La transformación sufrida en el siglo XX es fenomenal. Antiguamente, cuando se hacía de noche se paralizaba todo. Hoy, cuando se hace de noche empieza la vida.
Los elementos de que se disponía para la iluminación eran muy reducidos: candiles de aceite para las casas y las masías. Aunque en las masías se solía utilizar la fogata y la tea, que se extraía de los pinos viejos y criados en solana. Para irte a dormir y cuidar las caballerías utilizabas el candil de aceite, con la mecha correspondiente.
En las casas del pueblo tenían dos o tres candiles de aceite de mecha, que vendían en la tienda. También se usaban mucho las velas de cera, que las ponían en una espalmatoria, donde se concentraba toda la cera quemada. Si, por causas familiares, tenían que ir a un velatorio, usaban una linterna con una vela en medio, protegida por unos cristales laterales.
Los hombres salían de noche con la manta al hombro para la taberna, afrontando la oscuridad. En las tabernas y los cafés tenían setilenos ("acetilenos"), una especie de bombona con un tubo de cristal encima, y un tornillo en la base para regular la luz. A las doce hacían cerrar los locales, pero los mozos iban de esquina en esquina, insultándose unos a otros. Si pasaba uno suelto, lo emprendían a golpes de manta, y lo mandaban a dormir. También hacían cabrear al sereno, que iba con gorra de plato, una lanza, y una farola o linterna con una vela en medio. El sereno rondaba por el pueblo creo que desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, o así. Creo que llevaba sólo alguna llave, de algún rico, por si tenía que acompañarlo. Había veces que los mozos lo hacían cabrear. Otras, lo invitaban a una botifarra o comida, y él encantado de pasar la noche de juerga. Cantaba las horas y el tiempo que hacía (nublado o sereno).
Para los procesiones de Semana Santa, todos iban con velas y antorchas, que lo iluminaban todo.
Cuando hicieron el riego de Campells y Dellasegre, construyeron una balsa muy grande con muchas turbinas, que servían para moler trigo y maíz. Le llamaban el molino. Pero después, a principios de siglo, le pusieron una dinamo y un transformador, con un vigilante, y pasaron la luz al pueblo. Aunque era una luz tenue y con muchos apagones, fue un gran acontecimiento.
Pero surgió el problema. Resulta que a los de la Granja de Escarpe no les sentó bien la luz en Mequinenza. Había muy malas relaciones, como siempre. Por la noche, en su término soltaban el agua al río, quedaba la balsa sin agua, las turbinas paradas, y no producían luz. Después venía el desbroce y la limpieza de la acequia, que estaba dos o tres semanas sin agua. Después la época de verano, que atandaban el agua (hacían tandas), y hasta que no llegaba a Dellasegre tardaba una eternidad. Tenían cuatro días para Campells y tres para Dellasegre. Después, los sabotajes de los granjolinos, que eran cada día.
Así transcurría el tiempo, hasta que, de la noche a la mañana, vinieron unos señores de la empresa Canadiense, estudiaron unos terrenos en la Batería, al lado del Corral de Rayet, lo llenaron todo de bobinas grandes de cables, hicieron un edificio aprisa y corriendo, y montaron unos transformadores grandiosos. Terminado de montar todo, pusieron un empleado en la Central, dos para las revisiones de las líneas y un Cobrador.
Poco a poco todos los vecinos íbamos poniéndonos la luz eléctrica. Esto era entre 1918 y 1920. Primeramente se iluminaron las calles. Después las viviendas, primero las de los ricos, después las de los pobres. Al principio hubo varios casos muy luctuosos, por falta de experiencia. El primero fue un obrero que reparaba una línea en una frontera. Le dio la corriente, cayó de la escalera y ya quedó muerto. El segundo, una mujer que estaba planchando y, al coger la plancha, quedó electrocutada. El tercero fue un poco chocante. Era verano, hacía mucha calor y era de noche. Nosotros estábamos cenando. Estaban enbaldosando la Plaza de Armas y mandaron a un peón a buscar un cántaro de agua fresca al pozo de Ca Borbón, delante de casa nuestra. Al ir a apagar la luz, quedó arrampado, dando unos alaridos que acudió todo el vecindario. Yo fui de los primeros por estar más cerca. Le di una patada al cable, y el operario marchó sin despedirse de nadie. Tenía las manos mojadas, y por eso le pasó la corriente.
