Al poco tiempo, se hablaba mucho de una gran sequía. Que no llovía en muchos años, y se perdían las cosechas, se secaban los almendros y los pinos, y no había agua por las balsas. Nosotros pasábamos la vida en Llosa, que al lado del río siempre teníamos vida: la viña, la pesca, la caza, y mil cosas que siempre había que comer al sot [la huerta].
De la noche a la mañana, se corría el rumor de que habían vendido la Vallcorna, la finca del otro lado del río Ebro. La Vallcorna, una finca de seis o setecientas hectáreas. El edificio, construido a la orilla del río, era de grandes dimensiones. Tenía varios departamentos para poner el grano, que les llamaban algurines, que estaban destinados para almacenar el grano que bajaban con carros por la val, desde Peñalba, Candasnos, Bujaraloz y las comarcas del contorno. Decía mi abuela que a veces se juntaban diez o doce carros, o más. Un poco más arriba de la casa, había, o aún existen, unas grandes cuadras y pajares, donde campaban para reponerse. Comer, comían en unos salones muy grandes, con una cocina y el fuego al medio, y una olla o caldero muy grande colgado de tres hierros. Allí se juntaba muchísima gente, porque subían los barqueros con los llauts, y tenían que esperar turno para cargar el grano por orden riguroso. Había unos masoveros o administradores que lo controlaban todo.
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