6.3.08

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Así que nos pudimos reunir cinco compañeros, y nos pusimos a dar clases en la Biblioteca, que estaba al lado de las clases de la escuela. Así empezamos, y, francamente, íbamos progresando bastante bien. La clase consistía en leer y, de cuando en cuando, nos hacían hacer un comentario, y continuando cada uno por su turno. Después, escribíamos al dictado para el ejercicio de la mañana, lo que nos forzaba a hacer el comentario. Había veces que, por error de imprenta, había alguna fecha equivocada, nos hacía retroceder a otros capítulos que hablaba del mismo tema, y a pesar de no tener vista, [Félix Carrasquer] siempre tenía razón. Nos sentábamos en una mesa, y así pasábamos las horas de clase. Pero, de golpe, nos dimos cuenta de que un funcionario nos estaba observando cada día. Hasta que, un día, vino el director de la escuela, y nos dijo que, si queríamos seguir estudiando historia, tenía que ser controlada por el Capellán. Le contestó que la que nos tenía que enseñar el Capellán, hacía muchos años que la teníamos pasada. Así que tuvimos que dejar la escuela, y decidimos hacerlo al patio, hasta que se puso enfermo, muy enfermo.

También los compañeros organizaron la 'República del Café', y todos los domingos nos reuníamos en un departamento que le llamaban 'Inválidos', después de comer. Allí se debatían los acontecimientos actuales. Mi paisano Soler y yo nunca podíamos intervenir, porque nuestras mentes no alcanzaban a dialogar con ellos, pero se hacían muy importantes.
Todos los que recibíamos café de casa, parte de él lo compartíamos con el grupo, y el encargado de hacerlo era Manuel Trem, que era el delegado de la enfermería.

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