8.8.09
8.1.09
150.- Los chavales, los residuos y la regaliz
En cuanto a los chavales, los ricos los mandaban a estudiar a las capitales, que lo que menos hacían era estudiar. Cuando llegaban a finales de curso, compraban los títulos por medio del chantaje, aunque la mayoría después no lo ejercían y vivían de sus rentas. Había un maestro y una maestra para todo el pueblo, que la faena que tenía de controlar los más de cien chiquillos de todas las edades. La mayoría de los niños estaban por la calle, hasta la hora de llevar la comida a los mineros. Íbamos mal calzados y mal vestidos.
Los Juegos.-
Capitaneados por mayores, formaban cuadrillas y a golpes de piedras por las calles; o a jugar a las canicas (singuetes). También, con unos hierros jugaban a los patacones. El juego consistía en un cuadrilátero. Se ponían los patacones en el medio y, a golpes de hierro, a sacarlos del cuadro. El patacón era una carta de baraja vieja rota por el medio, y formabas una especie de petaca. Era la delicia de los chavales.
Otro juego muy particular, que aún existe hoy, es la baldrufa.
Si tenían ganas de orinar, lo hacían en cualquier esquina. Se daban media vuelta, y como los perros, levantar la garra y a mear. En cuanto a hacer de vientre, casi nadie tenía water. Los de la parte alta iban a la sierra del castillo, y los de los bajos a la orilla del río, a la Batería, al campo de fútbol, a la pared de Obres Públiques o a la pared del huerto de Serero.
El ayuntamiento tenía un Alguacil de segunda categoría, que iba con una paleta y un cubo, e iba recogiendo las cacas del pueblo, las ponía en un montón y las vendía a los hortelanos como abono. Era un abono especial. Los payeses solían tener una tinaja para las mujeres, y cuando la llenaban, la cerraban bien y la llevaban a la huerta.
Cuando venían los carros cargados de regaliz para la fábrica, todos los críos iban detrás, tirando de las vergas para hacer chupadillos. Había dos fábricas de regaliz, una de Vallés, y otra de Justribó. Solían tabajar la mayoría de las mujeres del pueblo, y el jornal era de 0,50 céntimos.
Los Juegos.-
Capitaneados por mayores, formaban cuadrillas y a golpes de piedras por las calles; o a jugar a las canicas (singuetes). También, con unos hierros jugaban a los patacones. El juego consistía en un cuadrilátero. Se ponían los patacones en el medio y, a golpes de hierro, a sacarlos del cuadro. El patacón era una carta de baraja vieja rota por el medio, y formabas una especie de petaca. Era la delicia de los chavales.
Otro juego muy particular, que aún existe hoy, es la baldrufa.
Si tenían ganas de orinar, lo hacían en cualquier esquina. Se daban media vuelta, y como los perros, levantar la garra y a mear. En cuanto a hacer de vientre, casi nadie tenía water. Los de la parte alta iban a la sierra del castillo, y los de los bajos a la orilla del río, a la Batería, al campo de fútbol, a la pared de Obres Públiques o a la pared del huerto de Serero.
El ayuntamiento tenía un Alguacil de segunda categoría, que iba con una paleta y un cubo, e iba recogiendo las cacas del pueblo, las ponía en un montón y las vendía a los hortelanos como abono. Era un abono especial. Los payeses solían tener una tinaja para las mujeres, y cuando la llenaban, la cerraban bien y la llevaban a la huerta.
Cuando venían los carros cargados de regaliz para la fábrica, todos los críos iban detrás, tirando de las vergas para hacer chupadillos. Había dos fábricas de regaliz, una de Vallés, y otra de Justribó. Solían tabajar la mayoría de las mujeres del pueblo, y el jornal era de 0,50 céntimos.
7.1.09
149.- Subsistencia
Era yo muy pequeño, apenas lo recuerdo, que vinieron unos años de sequía que asolaron el término: se secaban los almendros y muchos pinos. La gente la pasaba morada. Con las minas en decadencia y sin lluvia para el campo, la vida era muy desoladora. Las balsas de los montes altos se quedaban secas, y tenías que ir a buscar el agua al río. De modo que cargaban cuatro cántaros, y al llegar a la masía se bebían la mitad. Así que al otro día vuelta a por dos cargas más de agua. La masía estaba a dos horas de camino. O sea, que te pasabas la vida por los caminos.
