limpiar el grano.
En el 1900 empezaron a hacer caminos para carros en el término, y algunos ricos compraron carros, pero los pobres continuaron con la misma rutina. De Mequinenza a Fraga no había carretera, sino un camino ancho de tierra, que lo transitaban los tres recaderos que había. Eran los Tonis, los Gregorios y los de Manoleta de Petra. Cada uno tenía un carro grande con toldo y tres caballerías (mulos grandes). Vestían una blusa negra y grande atada con dos cordones. Los tres iban con sus hijos mayores. Hacían el comercio de Mequinenza-Lérida dos veces a la semana. Entre ellos no se hablaban, pero si se hallaban en apuros, se ayudaban hasta la muerte. Los hijos tenían buena relación.
4.11.08
139
Todos los que hacíamos carbón pernoctábamos en la Herradura, y a la mañana siguiente, a las cuatro de la mañana, nos levantábamos y derecho a Caspe.
Allí empezabas a dar vueltas por las calles, esperando que te llamara una compradora. Discutías el precio, y mirabas de arreglarte. Una vez vendido el carbón, ibas con el alguacil municipal al pesador, pesabas y te daba el resultado. Después cogías el saco y lo subías a la casa a vaciarlo. Una vez terminado, le dabas una pequeña propina al pesador (0,50 céntimos), y contento. Reuníamos unas 45 pesetas más o menos. 50 eran una gran venta.
Después nos íbamos de compras a las tiendas. Comprábamos arroz, judías, bacalao, sopa, fideos extra. Para el camino de vuelta comprábamos un pan, 50 céntimos de salchichón. Y 50 céntimos de caramelos para los pequeños, que se los dabas cuando llegabas a la masía.
En el viaje, empleábamos entre ir y venir un día y medio agotador. Muchos llevaban el carbón a vender a Fraga, Serós y Massalcoreig a cambio de patatas.
Allí empezabas a dar vueltas por las calles, esperando que te llamara una compradora. Discutías el precio, y mirabas de arreglarte. Una vez vendido el carbón, ibas con el alguacil municipal al pesador, pesabas y te daba el resultado. Después cogías el saco y lo subías a la casa a vaciarlo. Una vez terminado, le dabas una pequeña propina al pesador (0,50 céntimos), y contento. Reuníamos unas 45 pesetas más o menos. 50 eran una gran venta.
Después nos íbamos de compras a las tiendas. Comprábamos arroz, judías, bacalao, sopa, fideos extra. Para el camino de vuelta comprábamos un pan, 50 céntimos de salchichón. Y 50 céntimos de caramelos para los pequeños, que se los dabas cuando llegabas a la masía.
En el viaje, empleábamos entre ir y venir un día y medio agotador. Muchos llevaban el carbón a vender a Fraga, Serós y Massalcoreig a cambio de patatas.
2.11.08
138.- Segunda Parte: Recuerdos de los Tiempos Antiguos
(Nota del Transcriptor) Añadido de escritos posteriores:
Manolo sigue escribiendo. Para no desvirtuar la integridad del cuaderno original, los nuevos apuntes, escritos en hojas sueltas, serán publicados sucesivamente, aunque no se siga el orden cronológico del cuaderno. Se refieren a tiempos anteriores a la Guerra Civil.
Cuando sufríamos los trastornos de los malos años, mi padre, viéndose impotente para darnos de comer a ocho que éramos de familia, recurría a hacer carbón vegetal, o a coger destajos de olivos, por donde saliese. Si tocábamos el carbón, nos poníamos en una solana o umbría, y hasta que no quedaba en pie ninguna mata, coscoja, aladierno o enebro, allí no levantábamos cabeza. Después, con los dos burros bajábamos las cargas de leña por aquellas laderas, que no podían andar más que los perros cuando cazaban, o algún jabalí.
Una vez en la finca, a montar la carbonera y darle fuego, y tenías que estar pendiente de ella como un enfermo. Que a poco que te descuidabas, te jugabas el esfuerzo de toda la semana. Y, aunque lo que daba no era mucho, lo necesitábamos como el santo bendimiento.
Cuando rayaba el día, procedíamos al desmonte de la carbonera, que consistía en quitar la tierra, las piedras que formaban las espilleras, y la broza que evitaba que no colase la tierra, y ponerle otra, y así se apagaba si había algún rescoldo de fuego, para cegarlo. Después recogíamos el carbón, que lo poníamos en sacos, y teníamos que estar al tanto de que no se nos encendiese. Una vez recogido, lo cargábamos en las caballerías (tres sacos, unos 100 kg.) y nos íbamos a venderlo a Caspe.
Manolo sigue escribiendo. Para no desvirtuar la integridad del cuaderno original, los nuevos apuntes, escritos en hojas sueltas, serán publicados sucesivamente, aunque no se siga el orden cronológico del cuaderno. Se refieren a tiempos anteriores a la Guerra Civil.
Cuando sufríamos los trastornos de los malos años, mi padre, viéndose impotente para darnos de comer a ocho que éramos de familia, recurría a hacer carbón vegetal, o a coger destajos de olivos, por donde saliese. Si tocábamos el carbón, nos poníamos en una solana o umbría, y hasta que no quedaba en pie ninguna mata, coscoja, aladierno o enebro, allí no levantábamos cabeza. Después, con los dos burros bajábamos las cargas de leña por aquellas laderas, que no podían andar más que los perros cuando cazaban, o algún jabalí.
Una vez en la finca, a montar la carbonera y darle fuego, y tenías que estar pendiente de ella como un enfermo. Que a poco que te descuidabas, te jugabas el esfuerzo de toda la semana. Y, aunque lo que daba no era mucho, lo necesitábamos como el santo bendimiento.
Cuando rayaba el día, procedíamos al desmonte de la carbonera, que consistía en quitar la tierra, las piedras que formaban las espilleras, y la broza que evitaba que no colase la tierra, y ponerle otra, y así se apagaba si había algún rescoldo de fuego, para cegarlo. Después recogíamos el carbón, que lo poníamos en sacos, y teníamos que estar al tanto de que no se nos encendiese. Una vez recogido, lo cargábamos en las caballerías (tres sacos, unos 100 kg.) y nos íbamos a venderlo a Caspe.
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