Después de una pausa de unos años de quietud, donde sólo habitaba un gran rebaño de cabras cuidadas por un señor llamado Conrado, que pesaba 130 kg., y no se movía del camino y las cabras campaban por su cuenta, conducidas por un perro pastor muy inteligente. No tenía más que indicarle "ves a recoger el ganado", y el perro puntualmente lo recogía.
Así transcurrieron unos años, y un día, el pastor Conrado nos llamó para despedirse, que se iba a Bujaraloz; que se había vendido la Vallcorna y las 700 hectáreas.
Así, de la noche a la mañana, nos despertaron con unos bufidos de trombón malsonantes y unos redobles de tambor malsonantes y destemplados. En el claror de la luna, pudimos distinguir tres hombres con caballos que se paseaban y andaban de juerga.
A los dos o tres días, pasaron a hacer las presentaciones. Uno dijo que su tío el chef, alemán y director de la fábrica de Flix, lo había comprado todo, y que tenía pretensiones de hacer muchas inversiones, incluso ponernos el riego a Llosa a todo el vecindario. Pasaban a comprarnos vino, y mi padre les invitaba, como era de costumbre en aquellos tiempos, y marchaban la mar de contentos.
El que era como jefe se llamaba Agustín, y otro Gustavo. Después nos presentaron a su tío el chef, que era un hombre muy amable y hablaba muy bien el castellano. La mayor parte del vino nos lo compraba a nosotros.
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