Nosotros lo teníamos mejor. Mi padre nos metía al cabulló de la saria, i cap a Llosa. A la orilla del río. Con un mas mal cuidado, con un tejado lleno de agujeros, que cuando clareaba el día parecía que estabas en la calle. Después, en el pajar, poca paja. Los seis o siete que éramos, todos dormíamos en la misma cama, tapados con borrazas, las pocas mantas que teníamos y las sueras de las caballerías. Mi padre encendía la fogata, y se impregnaba todo de humo hasta hacernos llorar. Así íbamos malpasando el invierno.
Por la mañana, se levantaba mi padre, ponía una sartén muy grande y hacía farinetes, con muchos chicharros de pan frito. Cuando estaban frías, todos alrededor de la sartén, hasta que aparecía el culo limpio. Después, un trozo de pan y un trago de vino, que no tenían todos.
Para comer, un puchero con patatas, judías y fideos, una morcilla, un poco de tocino, a veces un hueso, y ésa era la comida de la mayoría de la gente. Pero muchos sin morcilla, ni tocino ni vino.
En Llosa siempre teníamos medios de vida. Se criaban muchos bolets (gírboles). Diariamente cogíamos llantaïms (o lletón), que al sot se hacían tiernos. Los limpiábamos bien, hacíamos una cruz en la base y los lavábamos en el río. También teníamos una vandovella hecha de malla, que todos los días, al atardecer, íbamos a buscar la cena. Esto en invierno. En verano, con palangre o claró. De caza, mi padre no era muy hábil, no perdía tiempo, y no sabía buscar las sendas de los conejos. Pero sí que sabía parar lazos. Al salir de la finca, hacía una barrera y, a los pasos ponía lazos de cobre destemplado. De cuando en cuando íbamos cogiendo algún conejo y alguna perdiz. Así íbamos malpasando las calamidades.
Nosotros lo teníamos mejor. Mi padre nos metía al cabulló de la saria, i cap a Llosa. A la orilla del río. Con un mas mal cuidado, con un tejado lleno de agujeros, que cuando clareaba el día parecía que estabas en la calle. Después, en el pajar, poca paja. Los seis o siete que éramos, todos dormíamos en la misma cama, tapados con borrazas, las pocas mantas que teníamos y las sueras de las caballerías. Mi padre encendía la fogata, y se impregnaba todo de humo hasta hacernos llorar. Así íbamos malpasando el invierno.
Por la mañana, se levantaba mi padre, ponía una sartén muy grande y hacía farinetes, con muchos chicharros de pan frito. Cuando estaban frías, todos alrededor de la sartén, hasta que aparecía el culo limpio. Después, un trozo de pan y un trago de vino, que no tenían todos.
Para comer, un puchero con patatas, judías y fideos, una morcilla, un poco de tocino, a veces un hueso, y ésa era la comida de la mayoría de la gente. Pero muchos sin morcilla, ni tocino ni vino.
En Llosa siempre teníamos medios de vida. Se criaban muchos bolets (gírboles). Diariamente cogíamos llantaïms (o lletón), que al sot se hacían tiernos. Los limpiábamos bien, hacíamos una cruz en la base y los lavábamos en el río. También teníamos una vandovella hecha de malla, que todos los días, al atardecer, íbamos a buscar la cena. Esto en invierno. En verano, con palangre o claró. De caza, mi padre no era muy hábil, no perdía tiempo, y no sabía buscar las sendas de los conejos. Pero sí que sabía parar lazos. Al salir de la finca, hacía una barrera y, a los pasos ponía lazos de cobre destemplado. De cuando en cuando íbamos cogiendo algún conejo y alguna perdiz. Así íbamos malpasando las calamidades.
6.1.09
148.- Navegación fluvial
Antiguamente, el medio de comunicación que había era la cuenca del Ebro. Después vino el proyecto del ferrocarril de la vía del centro. La vía fluvial consistía en unir Amposta y Zaragoza, y el punto centro era Mequinenza. Aquí ya había taller de llaüts y lanchas, que los montaban a las orillas del Ebro.

Sobre unos maderos montaban los esqueletos del barco y, a base de fuego y agua, iban doblando las tablas y colocándolas al llaüt. Cuando ya las tenían colocadas y sujetadas a las costillas del llaüt, las juntas las estopaban (con estopa, o sea, esparto deshecho) con una especie de escarpi ( o cortafríos) y una maza de madera. Iban picando, sentados en una banqueta. Una vez terminado el barco, procedían al alquitranado. Lo ponían a hervir con unos calderos, e iban embadurnando con el alquitrán. Y así se terminaba de calafatear (de ahí les vino el pseudónimo "Calafat"). Pero los más antiguos eran los Rayet. De muy pequeño conocí al abuelo Bernabé Rayet, que era el jefe. La mayoría de los obreros que tenía subían de Tortosa. Recuerdo que tenía uno que se llamaba Ricardo Abelló, que cuando se formó el Club de Fútbol Mequinenza era el mejor puntal (le llamaban "el negro", porque trabajaba de sol a sol).
Los llaüts subían tirando por una soga muy larga (llamada saula o sirga), que iba controlada por el timonel o patrón, que era el jefe de la cuadrilla. El llaüt iba sorteando entre la corriente y la retorna que hacía a la orilla. La tripulación estaba compuesta por el timonel, el peón de confianza, delante a la sama con la barra para evitar cualquier desvío; y delante, por la senda, iban cinco hombres con muscleras con la saula pasada (las muscleras eran para que no les hiciese daño al hombro). El que iba delante era el más forzudo, y llevaba una vara o palo para protegerse. Le llamaban "el aliné". Los palos de los barcos que llevaban antiguamente eran mucho más altos porque tenían que salvar muchos chopos que había a las orillas. Medían más de 30 metros. Cuando hacía bochorno o garbinada, montaban todos al llaüt, desplegaban la vela y a descansar.
En la bomba de la Huerta Vieja, para aprovechar el agua, hicieron la enclusa. Era un paso de unos 25 metros, y la abrían en invierno. Para el verano, montaron un azud. Las temporadas de verano las pasaban moradas por la escasez de agua al Ebro. Los que les cogía la temporada de verano en Zaragoza tenían que buscarse jornal para poder sobrevivir, hasta que llegaban las crecidas.
A principio del siglo XX, el señor Jorge Algueró (Serero) revolucionó toda la canal del Ebro. Compró un macho tordillo, y lo engancharon a un llaüt. Fue tanto el resultado, que se terminaron los tiradores de la saula. Todos compraron machos y mulas grandes, y con tan sólo un peón para acompañar la caballería, les sobraba. De modo que la plantilla del llaüt quedó reducida al Patrón y tres obreros. Cuando subían cargados de género, solían poner dos caballerías. Algunas veces, cuando llegaban al paso de la Barca, iban sudados, porque habían subido corriendo. Entonces les tiraban una manta encima. Todas las empresas procuraron tener las cuadras llenas de caballerías.
Cuando remontaban con el barco y tenían que subir una cuesta o terraplén, el timonel gritaba: "¡Amolla saula!". Entonces el timonel iba recogiendo la cordada que se alargaba. El macho no se paraba hasta que reducían saula.
Cuando se hizo el proyecto del ferrocarril, las primeras medidas que tomaron fue el paso por la ribera de Mequinenza hasta Fayón. Pero resulta que había una persona influyente en el término de Fabara, e influyó para que lo hicieran pasar por la estación de Fabara, que está a 15 kilómetros, sin ninguna especie de comercio de ninguna clase. En cambio, en Mequinenza ya despuntaban las minas, que daban una materia de primera necesidad.
Foto: Llaüt a vela. Fuente: Asociación Cultural Llagut.

Sobre unos maderos montaban los esqueletos del barco y, a base de fuego y agua, iban doblando las tablas y colocándolas al llaüt. Cuando ya las tenían colocadas y sujetadas a las costillas del llaüt, las juntas las estopaban (con estopa, o sea, esparto deshecho) con una especie de escarpi ( o cortafríos) y una maza de madera. Iban picando, sentados en una banqueta. Una vez terminado el barco, procedían al alquitranado. Lo ponían a hervir con unos calderos, e iban embadurnando con el alquitrán. Y así se terminaba de calafatear (de ahí les vino el pseudónimo "Calafat"). Pero los más antiguos eran los Rayet. De muy pequeño conocí al abuelo Bernabé Rayet, que era el jefe. La mayoría de los obreros que tenía subían de Tortosa. Recuerdo que tenía uno que se llamaba Ricardo Abelló, que cuando se formó el Club de Fútbol Mequinenza era el mejor puntal (le llamaban "el negro", porque trabajaba de sol a sol).
Los llaüts subían tirando por una soga muy larga (llamada saula o sirga), que iba controlada por el timonel o patrón, que era el jefe de la cuadrilla. El llaüt iba sorteando entre la corriente y la retorna que hacía a la orilla. La tripulación estaba compuesta por el timonel, el peón de confianza, delante a la sama con la barra para evitar cualquier desvío; y delante, por la senda, iban cinco hombres con muscleras con la saula pasada (las muscleras eran para que no les hiciese daño al hombro). El que iba delante era el más forzudo, y llevaba una vara o palo para protegerse. Le llamaban "el aliné". Los palos de los barcos que llevaban antiguamente eran mucho más altos porque tenían que salvar muchos chopos que había a las orillas. Medían más de 30 metros. Cuando hacía bochorno o garbinada, montaban todos al llaüt, desplegaban la vela y a descansar.
En la bomba de la Huerta Vieja, para aprovechar el agua, hicieron la enclusa. Era un paso de unos 25 metros, y la abrían en invierno. Para el verano, montaron un azud. Las temporadas de verano las pasaban moradas por la escasez de agua al Ebro. Los que les cogía la temporada de verano en Zaragoza tenían que buscarse jornal para poder sobrevivir, hasta que llegaban las crecidas.
A principio del siglo XX, el señor Jorge Algueró (Serero) revolucionó toda la canal del Ebro. Compró un macho tordillo, y lo engancharon a un llaüt. Fue tanto el resultado, que se terminaron los tiradores de la saula. Todos compraron machos y mulas grandes, y con tan sólo un peón para acompañar la caballería, les sobraba. De modo que la plantilla del llaüt quedó reducida al Patrón y tres obreros. Cuando subían cargados de género, solían poner dos caballerías. Algunas veces, cuando llegaban al paso de la Barca, iban sudados, porque habían subido corriendo. Entonces les tiraban una manta encima. Todas las empresas procuraron tener las cuadras llenas de caballerías.
Cuando remontaban con el barco y tenían que subir una cuesta o terraplén, el timonel gritaba: "¡Amolla saula!". Entonces el timonel iba recogiendo la cordada que se alargaba. El macho no se paraba hasta que reducían saula.
Cuando se hizo el proyecto del ferrocarril, las primeras medidas que tomaron fue el paso por la ribera de Mequinenza hasta Fayón. Pero resulta que había una persona influyente en el término de Fabara, e influyó para que lo hicieran pasar por la estación de Fabara, que está a 15 kilómetros, sin ninguna especie de comercio de ninguna clase. En cambio, en Mequinenza ya despuntaban las minas, que daban una materia de primera necesidad.
Foto: Llaüt a vela. Fuente: Asociación Cultural Llagut.
1.1.09
147.- La Fira, el comercio y el jabón
El Mesón, que estaba en la calle Zaragoza esquina subida el cine Goya, era el centro de todos los traficantes de caballerías. Las llevaban en reatas, y las exponían el día de la Feria, que era el 25 de Marzo, y se quedaban tres días de fiesta. Los payeses cambiaban las caballerías, y comprábamos cerdos (guerrines) para todo el año.
LLevaban muchas caballerías de la Feria de Salás (la montaña catalana). Llevaban un ganado muy bueno. También venían las ferias, que se instalaban en la Plaza de la Iglesia. Montaban diez o doce ferias de baratijas, juguetes, navajas, carteras de Morella para el bolsillo y para el colegio, etc.
También venía "el chato de las mantas", que hablaba y atabalaba a los payeses. Yo era un crío, y mi padre me compró una navaja con muelles. Yo, muy contento, fui a cortar un bastón para las caballerías y se me dobló todo el filo, y no pude cortar el pan.
También había un hombre muy mayor que iba por las calles gritando: "¡Cosis, cantes i ribrells!". Reparaba objetos de cerámica. Llevaba un morral con arcilla húmeda, una especie de baldrufa grande con un puntero pequeño, hacía un pequeño agujero y, con unas grapas de alambre, las ajustaba a la grieta. Encima le ponía la arcilla macerada y solucionaba las grietas, y cobraba por grapa.
Había otro que también andaba por la calle gritando: "¡Dones! ¡Aulles, betes i fils, i ous i botons pa la bragueta!". Salían las mujeres y compraban la quincallería que necesitaban.
También solía andar un hombre con un burro y un sarón grande (o saria) gritando: "¡Sellons, cantes, argoletes i olles de fang pal fogaril!". Y éste era el comercio del pueblo.
De la ropa no hablamos, porque la mayoría de la gente compraba a fiar. Pagaban a la recolección de la cosecha.
Toda esta gente, comerciantes y marchantes, todos iban a parar al Mesón.
Las mujeres cada mes hacían bugada: ponían el cosi en una banqueta y lo llenaban de ropa con jabón moll, hecho de casa con sosa cáustica y cenizas de los cortezas de las almendras (coscos) y agua caliente. Después la llevaban a tender fuera del pueblo, hasta que se secase.También había sabó dur, hecho con sosa cáustica, aceite y agua. Era mejor que el moll.
LLevaban muchas caballerías de la Feria de Salás (la montaña catalana). Llevaban un ganado muy bueno. También venían las ferias, que se instalaban en la Plaza de la Iglesia. Montaban diez o doce ferias de baratijas, juguetes, navajas, carteras de Morella para el bolsillo y para el colegio, etc.
También venía "el chato de las mantas", que hablaba y atabalaba a los payeses. Yo era un crío, y mi padre me compró una navaja con muelles. Yo, muy contento, fui a cortar un bastón para las caballerías y se me dobló todo el filo, y no pude cortar el pan.
También había un hombre muy mayor que iba por las calles gritando: "¡Cosis, cantes i ribrells!". Reparaba objetos de cerámica. Llevaba un morral con arcilla húmeda, una especie de baldrufa grande con un puntero pequeño, hacía un pequeño agujero y, con unas grapas de alambre, las ajustaba a la grieta. Encima le ponía la arcilla macerada y solucionaba las grietas, y cobraba por grapa.
Había otro que también andaba por la calle gritando: "¡Dones! ¡Aulles, betes i fils, i ous i botons pa la bragueta!". Salían las mujeres y compraban la quincallería que necesitaban.
También solía andar un hombre con un burro y un sarón grande (o saria) gritando: "¡Sellons, cantes, argoletes i olles de fang pal fogaril!". Y éste era el comercio del pueblo.
De la ropa no hablamos, porque la mayoría de la gente compraba a fiar. Pagaban a la recolección de la cosecha.
Toda esta gente, comerciantes y marchantes, todos iban a parar al Mesón.
Las mujeres cada mes hacían bugada: ponían el cosi en una banqueta y lo llenaban de ropa con jabón moll, hecho de casa con sosa cáustica y cenizas de los cortezas de las almendras (coscos) y agua caliente. Después la llevaban a tender fuera del pueblo, hasta que se secase.También había sabó dur, hecho con sosa cáustica, aceite y agua. Era mejor que el moll.
146.- Almadías
A principios del 18 Mequinenza, por la posición que ocupaba, era el centro de atención, debido a la confluencia de tres ríos: el Ebro, el Segre y el Cinca. Entonces no había carreteras, y los medios de transporte eran nulos.
Los empresarios de la madera buscaban cuadrillas de obreros y los desplazaban a la montaña durante la temporada de verano. Allí estaban mal comidos, dormían en barracones y en el suelo, y pasaban la temporada cortando madera y bajándola a rastras con caballerías hasta el embarcadero. Allí construían las almadías. Las hacían de tres o cuatro tramos, y cada tramo tenía veinte o veinticinco metros. Los troncos los unían con unas plantas muy largas que retorcían. En el tronco hacían unos agujeros gordos con barrenas, pasaban las plantas por allí, las retorcían bien y les quedaba muy sujeto. Después, a esperar la crecida del río. Cuando llegaba la crecida, quitaban unas trabas, y montaban cinco o seis descalzos, con dos remos largos montados uno delante y otro detrás para conservar la buena marcha hasta Mequinenza.
Al llegar a Mequinenza, en la confluencia de los dos ríos, moderaban la marcha, y sujetaban las almadías a los pilones o anillas grandes de hierro que había en la orilla.
A lo mejor pasaban un par de días descansando en el Mesón o Trinquete. Era un local grande, con cinco o seis camas para los de primera categoría, un pajar grandioso donde cabían cuarenta personas, y una cuadra grande, en la que igual cabían treinta o cuarenta caballerías. También tenía un frontón, donde los jóvenes jugaban a la pelota. Era el local central de todos los viandantes. Había veces que se juntaban diez o doce almadías. Las del Ebro las ataban a las anillas, que tanían muchas para los llauts . En el Segre, las ataban a unos chopos muy grandes que había en la orilla. Después, para la marcha se ponían de acuerdo, y emprendían rumbo hacia Tortosa. Desde allí, la distribución era por vía marítima hasta su destino.Entonces no había ferrocarriles, y el transporte se hacía por mar y los ríos.
Los empresarios de la madera buscaban cuadrillas de obreros y los desplazaban a la montaña durante la temporada de verano. Allí estaban mal comidos, dormían en barracones y en el suelo, y pasaban la temporada cortando madera y bajándola a rastras con caballerías hasta el embarcadero. Allí construían las almadías. Las hacían de tres o cuatro tramos, y cada tramo tenía veinte o veinticinco metros. Los troncos los unían con unas plantas muy largas que retorcían. En el tronco hacían unos agujeros gordos con barrenas, pasaban las plantas por allí, las retorcían bien y les quedaba muy sujeto. Después, a esperar la crecida del río. Cuando llegaba la crecida, quitaban unas trabas, y montaban cinco o seis descalzos, con dos remos largos montados uno delante y otro detrás para conservar la buena marcha hasta Mequinenza.
Al llegar a Mequinenza, en la confluencia de los dos ríos, moderaban la marcha, y sujetaban las almadías a los pilones o anillas grandes de hierro que había en la orilla.
A lo mejor pasaban un par de días descansando en el Mesón o Trinquete. Era un local grande, con cinco o seis camas para los de primera categoría, un pajar grandioso donde cabían cuarenta personas, y una cuadra grande, en la que igual cabían treinta o cuarenta caballerías. También tenía un frontón, donde los jóvenes jugaban a la pelota. Era el local central de todos los viandantes. Había veces que se juntaban diez o doce almadías. Las del Ebro las ataban a las anillas, que tanían muchas para los llauts . En el Segre, las ataban a unos chopos muy grandes que había en la orilla. Después, para la marcha se ponían de acuerdo, y emprendían rumbo hacia Tortosa. Desde allí, la distribución era por vía marítima hasta su destino.Entonces no había ferrocarriles, y el transporte se hacía por mar y los ríos.
10.12.08
145.- Las costumbres del vestir
Las mujeres llevaban muchas faldas, enaguas y refajo. Al cuerpo, un corsé y unos cordones largos y unos gafechs, que los iban apretando hasta que casi no podían ni respirar. Encima, una blusa. Bragas no llevaban.
Usaban una especie de pijama con puntillas y abierto en la entrepierna. Para hacer las necesidades, no tenían más que aclocarse. Y muchas mayores ni eso, "el culo al aire".
Los hombres llevaban calzones, chaleco, blusa y, de calzado, alpargatas con betas negras. Y en invierno, con peales, que hacían las abuelas con unas agujas, hilando la lana. Los chiquillos en verano iban casi todos descalzos, y en invierno mal calzados. La mayoría padecía de sabañones, por el mal calzado. Los pantalones también iban abiertos de la entrepierna, hasta que no eran mayorcitos. Y como llevaban tirantes, cuando tenían necesidades en cualquier sitio les venía bien.
Usaban una especie de pijama con puntillas y abierto en la entrepierna. Para hacer las necesidades, no tenían más que aclocarse. Y muchas mayores ni eso, "el culo al aire".
Los hombres llevaban calzones, chaleco, blusa y, de calzado, alpargatas con betas negras. Y en invierno, con peales, que hacían las abuelas con unas agujas, hilando la lana. Los chiquillos en verano iban casi todos descalzos, y en invierno mal calzados. La mayoría padecía de sabañones, por el mal calzado. Los pantalones también iban abiertos de la entrepierna, hasta que no eran mayorcitos. Y como llevaban tirantes, cuando tenían necesidades en cualquier sitio les venía bien.
9.12.08
144
Otro caso muy chocante fue el del tío Barberet, que le había dado por no dejar ni a sol ni a sombra al tío Siervo, que era el enterrador del pueblo. Cada vez que se lo encontraba, a cachetes y calvochs, al hombre no lo dejaba vivir. El tío Barberet se colgó del techo, y lo llevaron al cementerio para hacerle la autopsia. Resulta que, cuando uno se cuelga, la mano derecha la levanta para coger la cuerda, y ya se les queda así, tiesa. Con que, al ponerlo en la caja, no contaron con que le sobresalía el brazo. Así que el tío Siervo, empujándole el brazo para cerrar la caja, le decía: "¡Canalla, no`m pegarás més!". Entonces se le escapó la mano, que la tenía rígida, y le dio en las narices. El tío Siervo echó a correr para casa y a los pocos días murió del susto. Por eso quedó la dicha "Que un muerto ha matado a un vivo".
8.12.08
143
En los jóvenes, que salían de noche con una manta al cuello, al no haber luz se creaban una especie de cuadrillas con aires de liderazgo. Los más fuertes se dedicaban a acorralar a los débiles, no les dejaban festejar y los mandaban a dormir, causando mucho malestar. En represalia, hubo algunos casos muy lamentables, como el tal del "Santo", que era un tipo muy fuerte y muy chuleta, que se dedicaba a mantear a todo el que encontraba, y tenía a la juventud atemorizada. Con que se juntaron unos cuantos, organizaron unas patrullas, y en el callejón del Ayuntamiento lo acuchillaron hasta dejarlo muerto.
7.12.08
142
Antiguamente, una vez se hacía de noche, en el pueblo la vida se hacía insoportable: no había luz eléctrica ni de carburo.
En las pocas minas que había, también trabajaban con candiles, una especie de recipiente plano, a forma de tortuga. A primeros de siglo XX aparecieron los satilenos de carburo, y los cafés ya pusieron instalaciones con mecheros, que cobraron una luminosidad aceptable. En las casas, todas se alumbraban con candiles de aceite. Para ir de un departamento a otro tenías que ir con el candil, y procurar no pegar fuego, porque la mayoría de los tabiques eran de cañas.
Las mujeres amasaban el pan cada quince o veinte días. En verano se florecía, pero los padres decían que comiendo el pan florecido se volvían majos.
Para el almuerzo se solía comer torradas y una sardina. Algunos ni eso. Para comer, olla, judías con tocino y morcilla y para toda la familia un hueso de tocino y un poco de chorizo. Otras familias, farinetas para almorzar, y para comer olla con sebo de cerdo, que era lo más barato. Y para cenar, patatas con bacalao y arroz o verdura de la huerta.
Los mineros, en invierno iban tirando, pero en verano venía el paro, y las pasaban moradas. Unos cazaban, otros ayudaban a los payeses a cambio de la comida y poca cosa.
En las pocas minas que había, también trabajaban con candiles, una especie de recipiente plano, a forma de tortuga. A primeros de siglo XX aparecieron los satilenos de carburo, y los cafés ya pusieron instalaciones con mecheros, que cobraron una luminosidad aceptable. En las casas, todas se alumbraban con candiles de aceite. Para ir de un departamento a otro tenías que ir con el candil, y procurar no pegar fuego, porque la mayoría de los tabiques eran de cañas.
Las mujeres amasaban el pan cada quince o veinte días. En verano se florecía, pero los padres decían que comiendo el pan florecido se volvían majos.
Para el almuerzo se solía comer torradas y una sardina. Algunos ni eso. Para comer, olla, judías con tocino y morcilla y para toda la familia un hueso de tocino y un poco de chorizo. Otras familias, farinetas para almorzar, y para comer olla con sebo de cerdo, que era lo más barato. Y para cenar, patatas con bacalao y arroz o verdura de la huerta.
Los mineros, en invierno iban tirando, pero en verano venía el paro, y las pasaban moradas. Unos cazaban, otros ayudaban a los payeses a cambio de la comida y poca cosa.
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